Hay que reconocer que el presidente Abinader, la vice Raquel Peña y todo el equipo que los acompañan, han trabajado día y noche, primero para obtener la vacuna.
El coronavirus ha causado estragos en todo el mundo, provocando una crisis económica comparada solo con la gran depresión de los años 30 del pasado siglo, llevando a la pobreza a millones de personas que han quedado sin empleo, sin una parte importante de sus familias, sin hogares, ni seguridad. Solo a mitad del año pasado más de 400 millones de empleos se perdieron, afectando principalmente a las mujeres que laboran en las áreas económicas más vulnerables como el turismo, zona franca, entre otras. En los últimos tres meses más de 195 millones de empleos a tiempo completo se han esfumado, dicen organismos internacionales. Alegan que es la peor crisis después de la Segunda Guerra Mundial que terminó en 1945.
En América Latina las consecuencias del COVID han sido devastadoras en términos de empleo, salud, seguridad, etc., poniendo de relieve las grandes desigualdades que existen en todo el continente. En la República Dominicana el virus ha golpeado duramente la economía provocando una reducción drástica en el Producto Interno Bruto, más de 200 mil empleos perdidos, etc. Pese a todo el desastre global (perdida de empleos, alto costo de la vida, inseguridad social y ciudadana, insalubridad, entre otros) el gobierno de Luís Abinader se las ha ingeniado para salir adelante y volver a la normalidad en el menor tiempo posible, recuperando la economía, los empleos, la seguridad sanitaria, etc. No ha sido fácil. Los esfuerzos y los sacrificios que ha tenido que hacer el Estado han extraordinarios.
Hay que reconocer que el presidente Abinader, la vice Raquel Peña y todo el equipo que los acompañan, han trabajado día y noche, primero para obtener la vacuna, que han costado “un riñón” y un “pulmón”, tomando dinero prestado, vaciando las arcas del Estado, no robándoselo, como en el pasado. Las autoridades no han escatimado esfuerzos. Los sectores productivos, la sociedad civil y los partidos políticos, incluso de oposición, saben del sacrificio, del trabajo, de la honestidad y la transparencia con la que se ha enfrentado el virus.
Hemos sido de los pocos países en el mundo en conseguir la vacuna en tiempo récord. La República Popular China fue y sigue siendo solidaria con el pueblo dominicano. Llegaron las vacunas como había prometido el presidente Abinader. Comenzó con éxito el proceso de inoculación, primero los médicos y personal de salud, luego maestros, etc. Parecía que pronto volveríamos la normalidad, que recuperaríamos parte del tiempo perdido, que la economía crecería por lo menos un 5%. Pero la inconsecuencia y la irresponsabilidad de muchos, de negarse a vacunar y lanzarse al “teteo” (cháchara, fiestas, bebederas, orgias, ríos, playas, etc., sin respetar los protocolos) han producido un rebrote preocupante, obligando al gobierno a tomar medidas más drásticas.
Considero que hace tiempo las autoridades debieron ser más contundentes con las medidas. La vacunación de los empleados públicos debe ser obligatoria. El que no se quiera vacunar, que renuncie. El que no se vacuna en los bancos y en todas las oficinas públicas, que no cobre su salario.
La democracia tiene sus límites. La libertad también. Democracia y libertinaje son cosas distintas. La ley seca debió imponerse, al igual que el cierre de bares, discotecas, prostíbulos, hoteles, por lo menos durante 15 días. Nadie se muere por no bailar, y no beber alcohol. (Sin alcohol no hay teteno) La salud de un pueblo está por encima de los intereses particulares. La vida de un ser humano vale más que la mayor riqueza del mundo.