En el momento de su designación como cabecilla de este grupo, Macorís tenía su negocio propio y pertenecía a una categoría social y política superior a la de sus predecesores.
El lunes 31 de mayo de 1971, el Frente Democrático Anticomunista y Antiimperialista, mejor conocido como “La Banda”, convocó una rueda de prensa para informar que pondría fin a su accionar violento en los barrios de Santo Domingo, para satisfacer el reclamo de amplios sectores de la sociedad que exigían a las autoridades detener la cacería sangrienta desatada por sus integrantes contra grupos de izquierda, desde su presentación en la escena pública a principios de ese año.
En esta actividad se anunció el relevo de Constantino Félix por Eddy de la Cruz Candelario, como jefe de La Banda y la constitución de una nueva directiva compuesta por Moisés Arias García, secretario de organización; Fernando Adolfo de Castro, secretario de actas y correspondencias; Miguel Mata Peña, secretario de finanzas; Rafael de Castro, secretario de prensa y propaganda y Timoteo Calderón, secretario de quejas y conflictos.
También, como vocales, Ignacio Loyola Arias (Carabina), Julio César Hernández (Colorao), Francisco Antonio Diloné (Cabeza), Francisco Corporán (Frank el loco), Miguel Mejía Salazar (Muñeco), Salomón Soriano Martínez (Come Hierro), Miguel Reyes Báez (Fantasma), Julio T. (Malapalabra), Francisco A. Mota Jiménez, Luis Enrique de la Cruz, Juan Ignacio Vargas Bautista, Julio César Mejía, José Lucía Rodríguez, Wilfredo Vargas Nova, Rafael Enrique Ariza, Pedro Antonio Ramírez y Héctor Bienvenido Martínez.
En esta reunión informativa, De la Cruz Candelario deploró que La Banda tuviese una pésima imagen pública debido al repudio colectivo que había generado sus actos criminales y propugnó por un proceso de rectificación que reorientara sus pasos conforme a una conducta de respeto absoluto a las libertades públicas y la integridad corporal de la persona.
Sin embargo, apenas 17 días después de que el cabecilla de esta organización parapolicial se comprometiera a modificar su perfil delincuencial, ésta reanudó su accionar violento, hiriendo el 16 de junio de gravedad a un joven de 19 años, llamado Juan Bautista Polanco (alias Juan Memelo), militante del Movimiento Popular Dominicano (MPD), quien recibió cinco balazos mientras caminaba junto a una chica de nombre Celina Cruz por una de las calles del ensanche Capotillo.
La violencia volvería a cobrar otra víctima el martes 22 de junio en la persona de un joven mecánico de nombre Carlos Luis Lamouth González, quien fue acribillado poco después de que saliera del lugar donde estudiaba, en dirección al hogar.
Se trató de un acto de venganza por la muerte de Ramón Eduardo Ferreiras Colón (alias Gallito) y Julio César Hernández (Colorao), quienes habían sido asesinados a tiros el día anterior frente a la escuela Fidel Ferrer del ensanche La Fe.
Durante el velatorio del mentado Gallito, en la casa número 59 de la calle Alexander Fleming del ensanche La Fe, La Banda obstaculizó la labor de la prensa y amenazó de muerte al conocido periodista Plinio Bienvenido Martínez, de Radio Mil Informando.
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El reportero en ejercicio fue intimidado por el forajido Salomón Soriano Martínez, mejor conocido como “Come hierro”, quien le advirtió que si no se retiraba del velatorio le daría dos balazos; dejándolo sin otra alternativa que refugiarse en su vehículo y realizar su labor desde prudente distancia.
Macorís entra a La Banda
El 23 de julio de 1971 se produjo el anuncio público del desplazamiento de Eddy de la Cruz Candelario de la jefatura del autoproclamado “Frente Democrático Anticomunista y Antiimperialista”, para poner en su lugar a Ramón Pérez Martínez (Macorís). Esa información fue reseñada en el desaparecido diario vespertino “Última Hora”, de la siguiente manera: “El hombre clave en La Banda ahora es de apodo Macorís y fue un militante de agitación y propaganda del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, así como comandante constitucionalista durante la revolución del 24 de abril”.
