Charles Rivière-Herard, el presidente haitiano que en marzo de 1844 cruzó a la parte este con la finalidad de “poner la casa en orden”, como ya lo había hecho en 1843, pero ahora retornaba con intenciones más aleccionadoras, porque lo que aplacó anteriormente era una amenaza, pero ahora los de parte española se les había ido la mano, proclamando la separación de Haití, y él les había advertido que dejaran eso sin efecto, que se evitaran que viniera de nuevo en persona a hacerlos entender porque de lo contrario los propiciadores no hallarían donde colocar sus cabezas.
El año anterior el cabecilla de la conspiración se le había salvado en tablitas, escondiéndose y luego huyendo hacia una de las islas y el movimiento lo había retomado otro que se había hecho el muerto, pero ahora los buscaría donde estuviesen y al que encontrara muerto lo volvería a matar.
Todo sería pan comido, aunque hubiera más dificultad que el año anterior en la que prácticamente no tuvo ninguna, y ya lo tenían informado de lo que estaba ocurriendo de este lado con el sólo anuncio de que él estaba en camino: el miedo que era libre se apoderó de una gran parte de los habitantes de la parte Este que empezaron a huir despavoridos para donde pudieran.
Pero a Rivière no le habían contado toda la verdad, y era que en camino a darles la recepción había un dominicano cojonudo que acompañado de un ejército de compadres, amigos y peones armados con lo que encontraran iban dispuestos a matar y a morir por la patria, como lo hicieron el histórico 19 de marzo de 1844 demostrándole al caudillo haitiano que ya la pava no pone donde ponía.
El gesto del hatero que salió a recibir a los haitianos para darles su merecido inoculó de valor y coraje a muchos otros dominicanos que fueron uniendoseles camino hacia Azua, en el lugar que estaba pautada la cita con la historia.
En 1843 Rivière entró tranquilo por Dajabón y salvo el hecho de que se encontró con una población que hablaba un idioma diferente y cultura distinta, recorrió el Norte como Pedro por su casa, hasta llegar a Santo Domingo sin ninguna dificultad.
Ay, pero que distinta a su segunda incursión donde en el primer enfrentamiento con el ejército de Santana contó 300 muertos, y lo dejó en número redondo, pero eso sí, desde que reorganizara su ofensiva esos muertos su ejército, incomparablemente superior al dominicano, los iba a cobrar con crece. Esos hijos de su madre sabrían lo que es peine en cabello malo, ahora si es verdad que a esos carajos había que aplastarlos sin piedad.
Con esas intenciones se precipitó al día siguiente sobre Azua, pero el hatero supo más que él. No se quedó a esper por la ira de un enemigo superior que con un solo tizón le habría prendido fuego al villorrio de casuchas de canas con tejemaní que era Azua, dejándolos totalmente desguarnecidos y a merced del ataque salvaje de los invasores.
Que cuerda la de tomar Azua sin encontrar a nadie a quien escarmentar, pero eso se solucionaría adentrándose hasta Santo Domingo, no importa que Santana y su gente se lancen al fondo del mar porque allá los perseguirían.
Más frustración al percatarse que no había sido una huida sino un repliegue táctico que estancó y derrocó la invasión haitiana.
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