Nadie ignora que la pandemia que azota la humanidad desde hace un año tiene un impacto demoledor en la economía mundial, con mayor rudeza en las naciones subdesarrolladas, como República Dominicana. Aquí, según datos de la CEPAL, la pobreza creció un 21. 7%.
El organismo regional estima que el total de personas pobres en América Latina y El Caribe ascendió a 209 millones a finales de 2020, 22 millones de personas más que el año anterior.
Ante ese panorama incierto de la realidad económica y social Latinoamericana, insta a crear un nuevo Estado de bienestar.
¿Cómo crear un Estado de bienestar en una región sacudida por la corrupción administrativa de gobiernos cuyos funcionarios se han enriquecido con el dinero público?
La secuela de la Covid-19 se manifiesta en diversos niveles de la sociedad en América Latina, empezando por el desempleo ante el cierre de las principales actividades industriales, financieras y del sector servicio.
Por esa razón, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), proyecta que ante la actual recesión económica en la región, su PIB tendrá una caída de -7,7%.
Observa además, que en 2020 la tasa de pobreza extrema se situó en 12,5% y la tasa de pobreza alcanzó el 33,7% de la población.
Los países latinoamericanos se verán obligados a recurrir a fuentes de financiamientos y de préstamos para poder salir hacia adelante, y así reactivar el aparato productivo.
Transparencia
Ahora más que nunca se requiere de gobiernos que manejen con transparencia y pulcritud los recursos públicos, como lo viene haciendo el presidente Luis Abinader, tras asumir el poder el 16 de agosto del 2020.
El festín corruptivo que ha caracterizado la administración de los recursos públicos por el liderazgo tradicional de la mayoría de los políticos en América Latina, tiene que ser extirpado.
No podemos atribuir solo a la actual pandemia el crecimiento de la pobreza en las naciones subdesarrolladas, hay que buscar otros factores como la inequidad social; corrupción pública y privada, debilidades institucionales, falta de transparencia y de políticas de incentivos a la producción, ausencia de programas de protección alimentaria, salud, educación, construcción de viviendas y bienestar humano.
A ello, se suma la brecha digital que todavía impacta contra las economías más pobres, impidiendo que millones de jóvenes no tengan acceso a una computadora.
“Los gobiernos de la región implementaron 263 medidas de protección social de emergencia en 2020. Estas alcanzaron al 49,4% de la población, aproximadamente 84 millones de hogares o 326 millones de personas. Sin esas medidas, la incidencia de la pobreza extrema habría alcanzado el 15,8% y la pobreza el 37,2% de la población”, dice el informe reciente de la CEPAL.
Los efectos del Coronavirus desnudan y retratan con crudeza la realidad social imperante en nuestra región, y también muestran otro contraste de la civilización moderna y de los extraordinarios avances alcanzados.
¿Alimentos al Zafacón?
Un estudio de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) divulgado recientemente advierte sobre las consecuencias en el aumento de la pobreza a partir del desperdicio de alimentos.
Precisa que el 61% ocurre en los hogares, mientras que el servicio de alimentos representa el 26% y los minoristas el 13%.
El 17% de los alimentos producidos a nivel mundial, equivalente a unas 1.030 millones de toneladas, se desperdicia cada año, determinó la investigación de la ONU difundida la semana pasada.
Estados Unidos y Gran Bretaña están entre las naciones industrializadas donde se desperdicia la comida, pero también, ocurre en hogares de países pobres por falta de refrigeración.
“Muchos países no han cuantificado su desperdicio de alimentos, por lo que no comprenden la magnitud del problema”, explica Clementine O’Connor, del Programa de Medio Ambiente de la ONU y coautora del informe.
La modernidad debe auspiciar un mundo más equilibrado e inclusivo.
Artículo de Manuel Díaz Aponte