Y agregaba que “La selección de Macorís tuvo lugar durante una asamblea de miembros de La Banda que se realizó en la escuela República Dominicana, en la barriada de Villa Juana, un sector donde menudean los jóvenes adictos a la organización que auxilia en la persecución de izquierdistas y demás opositores a la Policía”.
En el momento de su designación como cabecilla de este grupo, Macorís tenía su negocio propio y pertenecía a una categoría social y política superior a la de sus predecesores, Constantino Félix y Eddy de la Cruz, y figuraba en la nómina de empleados del Ayuntamiento del Distrito Nacional, dirigido por el síndico Manolín Jiménez.
En esa corporación edilicia se desenvolvía como jefe de un departamento que conducía con energía, originando miedo en sus subalternos, quienes llegaron a tenerle mucha animadversión por ser un funcionario temperamental y represivo que trataba de manera brutal a los obreros. Sin embargo, no dejaban de reconocer que era persona inteligente y relativamente educada.
Según se dijo la selección de Macorís como figura principal de La Banda, tenía el propósito de sacar de sus filas a personas “indeseables”, como un tal Ignacio Loyola (Carabina), quien acababa de agredir a tiros a una mujer y a un niño, además de secuestrar a un joven de una clínica del ensanche La Fe y llevarlo herido al hospital Marión.
En su primera declaración pública, Macorís reveló que reestructuraría esa organización y pondría su local en la calle El Conde de la zona colonial. Y también dio a conocer su plan de convertir La Banda en una institución con presencia nacional y estructuras en las principales provincias, aunque se concentraría primero en su proyecto de instalar comités en los liceos públicos y en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde estimaba que tenía muchos simpatizantes porque los jóvenes repudiaban la violencia y el comunismo.
Agregó que era su propósito enrumbar a sus seguidores por el camino del respeto a la ley y el orden, aunque se quejó con los periodistas por su insistencia en utilizar el término “la banda” para identificar a su grupo. Su lamento lo expuso en un tono amenazador, pues dijo que tenía pensado llevar a los tribunales a los comunicadores que insistieran en difamarle o injuriarle, ya que conocía muy bien la ley de expresión y difusión del pensamiento.
Debido a su antigua relación con el Movimiento Revolucionario 14 de Junio, Macorís consiguió que varios de sus ayudantes procedieran de las filas de los grupos de izquierda; por lo cual, La Banda adquirió durante su regencia la imagen de una asociación de renegados izquierdistas que hacía causa común con el gobierno de Balaguer, aplicando el criterio de que “la tranquilidad viene de tranca” y que el terror es un medio para aplastar disidencias y acallar las críticas contra el sistema imperante.
Macorís llegó a ser el único cabecilla de la banda que utilizó un medio televisivo para denostar a quienes consideraba sus adversarios. Eso ocurrió el 28 de agosto de 1971, cuando acudió al programa “El Pueblo Cuestiona”, que se transmitía por el canal 7 de Rahintel, producido y conducido por el destacado periodito Ercilio Veloz Burgos, y desde ese escenario dirigió un mensaje a la nación para acusar con increíble atrevimiento al líder opositor Juan Bosch de ser el responsable de la violencia que azotaba el país.
Nuevos hechos de sangre
El primer asesinato durante la gestión de Macorís ocurrió el jueves 29 de julio en el barrio de Guachupita, donde cayó abatido a balazos el joven albañil José Luciano Mieses, por negarse a pertenecer a la banda. Trece dias después sería asesinado Ramón Peña Bueno, miembro de esa organización, ultimado por varios disparos de pistola realizados por un vecino suyo del sector de Villas Agrícolas, de apellido Encarnación, que había recibido maltratos de la banda.
Peña Bueno falleció en el hospital Darío Contreras, donde había sido llevado de emergencia durante la madrugada del 11 de agosto.
