Si su patrón de consumo del cine es el norteamericano más comercial, La enfermedad del domingo no es para usted. No hay secuencias de acción, tiros, despelotes de sangre, ni el triste rictus del sexo sugerido o vandalizado, ni ritmo acelerado cerrado con la gloria previsible de ese final que usted puede adivinar.
Si ese es su patrón, le ruego que ni intente verla. Procure otros filmes de actores que corren rápidos y furiosos, de esos que se cubren, para enmascarar su mediocridad audiovisual con las 50 y pico sombras de Grey.
La enfermedad del domingo es un drama de ausencias, de miserias, de desamparo compensado de la forma más inusual, de descuidos del alma y el olvido deliberado de roles, de angustiantes silencios y largas pausas de mirada, de marchas argumentales trabajadas con cuidado y el ritmo desesperante a ratos, de tipo que demanda un quehacer fílmico responsable de su papel, el que llama a consagrar el arte de alto perfil, sin truculencias, ni el repetido y previsible lugar común.
El milagro del buen cine nace con el responsable cuidado del detalle, el inicio de la perfección y de la experiencia que trasciende a sus creadores y que se quedará por siempre en el patrimonio de experiencias inolvidables de sus públicos. Ese es el logro de La enfermedad del domingo.
Puesta en común por la plataforma Netfix, para mucha gente puede que sea uno de tantos títulos ofertados, tan solo para bien pasar las horas de encierro del toque de queda.
La enfermedad del domingo es una de las joyas del cine iberoamericano, que refieren la riqueza temática que nos favorece como región mundial audiovisual y que además deja clara la idea de que, en el arte, la base de todo es el hecho de que alguien se disponga a pensar y a lograr hacer la diferencia a establecer entre creatividad y artesanía.
Se trata de uno de esos éxitos del cine que parte de un guión que trenza con personajes y giros emocionales en torno a una vinculación familiar (madre-hija), ofreciendo la oportunidad para uno de los más completos recitales interpretativos, de mujer a mujer.
La soberbia entrega a sus roles de Anabel (Susi Sánchez) encuentra a su hija Chiara (Bárbara Lennie) en uno de los más formidables conciertos de actuación, absolutamente digno de estudio por parte de estudiantes y profesionales de la interpretación.
Lo determinante es la dedicación del director a cada uno de los aspectos técnicos y artísticos de su producción: desde la dirección de arte, selectiva en sus ambientes y locaciones, su vestuario (que ha sido estudiado por publicaciones especializadas), el manejo de cámaras y su perfecto universo sonoro, tanto la banda musical como sus efectos de sonido), a lo que agrega el criterio de sus personajes de apoyo y la fotografía de un Ricardo García y la música original de Nico Casal.
El director
Ramón Salazar, director español de nombre tan común como el de cualquier hijo de vecino, despojado del manto de refulgencia mediática, entregó en 2018, un proyecto de cine que comenzó cuatro años antes en la forma de una pieza dramática familiar con unos giros emotivos sorprendentes, sentidos y de una trascendencia que se queda en el sentir del espectador, sabiendo que lo percibido es fruto de un talento respetuoso de un arte exigente y con tantas cuidadas expresiones del lenguaje del cine. Se formó como actor en la Escuela Superior de Arte Dramático de Málaga y luego estudió dirección de cine en Madrid, y que inició su carrera de director cuando presentó su primer largometraje en 2002, Piedras, hasta llegar a dirigir (2018 y 2019) capítulos de dos de las series españolas de mayor impacto reciente: Vis a Vis y Elite, mostrándose como un adecuado director de series comerciales de fórmula y que no guardan relación con su imaginario interno, del aliento personal de cuanto quisiera hacer desde sus ímpetus originarios.
Salazar no cuenta a su favor con fulgurante mundo las luminarias mediáticas y la locura de las redes sociales en las cuales la gente vale tan solo por la cantidad de los vius y no por la evaluación estética de su obra. Pero, por suerte, parece que no lo necesita.
Basta que el alma agradecida de un espectador de su obra, quedé ensimismada en lo que ha sentido tras una hora y 33 minutos de pura emoción bien cultivada rebelde al facilismo de una sociedad que persiste en la simplificación de todo como carta de triunfo.
La enfermedad del domingo, con todo y su título tan paradójico como seductor, es su obra más personal, la que debe figurar en su filmografía fundamental, es La Enfermedad del domingo deja su impronta en 2018 y 2019 festivales (Berlinae, Sección Panorama; Mejor actuación femenina (Bárbara Lennie) del Premio Sant Jordi; Premio Goya a la mejor actuación femenina (Sucy Sánchez); nominada como mejor directora (Premios Feroz) y al Premio de Cine en Valores (Premios Forqué).
Una de esas entregas del cine que se siembran en la memoria emotiva, cuando haya que hablar de buen cine.
LA ENFERMEDAD DEL DOMINGO,
PAIS: España,
Ano: 2018.
Dirección: Ramón Salazar
Duración: 113 minutos
Guion: Ramón Salazar
Producción: Zeta Cinema / ON Cinema
Fotografía: Ricardo de Gracia
Música: Nico Casal
Reparto: Bárbara Lennie, Susi Sánchez, Miguel Ángel Solá, Greta Fernández, Richard Bohringer, David Kammenos, Fred Adenis
Sinopsis: Anabel (Susi Sánchez) abandonó a su hija Chiara (Bárbara Lennie) cuando esta apenas tenía ocho años. Treinta y cinco años después, Chiara regresa con una extraña petición para su madre: que pasen diez días juntas. Anabel ve en ese viaje la oportunidad de recuperar a su hija, pero no sabe qué intenciones tiene Chiara.