La democracia es percibida por los analistas de la politología como un juego entre las clases sociales arbitrado por el Estado. Este juego determina el cómo se distribuyen los recursos de que dispone la humanidad.
Como en todo juego se entiende que existen reglas y principios; como en todo juego alguien hace trampa y otros resultan estafados porque así es la naturaleza humana. Al respecto dice el autor alemán Rolland Oberson que el tránsito desde la bestialidad, entendida esta última como barbarie, hacia la civilización de los humanos, todavía está en fase de transición.
Estas trampas pueden provenir de cualesquiera de los jugadores, ahora bien, las consecuencias dependerán de quien sea el que haga trampa, por ejemplo, si la trampa proviene de jugadores pertenecientes a las clases denominadas subalternas, las sanciones serán drásticas y los demás jugadores exigirán que se aplique todo el peso de la ley, por el contrario, si esas mismas trampas provienen de jugadores estatales o bien de jugadores de las denominadas fuerzas vivas, sectores económicos encumbrados o, simplemente, de determinada sociedad civil, las consecuencias quedarán sujetas al denominado juego democrático de acuerdo con el cual, se jugará hasta el cansancio a piruetas cuyo objeto será siempre convencer al público de la futilidad de una condena contra los tramposos.
La República Dominicana, como todo Estado democrático en vía de transformación, se encuentra envuelto, desde la caída de Trujillo, en un juego democrático de esta naturaleza. La corrupción es el juego mismo, empezó cuando la oligarquía criolla decidió apropiarse de la riqueza del dictador y tirano; cuando las clases subalternas se percataron del juego democrático puesto en movimiento, quisieron participar del mismo con reglas idénticas. Obvio, se les dijo que no era posible, que no era admisible. Sin embargo, la presión sigue y esto hace de difícil cumplimiento o de difícil aplicación las reglas institucionales porque el subconsciente social está claro en que en el juego democrático criollo se juega con las cartas marcadas.
Juan Bosch intentó crear reglas democráticas institucionalizadas con miras a lograr la armonía social o, bien, reglas iguales. Esto tampoco fue aceptado debido a que entonces fue la oligarquía la que no aceptó jugar bajo esas reglas entonces se impuso la democracia made in Usa. De acuerdo con la cual, el imperio, en alianza con la oligarquía criolla, exigió la parte mayoritaria de los recursos en juego. Desde entonces las clases subalternas comprendieron que no son parte del juego ni con reglas institucionalizadas ni sin ellas. Es ahí donde nace el líder mesiánico, el cesarismo político y el líder populista. Esto significa que contrario a lo que pregonan los personeros de la sociedad civil y los intelectuales orgánicos del pragmatismo político, el populismo es, al menos en la primera fase del capitalismo, un mal necesario.
Todo el siglo XIX y la primera parte del siglo XX, se caracterizaron –al menos en Estados Unidos-, por gobiernos populistas, porque es el populismo lo que genera la democracia real o democracia económica. El problema dominicano es que la democracia dominicana y su juego democrático solo han dotado a la nación de democracia electoral bajo juegos amañados. Por tanto, por más que se descalifique al populismo o a los populismos, estos no podrán ser desterrados hasta que las reglas no sean las mismas para todos.
El actual gobierno debe saber que la gente de a pie está exigiendo dos cosas: cárcel para los corruptos y corruptores y participación en la administración del Estado, la bajada del presupuesto de la Procuraduría General de la Nación entra en contradicción abierta con el compromiso de justicia independiente. Es decir, la gente terminará enterándose de la farsa y ahí podría la gobernabilidad entrar en conflicto con las clases subalternas. Por demás, la gente no se siente a gusto con que personajes que tienen patrimonio suficiente para crear riqueza desde el sector privado estén pernoctando en el Estado como ministros y en otras posiciones relevantes identificadas por la Constitución como sitio de donde se debe servir al bien común.
Obvio, las expectativas no son principios y los principios no son reglas. En el juego democrático los que tienen el poder se creen amos y señores de los recursos, pero la historia muestra que cuando se comenten esos errores el precio a pagar es muy alto. Los excesos de los responsables de la Cuarta República catapultaron a Trujillo hacia el poder. Ahora el presente gobierno debe cuidarse de que no hacer lo que el momento político demanda equivale a suicidio político porque los pueblos, decía Maquiavelo, son veleidosos. Esto es, saben cobrar a quien no le cumple. El mejor ejemplo, es el PLD y primero lo fue el PRD, ambos partidos de mayoritario han devenido en minorías pocos significativos. El PRM tiene buen espejo en el cual mirarse.
En pocas palabras, no es suficiente con denostar al populismo con palabras, se necesitan hechos. De lo contrario, pasaremos a repetir la historia como si en tiempos de Mario y Sila en Roma estuviésemos. Las condiciones están dadas para que un hijo renegado de Bosch retome la idea de democracia institucional, esto es: democracia con reglas y principios a ser cumplidos por todos en igualdad de condiciones. Para llegar a este punto, se requiere, además de democracia económica, justicia. La justicia ahora que se habla de la existencia de un Ministerio Público independiente solo requiere un presupuesto justo para cumplir su cometido. DLH-12-10-2020