Con mucha dificultad la prensa logró conseguir datos de ese suceso, pues cuando los reporteros se apersonaron al centro de salud se encontraron con la penosa realidad de que el cadáver había sido tapado con una sábana y estaba custodiado por varios componentes de la entidad parapolicial que advertían con gesto hostil que no se le podía tirar fotos.
Un nuevo suceso ocurrió la noche del miércoles 8 de septiembre de 1971, cuando miembros de la banda asaltaron y destruyeron el salón de belleza Daysi, situado en la calle 29 No. 64 del ensanche Espaillat y amenazaron con dar muerte a tres niños menores de edad, hijos de Daysi Pérez, propietaria del negocio.
La señora Pérez denunció que esa misma noche los rufianes saquearon el local y amenazaron con regresar para quemarlo, y que a su paso por allí, hirieron en el cuello de una cuchillada a una niña de 13 años y golpearon a varias muchachas que estaban viendo una película en el televisor del salón.
Después de innumerables atropellos y muertes, fue asesinado Ignacio E. Vargas (Johnny), un expolicía que residía en la calle Yolanda Guzmán No. 230 y era sindicado como el jefe de la banda en el ensanche Espaillat.
Johnny fue abatido a tiros por cuatro hombres que pertenecían al comando revolucionario “Luis Manuel Naut”, y durante la exposición de su cadáver en el hospital Francisco Moscoso Puello, se vio a un impetuoso líder de la banda que intentaba impedir que la prensa hiciera su labor de recoger las incidencias sobre esa muerte. Allí Macorís vociferaba palabras hirientes contra el periodista Silvio Herasme Peña, del noticiario de Radio Mil Informando, a quien acusaba de ser un enemigo feroz de su grupo, mientras éste permanecía en silencio escuchando sus diatribas y amenazas contra la prensa, por no destacar de manera apropiada el asesinato de su compañero, mientras mostraba parcialidad con la oposición dando singular cobertura a las muertes de los dirigentes de izquierda.
Hay que hacer un paréntesis para decir que sin la prudencia de Herasme Peña, aquel escenario se hubiese teñido con la sangre del periodista.
Denuncian atrocidades de la banda
Otro hecho relevante fue la agresión sistemática de este grupo parapolicial contra la familia González Pocker del Ingenio Quisqueya, en San Pedro de Macorís, que provocó que uno de sus miembros -el empresario agrícola Carlos Magno González- tuviese que salir del país para refugiarse en Puerto Rico y así librarse de la furia de la banda.
Mientras eso pasaba en el Ingenio Quisqueya, Michael Arnow, un antiguo voluntario del Cuerpo de Paz estadounidense que había laborado en nuestro país, publicó una carta el 15 de septiembre de 1971 en el periódico “The Washington Post”, donde criticaba a los Estados Unidos por la ayuda económica que ofrecía al país, que estaba contribuyendo a fortalecer la seguridad interna y la estabilidad de un gobierno que se sostenía en base a la violencia.
Arnow reveló que esa asistencia económica se empleaba en la tarea de “aterrorizar, sobornar y asesinar a los miembros de la oposición izquierdista”. También denunció que “la Policía Nacional utiliza una pandilla para dominar a los izquierdistas”, y añadió que el régimen de Balaguer había organizado grupos represivos como la banda, los incontrolables y la mano, cuya principal tarea había sido destruir todo el que se opusiera al continuismo.
Se debe decir que fueron muchas las actividades que se hizo en el exterior contra la banda, siendo la más trascendente ejecutada en Nueva York y Washington por el doctor José Francisco Peña Gómez y su partido, quienes movilizaron la opinión pública y se granjearon el apoyo de importantes figuras del Congreso norteamericano, como los senadores James William Fulbright y Frank Church.
También sobresalió en la ciudad de los rascacielos, la seccional perredeísta dirigida por Winston Arnaud Guzmán, José Ovalle Polanco y Rafael Trinidad, quienes organizaron un comité de defensa de los derechos humanos que denunció allí y en las Naciones Unidas las atrocidades cometidas por la banda en la República Dominicana.
