“Tenemos la oportunidad de crear juntos un futuro distinto y más ecuánime”.
Detesto la vulgaridad. Necesitamos abrirnos al orbe y reabrirnos entre sí, con el fin de ampliar horizontes y combatir los insanos aislamientos, con la fuerza de las palabras y los abecedarios de la comprensión, que es lo que verdaderamente nos refuerza los vínculos. Para empezar, nunca es tarde para crear y recrearnos en sueños digeridos y dirigidos, gracias a la imaginación, dejándonos sorprender por el arte de la dicción. Pensemos que, en los anhelos del amanecer de cada día, prenden los entusiasmos más sublimes, aquellos que nos hacen repensar sobre un medio ambiente saludable, pero también implicándonos cada uno desde su experiencia, iniciativas y capacidades. A propósito, estoy convencido de que toda evolución nos requiere de motivaciones reflexivas, inspiradas en el tesoro de la poética que desprenden nuestras huellas como linaje.
Sin duda, tenemos que avivar más esta inspiración, bebiendo del conocimiento de nuestros predecesores. En este sentido, todo está en los libros. Sólo hay que sumergirse en ellos para cultivarse y entretenerse, para revivirse y emocionarse, cambiar de actitudes y tomar la orientación debida. Desde luego, tenemos que adaptarnos a una nueva época de grandes sobresaltos, puesto que nos encontramos al borde del abismo, pero sin olvidar nuestras raíces, nuestra razón de ser en la lucha conjunta, para poder salir de este precipicio en el que nos hallamos. Las dificultades siempre han existido. Por eso, resulta fructífero retroceder a través de la memoria para interrogarse y, así, poder continuar haciendo el camino de los sueños. La esperanza jamás debemos perderla. Es nuestra razón de vida. En cualquier caso, tampoco podemos quedarnos anclados en el dolor, y menos en los lamentos. En consecuencia, renacer es de humanos para poder continuar interactuando, sosteniendo nuestros propios valores y nuestra personal identidad.
Indudablemente, hay que motivarse y activar los esfuerzos en comunidad, pensar en el rol de cada uno frente a los demás, en un orbe con una fuerte carga de complejidad e incertidumbre. Por eso, es menester innovar reevaluando el pasado, abriendo nuevos espacios de relación que permitan avanzar hacia grandes transformaciones, que nos vinculen hacia otros modos de vida y maneras de vivir, más respetuosos con nuestra propia naturaleza. Desde luego, necesitamos líderes humildes que activen otras formas más sensibles, menos interesadas y más de donación hacia los vulnerables. Claro está, en medio de una crisis planetaria tan profunda como la actual, lo que se requiere es un mundo abierto y reintegrado, capaz de superar las divisiones, mediante el acercamiento de una ciudadanía sin ataduras, dispuesta a compartir vivencias, sin sumisiones ni desprecios.
Por desgracia, a poco que demos una ojeada por el mundo que nos circunda, descubriremos el estado de confusión del ser humano, más empeñado en dominar que en someterse, en aglutinar poder en lugar de servir, en acaparar y no compartir ni donarse; con la consabida deshumanización que esto origina. Sea como fuere, tenemos la oportunidad de crear juntos un futuro distinto y más ecuánime. Por eso, este es un momento que pone a prueba nuestra capacidad humanitaria. Hasta ahora las políticas sociales, apenas han movido pieza por reducir las desigualdades. Nos falta espíritu solidario y nos sobra egoísmo. También carecemos de entusiasmo real, como agentes de cambio activo que somos, dispuestos a promover otras metodologías de trabajo y del mercado laboral en general, encaminado a una protección más eficaz del medio ambiente, con sociedades sostenibles de bajo carbono y oportunidades de empleo decente para todos.
No hay otra estrategia más compasiva que invertir en las personas, cuidando el propio hábitat en el que nos movemos; pues sí importante es apelar a la justicia social para acabar con la pobreza, sabiendo que todas nuestras miserias también confluyen en inmoralidades, que nos dejan sin alma. Bien es verdad, que el perfil de nuestro porvenir está plagado de angustias e inseguridades, pero por mucho que nos bañen aguas turbulentas, en parte causadas por un crecimiento económico injusto, es menester tomar otra estética en nuestro comportamiento social. No podemos caer tan bajos. Nos hace falta volver a las raíces, retornar a ese espíritu creativo y solidario, poniendo en valor la capacidad de entrega.
Es cierto que la pandemia nos ha puesto a todos en crisis, pero ahora tenemos la opción de cambio, restaurando un mundo más sano y más justo. Ojalá aprendamos a mandar con dignidad y a prestarse con diligencia. Ya está bien de distorsionarlo todo. Si acaso, pongámonos en mirada atenta, puesto que las palabras junto con las acciones suelen ir crecidas de hipocresía, por lo que es fundamental la capacidad de discernimiento. Vuelva la sensatez y los gestos de humanidad a tutelarnos.