Análisis de Thalif Deen
NACIONES UNIDAS, 5 ene 2021 (IPS) – Las Naciones Unidas, que acaban de celebrar su 75 aniversario, siguen estancadas en una de las regiones más volátiles política y militarmente del mundo: Oriente Medio. Prácticamente cada dos semanas, el Consejo de Seguridad tiene en su agenda como tema tan predecible como recurrente el de las consultas sobre esa región, una historia sin fin aparente.
Además, en tiempos recientes incluye el conflicto militar en Yemen, descrito como el peor desastre humanitario del mundo, con un estimado de 24 millones de personas -cerca de 80 por ciento de la población- requiriendo asistencia y protección, junto con las guerras civiles y las insurrecciones en Siria y Libia.
Pero la peor pesadilla del Consejo de Seguridad es el conflicto israelí-palestino -y la demanda de una patria palestina- que sigue sin resolverse después de más de 50 años de muerte, destrucción y discusiones.
Sin embargo, al difunto Yasser Arafat (1929-2004), líder de la Organización de Liberación de Palestina (OLP), se le ofreció el podio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) solo dos veces en su vida.
Cuando a Arafat se le negó una visa estadounidense para visitar Nueva York para dirigirse a las Naciones Unidas en 1988, la Asamblea General desafió a Estados Unidos al trasladar temporalmente el máximo organismo de formulación multilateral de políticas de la ONU a Ginebra, por primera vez en su historia.
Arafat, quien se había dirigido por primera vez a la ONU en 1974, atacó a Washington cuando precedió a su declaración diciendo que «nunca se me ocurrió que mi segunda reunión con esta honorable Asamblea, desde 1974, tendría lugar en la hospitalaria ciudad de Ginebra».
En su participación en 1974, el líder palestino evitó a los cientos de manifestantes a su favor y en contra fuera del rascacielos de cristal de las Naciones en Nueva York al llegar en un helicóptero que aterrizó en el jardín norte de la sede de la ONU junto al East River.
Cuando habló ante la Asamblea General, hubo informes confusos sobre si Arafat llevaba o no un arma en su funda, en la sede de la paz por excelencia, que aparentemente no era visible para los delegados.
Algunos aseguraron que se vio a Arafat “vistiendo el cinturón y la funda de su arma y quitándose la pistola a regañadientes antes de subir a la tribuna”. “Hoy, he venido con una rama de olivo y un arma de luchador por la libertad. No dejes que la rama de olivo se caiga de mi mano», dijo a la Asamblea. Pero hubo algunos delegados que negaron que Arafat llevara un arma.
Iftikhar Ali, corresponsal de la Prensa Asociada de Pakistán (APP) en la ONU desde hace mucho tiempo, que ha cubierto las sesiones de la Asamblea General desde 1971, dijo a IPS que el helicóptero de Arafat aterrizó en el jardín norte de la ONU alrededor de las tres de la madrugada.
Entre los que lo recibieron se encontraba el jefe de Protocolo de la ONU, el egipcio Aly Teymour, quien se encargó de todos los arreglos para que Arafat pasara la noche en la Secretaría General de la ONU debido a los riesgos de seguridad de alojarlo en un hotel neoyorquino.
El helicóptero que transportaba a Arafat fue el segundo en aterrizar; el primero probablemente fue un señuelo, dijo Ali.
“Había algunos camarógrafos presentes en esa hora sobrenatural y solo dos reporteros de los medios impresos: el difunto Tony Goodman, de Reuters, y yo. Arafat fue escoltado por miembros de seguridad al edificio de la ONU y al piso 38 del Secretario General, donde pasó la noche en un dormitorio temporal”.
Pero ese dormitorio no se había usado durante años, y el color del agua era marrón cuando se abrió el grifo del baño. Afortunadamente, no fue un intento de la inteligencia israelí de envenenar al líder de la OLP.
Pero ese dormitorio no se había utilizado durante años y el color del agua era marrón cuando se abrió el grifo del baño. Afortunadamente, no fue un intento de la inteligencia israelí de envenenar al líder de la OLP.
