Es asombroso ver cómo se comportan los seres humanos ante situaciones que deben enfrentar y buscar soluciones utilizando las iniciativas que juzguen convenientes.
Nos dejamos arrastrar por las emociones y pocas veces razonamos de manera coherente. Y lo peor de todo es que nos dejamos manipular de forma burda por personas que nos dirigen desde las esferas del poder o de cualquier organización que ni siquiera tienen un aval académico, pero son hábiles convenciendo.
Los líderes convencionales saben cómo manipular a la gente y lo hacen mediante mensajes retorcidos, alimentados de mentiras y demagogias. Están entrenados en esas estrategias adquiridas como circulistas.
Esas escenas la observamos en las campañas electorales, cuando algunos candidatos presidenciales, legislativos y municipales abrazan o besan a los viejitos en los barrios llenos de miserias para motivarlos a depositar el voto en las urnas. Una vez que llegan al poder, de inmediato, cambian de residencia y de números telefónicos para no tener ningún tipo de contacto.
Ese comportamiento ocurre cada cuatro años y, aun así, esos sufragantes siguen a los líderes como tontos útiles y hasta arriesgan sus vidas por ellos.
Es un problema de educación o maduración que por ahora no evoluciona, no cambia. Y a quien más les conviene ese panorama es a los líderes, pues mientras menos educación tenga la gente, más dominio y poder de convencimiento tendrán para arrastrar a la gente a sus intereses personales.
El más severo enemigo del hombre es la ignorancia, fruto de la falta de conocimientos del origen de las cosas. La sabiduría surge del conocimiento. Los grandes sabios de la antigüedad, primero fueron ignorantes y luego dejaron de serlos a través del conocimiento.
Hace poco, un político derrotado en las elecciones del 5 de julio de 2020 decía que su partido retornaría al poder en el 2024 porque el pueblo dominicano está deseando que vuelva su líder, el presidente más desacreditado en la historia política del país. El propósito de esas declaraciones manipuladas es confundir a los votantes porque la idea que circula por su mente, al cifrar deliberadamente esa información, es de que todos los dominicanos somos ignorantes. Y no es así.
La manipulación de las conciencias tiene mayor efecto en los individuos sin educación. Es la razón por la que algunos gobiernos capitalistas no invierten mucho en la educación.
Entonces entra en acción lo que algunos estudiosos llaman “Sociedad, Filosofía y Cultura de la ignorancia”.
La ignorancia es un concepto que indica falta de saber o conocimiento o experiencia y tiene curso común en los ámbitos filosófico, pedagógico y jurídico.
Pero, para mala suerte de los manipuladores de cerebros ignorantes, el hombre moderno va evolucionando y adquiriendo conciencia de las cosas que le afectan.
Leí un estudio titulado “La Sociedad de la Ignorancia y otros ensayos”, de la autoría de Antoni Brey Daniel Innerarit y Gonçal Mayos. Son ensayos que constituyen una síntesis lúcida de nuestro comportamiento social como especie.
Creo que ese trabajo es un soporte importante de lo que explicamos más arriba. Les reproduzco algunos párrafos para que se tenga una idea más acabada de esa realidad:
La evolución exponencial de nuestros procesos de regulación energética, la aplicación técnica de los mismos, así como el crecimiento demográfico están produciendo una situación de incertidumbre sobre nuestro futuro en el planeta.
La hiperconexión que se produce como consecuencia de la socialización de la revolución científico-técnica nos hace incrementar la complejidad en los procesos de relación social de especie, como nunca antes se había producido.
La complejidad que ha emergido es un producto evolutivo y no se puede gestionar, en contra de lo que algunos especímenes humanos piensan; lo único que podemos hacer como Homo sapiens, para enfrentarnos al futuro, es trabajar para poder manejar la incertidumbre planteando escenarios hipotéticos y aplicando modelos que, en cualquier caso, deberán contrastarse empíricamente.
La tecnología y su socialización generan tensiones y divisiones en nuestras estructuras etológicas y culturales. No se ha producido, pues, una socialización efectiva del conocimiento y ello impide que caminemos hacia la sociedad del pensamiento, tal como deberíamos hacer. Por lo tanto, las dicotomías históricas continúan en pleno progreso y ni los expertos ni los eruditos ni tampoco los sabios tienen bastante capacidad para integrar la información de que disponemos.
El individualismo debe dejar paso a la individualidad, es decir, las personas hemos de actuar no como especímenes, si no como constructores sociales, aportando de forma crítica nuestros conocimientos a la organización de la especie. Esto, por ahora, no es así, a pesar de la socialización de la cultura y de la educación.
La irrupción de una nueva gama de tecnologías destinadas a manipular y transmitir información ha creado un panorama completamente distinto. Por un lado, hoy existe a la mayoría de efectos una sola red formada por centenares de millones de conexiones permanentes de alta velocidad y por multitud de dispositivos aptos para proporcionar movilidad, lo cual representa un entramado dotado de unas potencialidades únicas y de una riqueza incomparablemente superior a todo lo que había existido hasta ahora.
Por otro lado, se está produciendo un proceso de convergencia tecnológica que hace cada vez más invisible para los usuarios la complejidad subyacente, que tiende a integrar una amplia gama de servicios en todos los espacios de nuestra vida, desde el ámbito profesional y público hasta el más privado. Los individuos han dejado de ser simples receptores pasivos y se han convertido en elementos activos de una estructura dentro la cual se relacionan sin verse afectados por muchas de las restricciones que hasta hace muy poco imponía la existencia física del espacio y el tiempo.
Las personas hemos incorporado las nuevas capacidades como una extensión de nuestra naturaleza, hasta el punto de convertirlas en imprescindibles para vivir en el mundo actual. Ha aparecido una nueva categoría en la clasificación topológica de la comunicación humana, la de todos con todos, asociada a una compleja forma de red.
Se trata de un hecho que constituye una verdadera revolución, comparable a la aparición del habla, la escritura o la imprenta, y realmente está transformando el mundo que nos rodea. Físicamente, la magnitud laberíntica y turbulenta de nuestro mundo cambiante se sustenta, en última instancia, sobre una nueva forma de gestionar la complejidad que sólo es posible gracias a la existencia de máquinas dotadas de la habilidad para procesar información y, sobre todo, de la capacidad para intercambiarla con los humanos y entre ellas de forma automática. Todo ello conforma el esqueleto funcional de la estructura financiera del mundo, de la logística que hace posible la globalización o de los nuevos procedimientos de difusión de las ideas y las relaciones entre las personas.