El célebre filósofo, matemático y físico francés René Descartes decía que la razón y el juicio es la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales irracionales.
Fue el autor de más de medio centenar de frases famosas, lo que le valió el merecido nombre de “padre del racionalismo y la filosofía moderna”. También era un defensor radical de la ciencia.
De hecho, es padre, además, de la geometría analítica, igual que de los epígonos con luz propia que se ubican en el umbral de la revolución de la ciencia.
Durante mi estudios de periodismo y leyes en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, aprovechaba mis horas libres para leer a los famosos escritores, entre estos Alejo Carpentier, Alejandro Dumas, Ernest Hemingway (El viejo y el mar, es una de mis obras favoritas), Anton Chejov (El hombre del saxofón), Carlos Fuentes, Eduardo Galeano, Juan Carlos Onetti, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Grullón, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Sor Juana Inés de la Cruz y otros.
De igual manera, me involucraba con los textos de algunos filósofos como Sócrates, Platón, Aristóteles, Tales de Mileto (uno de los siete sabios griegos) y Heráclito, conocido como “El Oscuro” porque le gustaba llevar una vida solitaria, además de por la oscuridad y misantropía de su filosofía. Sostenía que el fuego era el origen primordial de la materia y que el mundo entero se encontraba en un estado constante de cambio.
Esos personajes contribuyeron a crear en mí un hábito de lectura que aún conservo. Leo cada noche, antes de irme a la cama. Sus producciones literarias son fuentes de conocimientos y de consultas que no tienen desperdicios.
René Descartes influyó mucho en mi forma de pensar. De todas sus históricas frases, la que más me impactó y me obligó a reflexionar de por vida, fue: “Cogito, ergo sum” (Pienso, luego existo).
El mensaje de ese pensamiento es el siguiente: el ser humano debe primero razonar antes de actuar. Si actuamos (existimos) y luego pensamos (razonamos) nuestras acciones podrían perjudicarnos a posteriori. Es lo que ocurre cuando en un momento de irracionalidad ofendemos y luego pedimos perdón.
Dice el libro sagrado que “lo que sale de la boca (en ese caso, las ofensas), es peor que lo que entra”. Es una realidad. He visto a muchos feminicidas, violadores de mujeres y niños, de asesinos a sueldos, pedir perdón a los familiares de las víctimas, y a la sociedad, luego de cometer los crímenes. Es un arrepentimiento que casi nunca es aceptado por la sociedad, a excepción de los cristianos, que siempre viven aferrados a una filosofía religiosa alienante.
Lo mismo ocurre con las personas que son detenidas circulando por las calles en medio de un toque de queda. Después que cometen el desacato a las leyes, piden una oportunidad, que los dejen ir. Algunos logran el chance, otros no. Todo dependerá si tienen a un padrino que los libre del arresto.
Las personas que así razonan debieran saber que cada actitud irracional trae consecuencias catastróficas. Si usted se roba los fondos públicos, lo más ideal es que pague por eso en una cárcel. Antes de robar, usted existió pero no pensó. Debió hacerlo a la inversa para librarse de una sanción penal y de la condena moral que vendría después de parte de sus hijos, amigos y relacionados.
Si no hay orden en las ideas que procesamos antes de actuar o hablar, estaríamos compelidos a cometer errores y dar muestra de arrepentimiento. Por eso, hay que pensar y luego actuar.
Como bien decía Descartes: “La matemática es la ciencia del orden y la medida, de bellas cadenas de razonamientos, todos sencillos y fáciles”.
Entonces, ¿por qué no asumir la postura del orden, en lugar del desorden y la irracionalidad? Pienso que no es una tarea difícil de lograr. Sencillamente, existe un contraste el racionalismo y el desorden cerebral.