Entre las leyendas en torno Arafat está la de que, por considerarse un objetivo potencial de asesinato por parte de los israelíes, aparentemente nunca durmió en la misma cama dos noches consecutivas.
Mientras tanto, Palestina, a la que nunca se le otorgó el estatus de Estado miembro de la ONU de pleno derecho, protagonizó otro gran golpe de efecto cuando logró que el Grupo de los 77 (G77) de 134 miembros, la alianza política con mayor membresía de la ONU, le otorgó la presidencia rotatoria en 2018, pese a las muchas maniobras de la administración saliente de Donald Trump para evitarlo.
Nikky Haley, la tronante embajadora de Estados Unidos en las Naciones Unidas de la era Trump, advirtió a los Estados miembros que «anulará los nombres» de quienes voten en contra de los intereses estadounidenses en el organismo mundial, con la aparente e implícita amenaza de recortar la ayuda de Washington a los países que no se plegasen a los dictados estadounidenses contra Palestina.
Pero pese a esas amenazas 146 de los 193 Estados miembros votaron en la Asamblea General para ratificar a Palestina como el nuevo presidente del G77. Los 146 incluyeron algunos de los aliados occidentales más firmes de Washington, más cuatro de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: China, Francia, Reino Unido y Rusia.
Los únicos dos países que apoyaron tímidamente a Estados Unidos fueron Israel, su tradicional aliado, y Australia, un recién seguidor de los dictados de Estados Unidos.
Más allá de las vicisitudes de Arafat en la ONU, tuvo mayor suerte que algunos de los líderes más controvertidos del mundo, incluidos Saddam Hussein, de Iraq, Hafez al Assad, de Siria, su hijo y sucesor Bashar al Assad o y Kim il Sung, de Corea del Norte, y su nieto Kim Jong-un, que nunca lograron hablar ante ninguna sede de la ONU.
El líder libio Muammar Gadafi, sin embargo, sí hizo una visita a la ONU en septiembre de 2009. En su reporte sobre aquel acontecimiento el diario londinense The Guardian dijo que “aprovechó sus 15 minutos de fama en el edificio de la ONU en Nueva York”.
De hecho fueron más de 15 minutos porque el entonces líder libio extendió su discurso ante la Asamblea General por una hora y 40 minutos, muy por encima del tiempo asignado, para consternación de los organizadores de la sesión de la ONU.
Gadafi, quien gobernó Libia desde 1969 hasta su violenta muerte en 2011, estuvo a la altura de su reputación de excentricidady verborrea extrema, dijo The Guardian. Rompió una copia de la carta de la ONU ante los sorprendidos delegados de los miembros del foro mundial y acusó al Consejo de Seguridad de ser un organismo terrorista similar a Al Qaeda.
También pidió que los exgobernantes de Estados Unidos, George Bush (1989-1993), y de Reino Unido, Tony Blair (1997-2007), fuesen juzgados por la primera guerra de Iraq (1990-1991), exigió 7700 millones de dólares, en compensación por los estragos del colonialismo en África y se preguntó si la gripe porcina era un arma biológica creada en un laboratorio militar.
Por cierto, según un informe de noticias, había 112 grafías diferentes del nombre del líder libio, tanto en inglés como en árabe, incluidos Muammar el Qaddafi, Muammar Gaddafi, Muammar al Gathafi, Muammar El Kadhafi, Moammar el Kazzafi, Moamer El Qathafi, Mu’Ammar, Gadafi y Moamar Gaddafi, entre otros.
El diario The Wall Street Journal publicó una caricatura burlándose de la ortografía múltiple, con un reportero visitante, en una entrevista personal en Trípoli, diciéndole al líder libio: «Mi editor me envió para que averigüe si usted se llama Gadafi, Khaddafi, Gadafi, Qathafi o Kadhafi».
Es parte de la historia de momentos convulsos de la ONU, que en cualquier momento vivirán otro episodio similar.
T: MF