A Eddy Olivares
Al ritmo que van las cosas, un político no podrá aspirar a la mayoría de las posiciones públicas en aras de la institucionalidad, la democracia y la transparencia, porque sólo los que no tienen militancia, los llamados independientes, burócratas, tecnócratas y “sanky panky” de la sociedad civil, estarán aptos, tal vez hasta constitucionalmente.
Derechos fundamentales de muchas personas están siendo negados por ser miembros de tal o cual partido.
Los miembros de la Junta Central Electoral, de la Cámara de Cuentas, Defensor del Pueblo, entre otras instituciones del Estado, no pueden estar integradas por miembros de ningún partido político, como si fuera un crimen. ¿Por qué? Me pregunto. Se supone que todos los ciudadanos tenemos los mismos derechos y deberes, que si yo reúno los requisitos profesionales, éticos y morales para ocupar un cargo nadie me lo puede impedir por ser militante, dirigente o simpatizante de un partido, llámese como se llame, de izquierda o derecha. Los derechos son inalienables.
La probidad de una persona no está determinada por su militancia partidaria o religiosa, sino por su conducta social. Los sinvergüenzas están en todas partes. En los partidos, las iglesias, las organizaciones de la sociedad civil, etc. Entre los médicos, ingenieros, periodistas, abogados, obreros, campesinos, amas de casa, etc., hay toda clase de persona, buenos y malos, serios y charlatanes. La conducta humana no está determinada por su filiación política o religiosa.
Nos han vendido la idea de que un político es un oportunista, sinvergüenza, chaquetero, ruin, desleal, mentiroso, demagogo y ladrón. Y los hay, pero no debemos generalizar. En los partidos hay hombres y mujeres honestos y capaces, con gran vocación de servicio, dispuestos al sacrificio, a ofrendar sus vidas si fuera preciso, en beneficio de su pueblo. ¡Hay de todo en la viña del señor!
Los partidos están en crisis, los políticos desacreditados por ellos mismos. Sin embargo, sin los partidos y sus dirigentes es imposible gobernar un país. El problema no está en un partido o en otro, el problema es social; no son los políticos los que marchan mal, es toda la sociedad. Anular a un ciudadano por su condición política como sucedió con Eddy Olivares, no creo sea saludable, al contrario, es perjudicial. Prefiero a un militante partidario que a un independiente caza fortuna, oportunista que espera los políticos hagan el trabajo para luego medrar a la sombra.
Conozco abogados, periodistas, médicos, ingenieros, locutores, etc., que no sirven ni para echárselos a los perros. Pero también conozco otros que son ejemplos de capacidad profesional y rectitud moral. La cuestión no es si usted es miembro o no de un partido, la cuestión está en su hoja de vida, en su práctica social.
Fortalecer la institucionalidad y la democracia no es negarles a los políticos tal o cual posición pública, es fortalecer los mecanismos de control, combate a la corrupción, y de transparencia, de tal modo que nadie pueda cometer un delito o un crimen sin sanción. Lo que debemos crear es un régimen de consecuencias en el Estado.
Un hombre o una mujer actuaran conforme a sus convicciones no importa donde estén desempeñando sus labores. Usted siempre podrá negarse a cometer un crimen, porque como dijera el poeta, “uno no siempre hace lo que quiere, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”, porque “una cosa es morirse de dolor y otra es morirse de vergüenza”. La opción es individual. Decir “no” o decir “si” depende de usted, no de mí.
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