Ese comité advirtió que “el terrorismo en el país estaba consustanciado a la existencia y desenvolvimiento del gobierno de Balaguer” y que la base de sustentación de la administración reformista descansaba en el uso abusivo de la fuerza y la represión política ejercida por parte de las instituciones castrenses y la Policía contra los opositores.
De acuerdo a la denuncia, la represión había cobrado un matiz desvergonzante porque no había respeto a la vida del ser humano en un lugar donde cualquier militar hacía uso de su arma de reglamento contra un civil alegando después que lo hizo para proteger el Estado y contra el comunismo.
La campaña contra la banda en el exterior fue alabada por el profesor Juan Bosch, presidente del partido blanco, en una carta que le envió al doctor Peña Gómez el 5 de octubre de 1971, para felicitarlo por el trabajo político realizado en los Estados Unidos y Europa y por la efectividad de la denuncia sobre las actividades de la banda.
Bosch consideró que Peña Gómez desde París, donde realizaba un doctorado en Derecho Constitucional, hizo una campaña demoledora que había “parado en seco el terror”, al lograr que se constituyera una comisión de personalidades estadounidenses que viajó a la República Dominicana a expresarle a Balaguer su condena por la violencia que generaba el accionar de la banda.
En un editorial del 31 de agosto de 1971, The Miami Herald señalaba que “la imagen del doctor Balaguer ha cambiado con el tiempo desde la figura capaz de producir medidas de estabilidad, a la de un hombre que se apega con dureza al orden hasta el extremo de que la discrepancia es suprimida”. Y añadía que había temores de que el continuismo degenerase en dictadura, por lo que le pedía al gobernante Dominicano que aclarara “la atmósfera introduciendo la prometida reforma constitucional que prohíba la reelección”.
Ese mismo diario había publicado un trabajo anterior firmado por su editor latinoamericano, Don Bohnnig, que señalaba que las prácticas terroristas de la banda contaban con la aprobación del presidente Balaguer.
Un planteamiento similar hizo el influyente diario The New York Times, en un trabajo firmado por su periodista Alan Riding, quien señaló que la creación de un grupo de mercenarios en Santo Domingo obedeció al plan continuista del presidente dominicano y que “el general Pérez y Pérez, según se presume siguiendo instrucciones del doctor Balaguer, ha realizado una ofensiva contra la extrema izquierda utilizando a civiles terroristas agrupados en una organización llamada la Banda, para eliminar muchos de los líderes comunistas”.
Una acción detestable de esa pandilla, que conmovió la conciencia pública, fue herir de un balazo en la espalda al adolescente Giovanny Mateo, de 15 años de edad, simpatizante del Movimiento Popular Dominicano (MPD), quien rehusó afiliarse a ese grupo. La bala le penetró debajo del pulmón derecho y salió por el estómago, tras perforarle el diafragma.
Ese muchacho fue herido por varios pandilleros que violaron su hogar y penetraron en su habitación, en la calle Altagracia esquina Enriquillo, de Villa Francisca, para sacarlo a la fuerza y utilizarlo en la búsqueda de un pistolero apodado “Botín”. Entre sus captores estuvo el teniente Oscar Núñez Peña, quien junto al apodado “Botín”, lo llevaron a una pensión de la avenida Duarte, frente al Coliseo Brugal, donde lo esperaban cuatro mujeres que señalaron que aquella operación era un servicio especial que le hacían al jefe de la Policía. “Botín” había sido militante del grupo Plinio y se convirtió en mercenario luego de ser “convencido” en la cárcel para que cooperara con la banda, siendo libertado y enrolado en el grupo con el sueldo de cien pesos mensuales.
Otra escena impactante y sobrecogedora en la historia de La Banda ocurrió la noche del 24 de agosto de 1971, en que fueron apresados y luego asesinados los jóvenes Ascanio Pérez Delgado y Danilo Magallanes Alcántara, del barrio de Guachupita, por unos bandoleros apodados “Chino” y “Felito”, quienes tiraron sus cadáveres en un dogout del antiguo estadio de beisbol del liceo Juan Pablo Duarte.
