Escribo en la era de los refugiados. En los años donde la incertidumbre de los indocumentados habita como componente moral, dentro de las iniciativas que lo colocan como la perfecta víctima. Allí, donde la política antinmigrante que universalmente cala, y de la cual Trump se ha hecho eco.
En este lugar nos encontramos hoy. Uno, que solo pudo ser práctico a sus propósitos, porque ha rendido indeseables actos de separación familiar, falsas designaciones de deshonra y guarda un obtuso discurso de agresión étnico y racial. Una arenga empoderada de procedimientos que en años recientes ha incrementado las deportaciones y desalentado el tradicional flujo de expatriados ambulantes y acompañados de ‘coyotes’, que se desplazan desde las naciones centroamericanas, hacia la frontera de México con Estados Unidos, en busca de mejor vida.
Pero a su vez, esa misma mesura y perorata resultó contraproducente a los deseos de la política. Además de asegurar que cada vez menos inmigrantes llegaran a América, lo que hizo, fue inquietar a los ya presente en el territorio. Por un lado, motivó a que la mayoría de la población se sumara al movimiento activista que venía luchando a favor de la normalización del estatus migratorio de los indocumentados que llevan décadas viviendo aquí. Y por el otro lado, las medidas políticas e institucionales, alarmar a que residentes legales, con derecho a optar por la ciudadanía, se sintieran inseguros de su estatus y optaran por naturalizarse estadounidense.
Ratificando esa reacción, están las recientes cifras de la agencia gubernamental de Servicios de Ciudadanía e Inmigración para los Estados Unidos, USCIS, por sus siglas en inglés, que registró la mayor cantidad de nuevos ciudadanos en once años. En el año fiscal anterior a la pandemia, 834,000 personas, del sinnúmero que aplicaran para la ciudadanía, fueron juramentadas como estadounidenses. Casi un millón de personas fueron naturalizadas. Término que se utiliza para indicar que una persona no nacida en Estados Unidos o en uno de sus territorios, ha agotado satisfactoriamente, el proceso que le define como ciudadano americano. Uno que requiere de residencia ininterrumpida de no menos de cinco años (salvo algunas excepciones), prueba de buena conducta, demostrar competencia en el idioma Inglés (que no es el idioma oficial de Estados Unidos) y liberar un examen oral, de carácter cívico, histórico y valores patrios.
En lo que llega una nueva ley de inmigración, a la hechura y estilo de ambas partes de este conflicto, por el momento, como reacción a estas elevadas cifras de nuevos ciudadanos, las actuales autoridades sometieron y lograron implementar una revisión del examen requerido. Y a partir del primero de diciembre del 2020, todo aquel que opte por naturalizarse, se encontrará con un examen más complejo y difícil que el anterior de 100 preguntas, que solo requería responder correctamente, seis de las diez que le fueran hechas. El reciente y renovado escrutinio verbal posee 28% más preguntas y requiere de doce respuestas correctas, de las veinte preguntas que se le harán.
Ahora lo paradójico. Examinemos esto. ¿Cuál es el promedio de inmigrantes residentes que aplican por la ciudadanía y logran superar ese examen oral? ¿Te sorprendería si te digo que 91% de todo el que aplica, lo logra satisfactoriamente? Ahora pregúntate, ¿Cuántos de los nacidos en territorio estadounidense, que no requieren de asumir un proceso, ni mucho menos tener que tomar un examen para certificar su estatus migratorio como ciudadano de los Estados Unidos, podrían pasar ese examen oral? Bueno, un estudio publicado en el 2018, por la Fundación Woodrow Wilson, arrojó resultados de una muestra de 1,000 adultos estadounidenses, que reveló que, solo 19% de los examinados de 45 años o menos aprobaron el examen. Y en promedio, 36% pasó la prueba.
Todo esto parece tan innatural. Increíble pensar que personas nacidas y educadas en Estados Unidos, fueran incapaces de responder preguntas cívicas como, ¿cuándo se redactó la Constitución? Interpelación que solo 13% pudo responder correctamente. O algo tan evidente como, ¿contra qué países luchó Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial? Pregunta que solo pudo ser manifestada con convicción, por no más de 4 de cada 10 personas encuestadas.
Hay un componente moral en estas iniciativas públicas, de querer exigir a que nuevos ciudadanos conozcan la historia de la nación por la cual están optando la naturalización. Pero si logras verlas holísticamente, puedes detectar un decoro racional. Sin embargo, la implementación y justificación reflejan una hipócrita paradoja, cuando requiere del solicitante a la ciudadanía que otros obtuvieron por la dicha de haber nacido en un territorio equis, algo que debieran expedir y que no pueden. Su historia.
Y créeme. Me gusta la gente que ama su bandera. Y admiro a aquellos capaces de enarbolar sus valores, historia y cultura, aún más. Lo sé, porque lo siento así por República Dominicana. ¿Pero y esos otros?, de lo cual yo también soy parte en la diáspora. Esos capaces de enaltecer una segunda tradición. Bueno, esos son los indispensables. Pues en la diversidad de los no-originarios, es que los pueblos alcanzan a ser más sabios e ilustrados. Y es por ello por lo que Estados Unidos, nación de inmigrantes, ha captado los frutos de la humanidad moderna.
Pero ahora veámoslo desde el punto de la mayoría de mis compatriotas que vivimos en Estados Unidos. Y hagámoslo desde dos aspectos básicos. Viendo más allá de los actos indeseables de separación familiar, designaciones deshonrosas, estrechos de agua y las justificadas técnicas de construcción de muros que, al arquitecto e ingeniero romano, Vitruvio, jamás se hubiese ocurrido sugerir.
Uno: ¿Estarías en capacidad de superar las preguntas de carácter histórico, cívico y de valores de República Dominicana? -¿Cuántos de nosotros en la isla, pudiéramos responder doce de veinte preguntas de un listín de 128? O aquí mismo en los Estados Unidos. ¿Cuánto de nosotros, los de fuera, los que vivimos en la diáspora, estaríamos en capacidad de responder correctamente dos o más puñados de preguntas, si fuera obligatorio para retener la doble ciudadanía? No es hipócrita pensarlo. No puedes esperar que los ciudadanos americanos sepan su historia, si tú que estas optando por su ciudadanía, y no conoces la tuya.
Ahora, el segundo aspecto de mi encuesta. ¿Qué requerirías de un inmigrante extranjero, que ha llegado ilegalmente o no, si este quisiera optar por naturalizarse y ser ciudadano de tu nación de origen? Además del procedimiento inmigratorio descrito y legalmente establecido en la República Dominicana, ¿fijarías un examen oral compuesto por elementos históricos y cívicos? Incluso, ¿aunque tu o la gran mayoría de los ciudadanos de la nación no pudieran responderlo?
Hago esta pregunta porque estoy escribiendo en la era de los inmigrantes y de otros que aspiran a serlo. En un momento donde se estima que hay 272 millones de expatriados internacionales en todo el mundo. En una era donde en los últimos 50 años, el número de personas que viven en un país diferente al que nacieron, se ha triplicado. En la brecha donde la incertidumbre de los indocumentados habita como componente moral dentro de las iniciativas que lo colocan como la perfecta víctima. Justo al dorso del viento que siempre les sopla hacia el norte o hacia el oeste. Ahí y allí. Cuando lo ves a través de tu lente, ¿consideras natural, la naturalización? Y, ¿estás dispuesto a que otros la logren en tu nación de origen? Vamos. Sin ser puritano o hipócrita. Respóndete.