En un comentario reciente en la radio equiparaba al sacerdote Francisco Ozoria Acosta, arzobispo metropolitano de Santo Domingo, con uno de los cuatros hermanos de Jesús de Nazaret, Santiago, hijo de José y de María,como también lo eran José, Simón y Judas, y varias hermanas cuyos nombres no se consignan en los evangelios.
A Santiago, la primera cabeza de la Iglesia tras la crucifixión de Jesús, Reza Aslan, autor de una de las biografías del nazareno que traza una diferenciación exhaustiva entre el Jesús histórico y el Jesús evangélico,cuenta que “En Jerusalén, la ciudad que Santiago el Justo hizo su hogar tras la muerte de su hermano, era reconocido por todos por su insuperable devoción y su incansable defensa de los pobres. Personalmente, no poseía nada, ni siquiera las ropas que vestía, sencillas prendas de lino, no de lana. No bebía vino ni comía carne. No tomaba baños. Jamás una navaja había tocado su cabeza, como tampoco se había untado con aceites aromáticos. Se decía que pasaba tanto tiempo dedicado al culto e implorando el perdón de Dios para la gente que sus rodillas se habían vuelto tan ásperas como las de un camello”.
Santiago presidía la asamblea madre, que también era partidaria de la conversión de gentiles, pero tenía diferencias con las comunidades creadas por Pablo, que pregonaba que la fe bastaba para alcanzar el reino de Dios. Santiago entendía que la fe tenía que hacer coherencia con la vida y que sin obras era muerta.
Las famosas epístolas paulistas de privilegiado despliegue e el Nuevo Testamento, se escribieron en respuestas a las misiones que el Justo envió a las comunidades promovidas por Pablo, para tratar que la vida de todas las comunidades que se reunían en nombre de Jesús lo hicieran acorde con las directrices de la asamblea madre.
Es claro que fue él y no Pedro el primer sucesor de su hermano, y aunque el imperio romano se encargara de hacer prevalecer la historia que señala a Pedro como la piedra sobre la que se edificaría la nueva Iglesia, en evangelios no consíganos como canónicos como el deTomás, aparece la respuesta categórica de Jesús ante la pregunta de quién sería la cabeza cuando el Hijo del Hombre no estuviera: “Dondequiera que os hayáis reunido, dirigíos a Santiago, el Justo, por quien el cielo y la tierra fueron creados”.
Aslan sostiene que “Santiago fue asesinado porque estaba haciendo lo mejor que sabía: defender a los pobres y desamparados…”
Es lo que hace Ozoria cuando protesta que los planes de vacunación excluyan a los extranjeros ilegales asentados en el país, porque “la persona vale por lo que es”, no por la condición migratoria en que encuentre en un territorio.
Ha pensado y actuado así desde su consagración sacerdotal en marzo de 1978, y posteriormente como obispo y como arzobispo. Un pastor de almas no debe hacerlo de otro modo, pero un gobierno como un padre de familia, que administran recursos limitados, pueden ser solidarios pero antes que nada, tienen que suplir a los suyos.
El Gobierno dominicano debe hacer todo lo que esté a su alcance para auxiliar a los nacionales del país con el que compartimos la isla, a vacunarse porque sino lo hicieran representan una amenaza sanitaria para la República Dominicana, pero su prioridad tienen que ser los dominicanos. No imponer restricciones con una frontera ficticia equivaldría a fracasar en inmunizar ambas poblaciones.
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