Frente a tal disyuntiva, no se les presentarían las cavilaciones del Emperador Adriano sobre quien debería sucederle al mando que narra Margarite Yourcenar…
La política vista desde la concepción del PRM es clientelismo total, ahí solo existe el deseo de acceder a posiciones de gobierno bien remuneradas, pero sin la obligación de cumplir con las tareas técnicas propia de la posición. Esta actitud es la que genera la percepción de que ese partido no sabe gobernar, de que carece de ideas gerenciales y de ideología propia, no comprende la modernidad aunque se llame moderno, tampoco comprende el concepto de bien común. Es el “dame lo mío” elevado al cuadrado. De ahí que no haya consideración con aliados ni con la sociedad civil sino una lucha de todos contra todos. Les acompaña un liberalismo suicida que está conduciendo al pueblo a anticipar su salida del gobierno.
Sin embargo, la postura del primer mandatario de la nación difiere de la de su partido, de ahí que, desde ya, algunos le estén tildando de ingrato, e incluso, de mal agradecido porque ganó con unos y gobierna con otros a decir de sus críticos internos. Si el Presidente no se despabila esto podría traer consecuencias, pues, por ejemplo, la marca de su gobierno, que sin duda es la lucha contra la corrupción pública en todas sus formas de manifestarse, podría sufrir un colapso, incluso, el Presidente podría verse invitado a desdecirse de sus convicciones lo cual sería nefasto para la nación, para el PRM y para el propio presidente.
Frente a tal disyuntiva, no se les presentarían las cavilaciones del Emperador Adriano sobre quien debería sucederle al mando que narra Margarite Yourcenar, a pesar de que se cuentan unos ocho proyectos políticos al interior de su partido con miras a la contienda electoral de 2024, ni la desidia que Marañón atribuye a Tiberio cuando pretendió que los peores hombres de Roma fuesen quienes le sucedieren como mecanismo para conservar su grandeza frente a la posteridad. Esto así porque la más sublime de todas las tareas que debe asumir un gobernante en una nación como la República Dominicana, es la de enfrentar la corrupción como lo viene haciendo Luis al permitir el que Ministerio Público realice su labor de manera independiente. Esta lucha pasa por el tapiz de romper esquemas tradicionales de repartos, pero también, la de determinar aliados reales de aquellos que no lo son más que en apariencia y por oportunismo.
Vistas así las cosas, el hijo de emigrantes libaneses metido a presidente, no debe titubear al determinar que el éxito de su política anticorrupción, pasa por el fortalecimiento de la sociedad civil frente al clientelismo rampante de su partido. A la usanza griega, su matrimonio ha de ser con la ley y el bien común, los tiempos de que las componendas y las asociaciones de malhechores es lo que garantiza la sobrevivencia política está muerta. Hoy más que nunca los que roban basados en el bien grupal faltan a la verdad pues los hechos han venido a probar que se roba a la colectividad con fines particularísimos y es ahí donde la corrupción ha dejado de ser aceptable para las masas.
Es casi seguro que la oposición, llegado el momento, se demarcará de la posición presidencial para hacer causa común con los perjudicados con la política anticorrupción, entonces ¿dónde quedan los aliados del presidente sino en la sociedad civil? De ahí que, el Palacio debe saber que desde la Presidencia como desde el Ministerio de Industria y Comercio ha de fortalecer a las organizaciones cívicas, consumeristas, religiosas e institucionalistas que laboran cada día para desterrar el clientelismo de la práctica política dominicana. No debe perder ni un minuto. El mayor problema del país es su deuda externa y en ella la corrupción ha jugado un rol estelar, por tanto, extirpando la corrupción se extirpa también la deuda y se crea un escenario propicio para que la inversión extranjera sana llegue al país.
Rousseau acuñó la frase según la cual “aquel que fuera el primero en decir esto es mío y encontró a otros hombres tan zánganos como para creer tal tontería, creó la desigualdad entre los hombres.” El Estado no es de nadie y de todos a la vez, solo pertenece a quienes procuren desde sus puestos el bien común. Con gente que van al Estado a enriquecerse no es posible gobernar. Si desde la sociedad civil se plantean soluciones cívicas es con ella con quien se debe gobernar, la ley sobre Organizaciones no gubernamentales es mucho más expedita que la ley sobre partido políticos. Contiene mayores controles y mejores definiciones sobre el bien común, en cambio, el control de los partidos políticos es una quimera que solo el tiempo futuro podrá establecer si la nación podrá ponerlos bajo control institucional.
Además, desde sus orígenes, los partidos políticos han buscado el poder para fines egoístas, en cambio, la sociedad civil busca el bien común, al menos cuando se une a un ejecutivo que busca lo mismo. Robert Dahl lo dice con claridad: sin sociedad civil no hay ciudadanía y sin ciudadanía no hay democracia que funcione. Así las cosas, no se entiende el por qué el gobierno de Abinader no acaba de cohesionar su partido cohesionando la sociedad civil. Este es su imperativo, debe trabajar en el fortalecimiento de la sociedad civil otorgándole los puestos orgánicos que la ley le dispensa, por ejemplo, en los órganos sectoriales, en los órganos deliberativos y otorgándoles el presupuesto que la ley manda.
Si los proyectos políticos que pululan al interior de su partido se fortalecen y terminan ahogando el ideal presidencial plasmado en políticas públicas anti corrupción habrá perdido el país y el presidente la oportunidad de modernizar el país. Está visto que los pueblos en el siglo XXI valorarán mejor a los mandatarios capaces de resolver problemas troncales que a aquellos que contemporizan con los viejos males que la gente desea que sean resueltos. DLH-25-5-2021