Cuando Simón Alfonso Pemberton pronunciaba la frase: “A correr, fanáticos”, las emociones que se vivían en el Perla Antillana y fuera de él eran indescriptibles.
Con radios de pilas y eléctricos a manos; otros a través de la televisión, los aficionados procuraban la manera de impulsar al jinete y al ejemplar favorito en cada competencia, como si con ademanes y señas y desde el lugar donde se encontraban pudiesen obtener la victoria anhelada.
Las últimas generaciones de dominicanos nunca sabrán de esos momentos mágicos que vivieron nuestros abuelos y padres, tiempos que marcaron toda una época y que aun vagan en los recuerdos de miles de hombres y mujeres que veían en las carreras de caballos la oportunidad de mejorar sus vidas por los premios en dinero que recibían.
“Había que cerrarlo o trasladarlo”, así se escuchó a voces por doquier con el paso del tiempo, al mermar la alegría, al aflorar intereses disímiles básicamente por la pertenencia de tan codiciados y extensos terrenos cuando la ciudad comenzó a hacerse grande.
Y fue cerrado. Y fue destruido el Perla Antillana. Y se trasladó el hipismo a un lugar lejano del entusiasmo generado por años, y allí, a donde lo llevaron, murió. En su lugar primario se construyó un importante conjunto de edificaciones de atenciones médicas: La Plaza de la Salud.
Hoy, al aproximarse el torneo electoral de este 5 de julio, he pensado en el Perla Antillana, pues diariamente debía atravesarlo para disminuir tiempo para llegar a la escuela, desde la entrada de la calle Pepillo Salcedo hasta cruzar la curvita de la Paraguay, y de allí continuar el trayecto hasta la Academia La Trinitaria donde estudiaba entonces.
Los tres principales partidos políticos del país cuyos candidatos presidenciales procuran llegar al Palacio Nacional se asemejan al hipismo aquel de mis recuerdos del Perla Antillana.
El Perla Antillana lo concibo como a mi amada Republica Dominicana; y los candidatos presidenciales los jinetes a caballos que desde hace meses han llevado la campaña electoral a la Presidencia con tal decisión, afán y destrezas publicitarias, pese a las restricciones, el distanciamiento físico y el momento sanitario que vive hoy el país.
Leonel Fernández, Luis Abinader y Gonzalo Castillo, compiten en esta carrera que, en el trayecto, se miden con parecida velocidad al observarse poca diferencia de ventaja entre uno y otro al aproximarse a la meta este domingo 5 de julio.
Los fanáticos y aficionados somos los electores; y estamos atentos al proceso que se supone despejado de dudas y señalamientos, y hoy, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, con ademanes eufóricos pujamos para que gane el nuestro, el caballo que nos proporcionará mejor calidad de vida.
Es lo obvio, es lo esperado del que resulte ganador, del que llegue a la meta en que aun hoy, dos días antes, no se visualiza claro cuál de ellos se sentará en la Silla de Alfileres, y nos proporcione empleos, seguridad ciudadana, paz, valores, armonía, institucionalidad, crecimiento económico, respeto a la Constitución y al Estado democrático, y, sobre todo, a la permanencia de la Republica Dominicana como nación y al lema que la distingue: Dios, Patria y Libertad.
Como toda aficionada y entusiasta de las carreras de caballos, he aprendido a seleccionar bien al jinete y al ejemplar por el cual he de simpatizar en esta competencia. Elijo al que va a satisfacer los requerimientos que demandará el país para enfrentar la grave crisis que nos azotará por la pandemia de la COVID-19 en la población dominicana.
Elijo el Camino Seguro, apuesto a Leonel Fernández, no porque con él pueda ganar un premio en dinero ni conseguir un empleo ni prebendas clasificada por el clientelismo perturbador de justicia y equidad; sino, porque él me asegura que la Republica Dominicana no será destruida como fue destruido el Perla Antillana, ni será trasladada como hicieron con ese estadio hípico, es solo por eso, como diría el poeta.
Con Leonel Fernández todos los dominicanos apostamos a la permanencia de la dominicanidad con nuestros colores y símbolos patrios.
Sencillamente, con Leonel, seguiremos siendo dominicanos. Es al único premio que aspiro al cerrarse las urnas y contarse los votos de esta contienda electoral.