(Cuento).-Corría el último diciembre del calendario, cuando apareció en un pequeño aunque moderno pueblo de la China continental un virus llamado Covid-19 que los pobres habitantes del planeta desconocían pronto los igualarían con ricos y poderosos.
Así, mientras en gran parte del mundo se esperaba con alegría la Navidad, que se asocia a un gran revolucionario y sencillo hombre llamado Jesucristo, en Asia nacía un virus infecto-contagioso que pondría a los seres humanos boca abajo.
Invisible como la noche cuando el día la penetra, el fenómeno sacó alas para volar por todo el planeta, llevando su maléfico y mortal veneno a una velocidad nunca vista o pensada.
Corrió de un lado a otro, contagiando, enfermando o matando a miles de personas, sin que nadie oyera un disparo o la explosión de una bomba nuclear, aunque sí algunos disparates de quienes tienen el poder de hacerlo.
Por allá lejos, como por aquí en el vecindario en que vivimos, todo cambió.
Millones quedaron enfermos, millones quedaron sin trabajo, millones quedaron con deudas, y millones no pudieron llorar y acompañar a sus muertos, familiares y amigos.
¡Todo cambió de la noche a la mañana!
Los niños quedaron en casa o en apartamentos; la docencia quedó suspendida; los hospitales no podían recibir más enfermos; jefes de estado, reyes, príncipes, jeques, médicos, abogados, escritores, ingenieros, científicos, paramédicos, ricos y pobres fueron impactados por el COVID-19 de manera agresiva, cual si estuvieran en una guerra mundial propia de locos, ignorantes o ambiciosos de poder.
¡El Covid había destronado a todos en solo horas!
En mi vecindario, sin embargo, algunas personas se mostraban a veces muy alegres y gritaban “arriba el Covid”, “arriba el Covid”.
Otros, claro está, no entendían esta reacción inhumana hasta que escuchaban respuestas: El Covid nos ha igualado, nos ha mostrado que somos de carne y huesos, que todos tenemos sangre roja y nunca azul o amarilla; que todos podemos enfermarnos y morir; que no vale la pena ofender a otros.
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Los que escuchaban siguieron adelante y “arreglaban” a su modo el discurso para ampliarlo y difundirlo ante otros:
-No podemos seguir distanciándonos. Todos somos hermanos.
China, Rusia, Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Alemania, México, Australia, Francia, Italia, España, las dos Coreas, todos los de Africa, Cuba, Venezuela, Dominicana, Haití, Panamá, Nicaragua, Alemania, Suiza, Suecia y todos los que eran “capitalistas” o “socialistas” quedaron bajo la sombra tenebrosa del COVID- 19.
Organismos y Ministerios difundían varias veces al día las terribles cifras de contagiados y fallecidos en todo el mundo, elevando el pánico a su máxima potencia.
Los órganos militares y policiales se empleaban a fondo y sin horario, a fin de mantener orden de parte del público y que la gente se comportara correctamente. Pero poco se lograba.
La economía se desdobló y hundió; se ordenaron préstamos sin apoyo del oro y todos quedaron metidos en una burbuja increíble y nunca vista antes en el planeta. ¡El COVID-19 impuso sus reales!
Así las cosas, científicos y farmacéuticos se dedicaron en cuerpo, alma y cerebro a buscar vacunas y medicamentos para solucionar la crisis creada por el coronavirus. ¡Y lo lograron!
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Solo que ya habían fallecido miles de personas; todas las economías “sólidas” habían declinado casi por completo; los “sistemas” colapsaron; los adultos seguían llorando a sus seres queridos sin poder despedirlos, y los niños, inocentes siempre, ahora jugaban en escuelas, colegios, calles y avenidas como si nada hubiese ocurrido en el Siglo XXI.