El presidente Luís Abinader se ha propuesto sanear el Estado, para lo cual pidió tres meses. Yo le di seis, pero me temo, viendo su ambicioso proyecto, que no podrá hacerlo en tres, ni en seis, que necesitará más tiempo, mucho más. Pero, si de algo no tengo dudas, es de la voluntad política, que es lo primordial.
El Estado dominicano está diseñado para el clientelismo, el paternalismo, la corrupción y la impunidad, sin respeto a nada ni a nadie, porque nada es nada y todo es todo. Dejar pasar, dejar hacer. Los gobiernos van y vienen sin tocar la estructura de un aparato hipertrofiado desde abajo hasta arriba.
El Estado era Trujillo; muerto el “jefe”, ha pertenecido a los grupos económicos, políticos y religiosos que se lo repartieron. Cada quien se apoderó de lo que pudo, como en una piñata, lo que ha impedido el desarrollo nacional, legitimado por una Constitución modificada decena de veces para beneficio de un sector o de otro.
El presidente Abinader, con una visión de futuro, sabe que el país no puede continuar con ese modelo, que debe cambiarlo, para lo cual tiene que modernizarlo adecentándolo y transflorándolo en un instrumento de desarrollo. Para lograrlo es necesario una cultura, una educación y un entendimiento de toda la sociedad.
El mandatario aprovechó el Día Internacional de lucha contra la Corrupción para anunciar una serie de medidas tendentes a transparentar la función pública creando un portal que le permitirá a todos los ciudadanos solicitar y recibir informaciones con relación al manejo de los fondos públicos en cada una de las instituciones del Estado.
Las medidas anunciadas tienen como objetivo modernizar y transparentar la administración estatal. Requerirá del respaldo de todos los ciudadanos, porque encontrará mucha oposición, tanto pública, como soterrada. Los cambios no siempre son bien recibidos.
El presidente habló de una reforma constitucional integral, pétrea, moderna, acorde con estos tiempos, que impida que cualquier loco aventurero con ínfulas de mesías, quiera ponerla a su servicio instaurando una dictadura constitucionalizada como la que tenía el Partido de la Liberación Dominicana, o un régimen de fuerza.
Esa nueva Constitución servirá para crear un verdadero Estado de derechos, plural, inclusivo, democrático, donde el soberano, es decir, el pueblo, tenga el poder y el control, teniendo la opción de quitar y poner a sus funcionarios. Si el pueblo tiene el poder de poner a un presidente, debe tenerlo también para quitarlo si no actúa correctamente. La idea de cambiar la Carta Magna no será de aplicación inmediata.
Se tomará algún tiempo, pero habrá que hacerlo. Tampoco abordará el tema de la reelección. (Se mantendrá el modelo estadounidense, como está consensuado) El mandatario dijo que la democracia se fortalece con más democracia. No con una caricatura de democracia como la que tenemos hoy día.
Por primera vez en muchos años, tenemos un ministerio público independiente encabezado por una mujer de vasta experiencia en la judicatura, querida y respetada como la magistrada Mirian Germán, que está haciendo un trabajo encomiable, cumpliendo con los mandatos de la ley, sin protagonismo y sin retaliación política.
La lucha contra la corrupción no es una consigna, ni forma parte de una escaramuza para ganar tiempo, pero que al final se convierte en un “borrón y cuenta nueva”. Es real. Luís Abinader tiene un compromiso consigo mismo, con su familia, con el pueblo dominicano y con la historia.
Y está decidido a cumplirlo. Lo ha dicho muchas veces a sus aliados y compañeros de partido y de gobierno. No tolerará “indelicadezas”.
Dijo que cada peso del pueblo será defendido y protegido. De igual modo advirtió a los que se han robado los dineros del pueblo, que serán sometidos a los justicia, encarcelado y sus bienes incautados para que vuelvan al pueblo, donde pertenecen.
¡Qué así sea, Presidente!
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