He leído varios artículos sobre las circunstancias o causas que determinaron la derrota electoral del Partido de la Liberación Dominicana, en la contienda comicial celebrada el pasado 5 de julio. No hay que ser experto en nada para establecer razones que están a la vista de todos.
El PLD gobernó 20 de los últimos 24 años –16 de los cuales fueron de forma consecutiva– y es lógico que registre desgaste en su imagen, máxime cuando en ese largo período se produjeron decenas de hechos de corrupción pública, a tal extremo que un escándalo sacaba de la palestra pública a otro.
Solo la gran inversión en prensa y en publicidad gubernamental, sumado lógicamente a un asistencialismo que beneficiaba a varios millones de dominicanos, hicieron posible que un partido político se mantenga en el poder durante tantos años consecutivos, lo que constituye un récord en el tramo histórico que comprende el postrujillismo. Y los triunfos electorales del PLD, exceptuando los del 1996 y los del 2012, están exentos de dudas.
Sin embargo, en la pasada campaña electoral, la población mostró hartazgo respecto a la corrupción pública, la impunidad y los excesos del PLD. Y el sabotaje del certamen municipal del 16 de febrero ocasionó serios daños al oficialismo, pues fue una especie de detonante que motivó a los jóvenes de clases media y alta, indiferentes por muchos años a la política partidaria, a involucrarse en la campaña electoral y precisamente en contra del gobierno.
A la protesta de los jóvenes de la Plaza de la Bandera les siguieron los cacerolazos, los cuales se sintieron en todos los barrios y sectores de las grandes y pequeñas ciudades de la geografía nacional. El PLD pasó a la defensiva y a sus candidatos a puestos municipales y legislativos les sonaban cucharones sobre ollas y calderos donde quiera que acudían.
Por encima de las adversidades el PLD cometió el error de llevar a un candidato presidencial que impactó desfavorablemente ante el electorado, con evidente incapacidad para articular un discurso coherente en cuanto a la forma y que adicionalmente carecía en el fondo de propuestas basadas en la lógica, lo que generó que la gente lo tome de objeto de broma y chistes de todos los tamaños.
Pero dentro de un análisis que procure la mayor objetividad posible, la razón fundamental de la derrota electoral del PLD descansa en su división. Todavía el 6 de octubre del 2019 el PLD era la principal organización política de la República Dominicana.
¿Qué ocurre cuando un partido político se divide? Sencillamente se debilitan las dos partes, experiencia que se vivió con el PRD en los comicios de 1990, en los cuales el doctor Peña Gómez obtuvo un 24% y Jacobo Majluta un 7%, haciendo una sumatoria de un 31%, muy lejos del 42% alcanzado en el torneo del 16 de mayo de 1986.
Esa historia se repitió en el año 2016, donde el PRM logró un 35% y el PRD un 5%, distante también al 47% que Hipólito Mejía y el PRD obtuvieron en el certamen electoral del 2012.
La división del PLD no sería la excepción. La sumatoria de las votaciones obtenidas por Gonzalo Castillo y Leonel Fernández, el pasado 5 de julio, en nada se parece a la puntuación de Danilo Medina en los comicios del año 2016.
No hubo forma de reconciliación entre líderes como Danilo Medina y Leonel Fernández, los cuales mostraron egos muy elevados.
El expresidente Medina estuvo erróneamente convencido que Leonel Fernández no era necesario. Confió en el triunfo de Gonzalo Castillo sobre la base del asistencialismo y el fraude electoral. Lo primero fue insuficiente y lo segundo no fue posible, ante la intervención directa de Estados Unidos. La JCE no tuvo otra alternativa que contar los votos a cada candidato presidencial y ahí están los resultados.