Debemos examinar si se han superado los hechos que nos llevaron a ansiar orden, progreso y estabilidad.
“Vivimos momentos pacíficos y prósperos pero podemos mejorar, porque soplan vientos nuevos y parece haber aflorado un mundo revitalizado por la libertad. Porque, en el corazón del hombre, que no en los hechos, el día del dictador ha terminado”. Esta visión encuadra con lo que ocurrió en la República Dominicana hace sesenta años: la defenestración de la tiranía trujillista, pero es posterior, corresponde al final de la Guerra Fría, está contenida en el discurso de juramentación del cuadragésimo presidente de los Estados Unidos, George H. W. Bush.
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¿Podemos los dominicanos proclamar a todo pulmón que los días de mandantes dictadores quedaron sepultados el 30 de mayo de 1961, con el ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo Molina?
Debemos examinar si se han superado los hechos que nos llevaron a ansiar orden, progreso y estabilidad, conculcando todas nuestras libertades y viviendo bajo los designios de una mano recia a la que había que hipotecar hasta la dignidad.
“A mi mula le pude quitar las mañas, pero a los hombres no se las quita nadie”, con esa sentencia concluye La Mañosa, novela del profesor Juan Bosch que describe todo el caos que reinó durante el primer cuarto del siglo XX, que nos depararía dos invasiones estadounidenses, una dictadura de treinta años, y, una revuelta civil.
Lo más próximo a un período estable antes de 1930, había sido los doce años de la dictadura de Ulises Heureaux, 1887-1899, antes y después una cadena de levantamientos caudillistas en los que la cabeza con la que el país se iba a la cama, podía ser distintas a la hallada al amanecer.
Mu-Kien A. Sang: “La sucesión de gobiernos luego de proclamada la independencia, es una constatación de la existencia de esa encarnizada lucha entre las diferentes fracciones caudillistas por controlar el Estado. Entre 1844 y 1874, en sólo 30 años, el país conoció 22 gobiernos; el caos político reinaba y la deposición e imposición de gobiernos era una tarea cotidiana”.
En el ínterin entre el asesinato de Heureaux, 1899, y la primera intervención norteamericana, estuvo el esfuerzo del presidente Mon Cácerles por ofrecer estabilidad y seguridad, pero, lamentablemente también terminaría con las patas arriba, acribillado por el caos que aspiraba a contener.
Siguió el desorden, que solamente en un período tan corto como el transcurrido entre 1911 y 1916, parió ocho gobiernos, entonces llegaron los marines norteamericanos y se instalaron hasta 1924, cuando se produce otro episodio que siembra desazón en la intelectualidad y los sectores altos de la sociedad, lo increíble, el padre de la Tercera República, Francisco J. Peynado, es derrotado por la alianza de dos caudillos: Horacio Vásquez y Federico Velázquez.
A regañadientes hubo que arar con esos bueyes, hasta que llegó la hora considerada buena para derrocar al régimen, la de la gran depresión económica de 1929, que provocó un drástico descenso de los ingresos en divisas por las exportaciones de azúcar, café, tabaco y cacao.
Era el momento de que las cabezas amuebladasdesplazaran al horacismo y se hicieran cargo de la situación propiciando una revolución sin sangre, la que concibió Rafael Estrella Ureña, emulando la marcha sobre Roma de Mussolini, para lo que se agenció la complicidad del Jefe del ejército, Trujillo Molina, que miraría para otro lado mientras la conspiración del 23 de enero de 1930avanzaba desde Santiago, tomando pueblo por pueblo.
Estrella creía que Trujillo trabajaba para él, pero en resultados fue al revés.