Víctor Víctor, el Vitico de todos y para todos, el inigualable amigo que era capaz de cantar un son con solo una mirada, se ha ido. Se ha marchado con su guitarra al ristre para cantarle a la vida, a Borojol, a Santa Bárbara y a la revolución de sueños compartidos, desde el espacio sideral de la nostalgia.
Vitico era mucho más que son y bachata. Vitico era ese santiaguero bueno y eterno que todos llevamos dentro, y que se escapa furtivo en un coche, en la noches estrelladas y frías. Vitico era ese luchador por los ideales de justicia social e igualdad, que era capaz de hacerte sonreir con tan solo mirarte.
Jamás olvidaré a ese cantautor sencillo y militante, amigo de los amigos hasta el sacrificio, que siempre estaba preparado para decir que sí al pedido de cantar en un evento solidario. Un evento de dos personas, de mil, de cien mil o sin público. Su voz siempre cantó por la vida, por la revolución, por la justicia, por el amor, por el desamor y por los desvelos cotidianos.
A Víctor Víctor lo seguía con pasión desde 7 días con el pueblo. Mi visión de izquierda lo elevaba a la categoría de Héroe Nacional junto a Sonia Silvestre. Oirlos cantar juntos, era como liberar la humanidad del capitalismo salvaje. Lo conocí de manera personal en 1980, en una asamblea de los Corecatos, proyecto Partido Socialista, en una famosa asamblea, un domingo de otoño en el Espaillat Cabral, donde este campesinito de Santiago tronó mas fuerte que nunca para defender “el camino de los amantes a la revolución y el cambio de la sociedad”. De ahí en adelante, donde quiera que nos encontrábamos me decía “Tabarish…”, poniéndole un sabor musical a la forma de los rusos decir Camarada…
Durante mis estudios en la UASD y con la necesaria e intensa militancia de izquierda, sus canciones fueron estímulo permanente para seguir firmes en la lucha. En todos los actos del 12 de enero y el 16 de febrero, día de homenaje a Amaury y Caamaño, siempre estaba presente su canto hermoso: “Con el ejemplo, uniremos eslabones de esperanza, como en enero, como en febrero, con estrellas en la frente”.
Luego dejamos la izquierda un poco atrás y nos fuimos a la sociedad. El fue creciendo mucho como artista. Rescató el son y la bachata. Les dio color, sabor y letras hermosas. Se convirtió en un ícono y maestro del son y la bachata. Pero nunca perdió su sencillez. La fama trataba de acorralarlo y siempre la esquivaba. Pero en la década de los 90 llegó “Mesita de noche” y un gran contrato discográfico internacional. Ese tema se ganó todos los mercados y Vitico pasó a ser el artista internacional “Víctor Víctor”. Giras, presentaciones en el mundo, premios por doquier y muchos discos vendidos. Pero llegó el hastío. Dejó todo y volvió a su sencillez, a su patio, a su son de barrio, a su santiago querido y a sus orígenes. Muchos no entendieron ese paso de dejar la gran fama y el éxito mundial, para volver a cantar en borojol y en las ruinas de San Francisco. Es que Vitico no estaba hecho para la pantalla y el figureo, sino para la verdad y los latidos del corazón.
El pasado jueves, esa fantasmagórica enfermedad llamada Covid-19, nos hizo otra mala jugada y se llevó a Vitico. Su partida, tan sorpresiva y absurda, nos deja sin aliento. Profundamente tristes. Soneramente impactados. Con dolor en los huesos y la bachata. Pero, a pesar de los pesares, Vitico estará siempre presente en cada sonrisa, en cada son, en cada bolero, en cada bachata. Aunque hoy y por muchos días, todas las mesitas de noche del país, estarán llorando a raudales buscando “el camino de los amantes” que les enseñó Vitico…