MADRID, 30 Jun. (EUROPA PRESS) – Desde 2015, científicos, astrónomos, astronautas, artistas y personalidades de todo el mundo llaman a celebrar cada 30 de junio el Día Mundial del Asteroide.
Se organizan acciones en todo el mundo para recoger firmas en favor de la Declaración 100X. Su objetivo es concienciar del peligro que significa el impacto de un asteroide sobre la Tierra, y la importancia de descubrir y seguir los miles y miles de estos objetos potencialmente peligrosos para la vida en nuestro planeta.
El motivo no es otro que el aniversario del gran impacto de una roca espacial más reciente en la historia de nuestro mundo. Sucedió el 30 de junio de 1908, en Tunguska, Siberia, donde un objeto de 80 metros explotó en el aire y devastó un área equivalente a una gran ciudad.
La explosión fue detectada por numerosas estaciones sismográficas y hasta por una estación barográfica en el Reino Unido debido a las fluctuaciones en la presión atmosférica que produjo. Incendió y derribó árboles en un área de 2.150 kilómetros cuadrados, rompiendo ventanas y haciendo caer a la gente al suelo a 400 kilómetros de distancia.
Durante varios días, las noches eran tan brillantes en partes de Rusia y Europa que se podía leer tras la puesta de sol sin necesidad de luz artificial, según Wikipedia. En los Estados Unidos, los observatorios del Monte Wilson y el Astrofísico del Smithsonian observaron una reducción en la transparencia atmosférica de varios meses de duración, en lo que se considera el primer indicio de este tipo asociado a explosiones de alta potencia.
La energía liberada se ha establecido en aproximadamente 30 megatones. Si hubiese explotado sobre zona habitada, se habría producido una masacre de enormes dimensiones. Según testimonios de la población tungus -la etnia local nómada de origen mongol dedicada al pastoreo de renos- que lo vio caer, "brillaba como el Sol".
Informes del distrito de Kansk (a 600 kilómetros del impacto), describieron sucesos tales como barqueros precipitados al agua y caballos derribados por la onda de choque, mientras las casas temblaban y en los estantes los objetos de loza se rompían. El maquinista del ferrocarril Transiberiano detuvo su tren temiendo un descarrilamiento, al notar que vibraban tanto los vagones como los raíles.