En sus conceptualizaciones, sermones y filípicas discursivas, prodigiosos sabios, sacerdotes, filósofos, pensadores y autores antiguos y coetáneos cruzados formulan exhortaciones para la “meditación”, particularmente en las púas de perforantes contratiempos individuales,o en festividades cristianas, cuando de veras suplican la reflexión.
Como herencia de ese carruaje lexical o dialectal, millones de seres humanos pronuncian, circunspectos en su errática, las dos palabras como sinónimos, singularmente cuando leen el Pequeño Larousse Ilustrado, que las define combinadamente como una “acción de meditar, reflexión”. Más que gramaticales o semánticas, son dos categorías filosóficas/psicológicas diferenciadas.
Esa tablilla testimonia que la sinonimia perfecta no existe -conforme sinólogos- o se explaya en escasos contenidos -para lingüistas- y que, en el flujo del avance científico y las nuevas especializaciones técnico-profesionales que nos regocijan, la sinonimia ha sido clasificada en connotación, contextual, conceptual y referencial. La reflexión y la meditación se atornillan en la sinonimia referencial (por su referente análogo y su variado significado), en virtud de que no se asientan en una relación idéntica o de igualdad. Argumentemos, en el techo de la disparidad, el planteo.
Reflexión: repasar en una introspección y en un debate interno de ideas, examinar juiciosamente, comparar y medir a una persona o un fenómeno.
Meditación: arte de tener la mente libre de contenido psíquico o desocupada de simbologías y representaciones visuales/auditivas, es decir, sin imaginar ni pensar. Es la técnica de poner el cerebro en descanso o reposo absoluto. Relajada totalmente, con la repetición de un mantra, hasta llegar a un estado de plena paz interior, felicidad, o sea, de éxtasis y ataraxia que en el yoga se conoce como Samadhi).
La meditación también se distancia de la concentración y la visualización. ¿En qué consisten ambos vergeles?
Concentración: centrar la atención mental o imaginación en una figura u objeto único, como el entrecejo, un bosque, la copa de un árbol, una flor, el mar, un río o el ombligo, cuando se practica el yoga. Podemos definirla como la unidireccionalidad pensativa.
Visualización: contemplar fijamente (Chidakasha y Sankalpa), por mandato del cerebro, un objeto exterior puesto en escena como una pantalla mental. Está comprobado que la visualización mental, conocida como “dietética del espíritu” y “ecología interior”, influencia los distintos circuitos neurológicos del cuerpo, para lograr un objetivo, como suprimir la ansiedad, reencontrarse con uno mismo y superar falencias personales reviviendo episodios relevantes, palabras de alto alcance espiritual o símbolos, así como aprender a perdonar y a transformar pensamientos negativos en positivos.
Podemos reflexionar (análisis de ideas y fenómenos, que hincha en la tensión), en las conmemoraciones de las fechas patrias, como el Día de Duarte, la Independencia Nacional o la Restauración de la República; en el penacho cristiano de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret; en el árbol iluminado de los rituales típicos de las navidades, o en la ranura de las peripecias personales, trances o percances nacionales e internacionales.
Y luego nos sumergimos en la meditación (ausencia de pensamiento, en un estado de relajación). Las dos categorías filosóficas/psicológicas coexisten y son intercambiables en la circularidad de contextos disímiles, nadando en el océano de sus temáticas, significaciones y objetivos.