Igual de impresionante fue el dramático ahorcamiento con un cordón de plancha y en el baño de su casa, de la anciana Catalina Ortiz, quien decidió ese trágico desenlace porque la banda había apresado a su hijo Héctor Antonio Ortiz Jáquez, uno de los ideólogos emepedeístas del secuestro del coronel Donald Joseph Crowley, agregado militar de la embajada de Estados Unidos en el país.
La señora Ortiz vivía en casa No. 29 de la calle 8, en el ensanche Luperón y su entierro fue una expresiva manifestación de solidaridad y afecto, pese a la lluvia de tiros lanzada por la Policía para dispersarlo.
También fue conmovedor el asesinato de cinco jóvenes deportistas del club Héctor J. Díaz durante la madrugada del 9 de octubre de 1971. Se llamaban Rubén Darío Medrano, de 16 años; Reyes Andrés Florentino, de 18; Víctor Fernández Checo, de 18; Gerardo Bautista Gómez, de 18 y Radhamés Peláez Tejeda, de 21, residentes en el barrio 27 de Febrero
Ese crimen cobarde fue atribuido en principio a la banda; pero luego de una profunda investigación fue responsabilizado el teniente de la Policía Virgilio Álvarez Guzmán.
Se pudo comprobar que el referido oficial dirigió personalmente la patrulla policial que dio muerte a esos jóvenes cuyos cuerpos fueron mutilados y esparcidos en distintos lugares de la capital, provocando consternación y vigorosas protestas que determinaron la destitución del general Pérez y Pérez como jefe de la Policía y que fuese relevado por el general Neit Rafael Nivar Seijas, su fuerte rival dentro de las Fuerzas Armadas.
Fue Nivar Seijas quien procedió a desmantelar el aparato parapolicial que se había creado, apresando al teniente policial Oscar Núñez Peña, a Ramón Pérez Martínez (Macorís) y a los demás miembros de la plana mayor de la banda, que fueron enviadas a la cárcel de La Victoria y traducidos a los tribunales de justicia acusados de asociación de malhechores y porte ilegal de armas de fuego.
Pérez Martínez logró salir en libertad en los primeros días de marzo de 1972, tras ser descargado por un tribunal de primera instancia, y luego se refugió en la Nunciatura Apostólica de la Santa Sede, donde encontró la protección del nuncio, monseñor Luciano Storero.
El representante en el país de la Santa Sede convenció al periodista Salvador Pittaluga Nivar y al arzobispo coadjutor de Santo Domingo, monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito, para que emprendieran una gestión mediadora que facilitase la salida de Macorís del país, para evitar que fuese fusilado en la cárcel o en la calle (donde ya se encontraba).
Se debe recordar que ya habían sido acribillados en circunstancias nunca aclaradas, el exsargento policial Domingo Núñez Almánzar (Tito), mientras se encontraba en su casa del sector de Villa Duarte escuchando un juego de béisbol y Domingo Cuello, alias Kaki, ambos vinculados a la banda.
Luego de la salida de Macorís del país, ocurrió la muerte del jefe militar de la banda, teniente Oscar Núñez Peña, quien el viernes 30 de junio de 1972 se dio un tiro en la sala de su casa, en un barrio de Santo Domingo.
El exmilitar había caído en desgracia, pues Nivar Seijas desde que asumió la jefatura de la Policía ordenó el desmantelamiento de su grupo y lo relacionó con el crimen de los cinco jóvenes del club Héctor J. Díaz.
Por ese motivo fue apresado y dado de baja en la Policía, aunque su situación mejoró de inmediato al ser nombrado vicecónsul en Ponce, Puerto Rico. Sin embargo, Núñez Peña nunca estuvo conforme con la vida civil y se veía casi siempre enfadado, nervioso y hasta paranoico. De tal manera que maltrataba constantemente a su esposa, la señora Ana Celeste García, a quien le propinó una cachetada minutos antes de suicidarse con su revólver calibre 38.