Por Manuel Vólquez
Hace varias décadas que veo en los medios de comunicación noticias relacionas con los naufragios de embarcaciones de fabricación domésticas utilizadas para llevar personas indocumentadas hacia Puerto Rico.
Son peligrosas travesías sobre las profundas aguas del océano en busca de un sueño que siempre termina en tragedia.
En el fondo del Mar Caribe hay cientos de cuerpos de viajeros ilegales, hombres y mujeres, de diferentes nacionalidades, que han arriesgado sus vidas en esas rutas diabólicas tratando de llegar a las costas puertorriqueñas.
En esas aventuras también se involucran extranjeros que pretenden llegar a los Estados Unidos usando como puente a Puerto Rico.
Me cuentan que hay quienes pagan sumas de hasta seis mil dólares para abordar una yola y así abandonar la República Dominicana en busca del famoso “sueño americano”.
Seis mil dólares representan un acumulado de 348 mil pesos dominicanos, al cambio actual. Con ese dinero se puede instalar un negocio informal y sobrevivir con mucho esfuerzo, sin correr el riesgo de ser tragado por los tiburones.
Pero esas personas no piensan en esa posibilidad. Su meta es estar en una ciudad estadounidense, sobre todo en Nueva York, New Jersey o Philadelphia, para reunirse con familiares o amigos que les han vendido sueños de que allí se gana dinero fácil y se progresa. Puro engaño.
Los viajes ilegales son organizados por una estructura conformada por individuos experimentados que conocen a la perfección las rutas marítimas y cobran altas sumas de dinero a los ignorantes aventureros.
Se ha denunciado en numerosas ocasiones que en esa estructura participan sujetos vinculados a la trata de personas y buscones en complicidad con hombres de uniformes.
A diario son detenidos decenas de indocumentados por parte de los Guardacostas de los Estados Unidos ubicados en Puerto Rico y devueltos hacia la República Dominicana. Muchos repiten el intento y logran llegar. Las mayorías mueren ahogados, pues no saben nadar.
Pero los viajes se reproducen y algunos lograr pasar sin ser vistos o tal vez los dejan llegar a su destino pagando peaje a los marinos.
Muchos organizadores de esas peregrinaciones son apresados y sometidos ante la justicia, sus embarcaciones embargadas o destruidas.
Algunos incluso han sido condenados por los tribunales. Al menos, eso es lo que las autoridades le comunican a los medios.
La realidad es que los viajes siguen de manera normal y las personas continúan arriesgando sus vidas. Sus organizadores se reproducen como el comején y los curíos, persistiendo en ese prontuario criminal que les acumula inmensas ganancias a costa de los ingenuos.
¿Es tan difícil resolver algo tan elemental o podríamos suponer que se trata de otro entramado incontrolable?
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