Luis Abinader es la antítesis del presidencialismo tradicional que ha dominado la cultura política dominicana desde la fundación de la República. Lo primero que ha hecho el presidente es renunciar a la excusa de la guitarra y el violín, empeñándose en asumir y poner en práctica, aún en medio de las difíciles circunstancias actuales, sus propuestas programáticas y sus promesas de campaña.
Desde un principio ha renunciado a la fascinante tentación de convertirse en un gobernante mesiánico, que todo lo sabe, que todo lo puede y que generalmente tiene la primera y la última palabra. Por el contrario, Abinader consulta, escucha y rectifica cuando percibe que se ha equivocado o que algo anda mal en su administración, actitud que algunos críticos definen erróneamente como un gesto de debilidad o incoherencia.
Ha sido consecuente con su reiterado compromiso de encabezar un gobierno respetuoso de la división de los poderes, reflejado en su decisión de apoyar la autonomía de la Justicia y la independencia del Congreso. Y probablemente en contra de sus sentimientos más profundos se ha resistido a los reclamos de que sea solidario con sus colaboradores involucrados en conflictos judiciales o de que “baje la línea” a la mayoría legislativa de su partido para resolver algunos temas controversiales pendientes de decisión del Poder Legislativo.
Tal es el caso de las tres causales, posición con la que ha estado consistentemente identificado desde el año 2014 cuando defendió el derecho de la mujer a recurrir a la interrupción del embarazo por violación o incesto, cuando esté en riesgo su vida o cuando el feto sea inviable, procedimiento médico aceptado en todos los países del mundo, con excepción de Honduras, El Salvador, Nicaragua, Surinam, Haití, Malta y República Dominicana.
También se ha cuidado de no incurrir en la práctica del nepotismo, que implica otorgar posiciones de preminencia a los miembros de la familia presidencial, o hacerse de la vista gorda cuando sus allegados se sirven con la cuchara grande en los negocios del Estado, como nos recuerdan algunos escandalosos expedientes ventilados recientemente por la justicia dominicana.
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Cumplirle al país contra viento y marea
A pesar de tener la colosal excusa de la pandemia y el colapso económico que ha implicado, Abinader está haciendo un esfuerzo extraordinario para cumplirle al país, concluyendo o iniciando obras públicas esenciales en todo el territorio nacional, apoyando a los sectores estratégicos de la economía o asumiendo un proyecto socialmente trascendente como la inclusión adicional de dos millones de dominicanos al Seguro Familiar de Salud, asegurando de este modo que la salud pública sea universal y gratuita.
Igualmente ha cumplido cuando promueve la austeridad del gasto público, renunciando a percibir al salario presidencial y los gastos de representación; cuando acuerda junto a su esposa Raquel Arbaje, suprimir el despacho de la Primera Dama; y cuando dispone la fusión o eliminación de decenas de entidades con duplicidad de funciones, ahorrando al Estado millones de pesos que le permiten aplicar su tesis de “ahorrar donde hay excesos e invertir donde es necesario”, como hizo en los primeros tres meses de gestión, al lograr un ahorro de 16 mil millones de pesos.
Pero también cuando personalmente pone en marcha desde la presidencia el programa Burocracia Cero en interés de impulsar la inversión, la competitividad y el desarrollo económico, siguiendo los modelos de países con mayores facilidades para hacer negocios, encabezados por Nueva Zelanda, Singapur, Hong Kong, Dinamarca, Corea del Sur y Estados Unidos, según la clasificación del Banco Mundial.
Y la mala noticia es…
Ciertamente que el presidente no está en capacidad por si solo de asegurar el cumplimiento pleno de sus grandes objetivos de transformación social e institucional, porque su ámbito de actuación es limitado, si no logra replicar su agenda de gestión y su estilo de trabajo en una buena parte de la administración pública.
Tareas prioritarias y con un fuerte potencial de ruido, como elevar la capacidad de respuesta de la burocracia estatal y facilitar la inserción en puestos públicos de los dirigentes del PRM , no dependen del Poder Ejecutivo, sino de la disposición de los principales responsables de la instituciones centralizadas y descentralizadas del gobierno de replicar en sus respectivas áreas, el sentido de compromiso y la vocación de servicio que ha puesto en práctica el actual mandatario.
No estaría mal, por ejemplo, que los principales colaboradores de Abinader imiten su práctica cotidiana de transparencia y rendición de cuentas, desarrollando políticas eficientes de transparencia y divulgación de las actividades institucionales en cada área de la administración.
De eso se trata cuando hablo de hacer un gobierno a imagen y semejanza del presidente Luis Abinader.
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