Las elecciones de este 5 de julio no son la convocatoria habitual de una nación que por mandato constitucional llama al electorado cada cuatro años a escoger las autoridades que regirán su destino por 48 meses, y que legan un mandatario que dispone de un período de transición para percatarse de la situación que recibe.
Ni en la que tendrán ocasión, sus colaboradores, de estudiar previamente la situación de las carteras de las que serían puesto a cargo para llegar a ellas con un plan de acción y un equipo seleccionado.
Se le llaman elecciones presidenciales como a todas las que les han antecedido, porque de ella surgirá la nueva persona que llevará la banda presidencial, pero en la ocasión lo que se escogerá será una gerencia de crisis, sin tiempos de aprendizajes a menos que no se tome sobre los cadáveres de los dominicanos amenazados de muerte por el recrudecimiento de la del Covid19, o a expensas de la agudización de la crisis económica generada por la pandemia.
Nada de lo que se pensó o planeó como objetivos de gobierno antes de la pandemia aplica para la situación que han de enfrentar sin demora las nuevas autoridades.
Los conceptos tradicionales de la economía sirven de poco cuando la prioridad es salvar a la gente al costo que fuere y provocar, contra las recetas clásicas, una inmediata recuperación de la economía.
La críticas al endeudamiento y a los déficits presupuestarios hay que guardarlas para tiempos normales, y actuar como corresponde ante una emergencia que peligra la vida de los más vulnerables tanto por los contagios del virus como por la falta de oportunidades para ganarse el sustento.
Lo dice Paul Krugman: “Cuando prevalece la economía de la depresión, las reglas normales de la política económica ya no son válidas: la virtud se convierte en vicio, la cautela es un riesgo, y la prudencia, un disparate”.
Por otra parte, Alfred Marchal advierte que “la economía no es un cuerpo de verdades concretas, sino una máquina para el descubrimiento de verdades concretas”, pero sin que pretendamos que John Maynard Keynes sea el portador exclusivo del juicio correcto, su recetario es el más apropiado.
Que Schumpeter objete todo crecimiento de la economía que no se haya producido por generación natural de la dinámica económica, o que Friedman advierta que no hay comida gratis, que la factura ha de salir por algún lado, no se ignora.
Si en medio de la situación que le tocará vivir, República Dominicana asume los planteamientos de los que están hablando de austeridad y de un nivel de gastos que se equilibre con los ingresos, eso será sólo posible devolviendo a la pobreza a muchos que se habían desplazado hacia la clase media, y pariendo un clima de ingobernabilidad.
Aquí hay un sector privado dinámico que pronto puede reasumir su rol como principal impulsor de la generación de riquezas, pero en estas circunstancias toca al Estado encender la dinámica hasta que el mundo nos devuelva el turismo, las remesas y las exportaciones.
Vuelvo a Krugman: “cuando la política monetaria es infructuosa y el sector privado no puede ser persuadido para que invierta más, el sector público tiene que ocupar su espacio en el sostenimiento de la economía”.
No vamos a las urnas ni en busca de un discursiante, ni de receterios que no aplican, se busca al hombre que sepa poner a caminar la economía.