Los imperios se alejaron, unos por derrotas, como la rencorosa Francia y otros como Estados Unidos porque ya nada había en aquel erial.
Haití: sin solución interna y con desinterés y larga lista de fracasos de quienes podrían patrocinar soluciones desde el exterior. República Dominicana debe ser creativa y diseñar con suma prudencia caminos propios.
Asesinado el presidente, lucha entre un depuesto y un injuramentado primer ministro, a la que se suma un mandatario interino designado por un inexistente parlamento, configura un intrincado panorama.
Sumemos que casi todo el mundo es sospechoso de participación en el magnicidio: el jefe de la seguridad de Jovenel Moise, oficiales policiales, los dueños del país (magnates de las diferentes áreas), políticos, jefes de bandas armadas y extranjeros sindicados como sicarios.
Sin instituciones y carente de un liderazgo creíble desde hace años, el vecino zigzaguea y tropieza frecuentemente hasta irse de bruces en este madrugonazo.
Más de cien años sin un magnicidio, pero con largas y cortas dictaduras, ocupaciones extranjeras, golpes militares, gobiernos populistas y oportunistas y hasta un bailarín, que nos dejó a un inexperto ambicioso que termina con doce tiros en el cuerpo. En todas las etapas enseñoreadas la corrupción, pobreza, inseguridad, insalubridad y enormes deficiencias educativas.
Siempre dominantes grupos rentistas, sin una visión nacional democrática, que procuran el peón de ocasión y que apartan o eliminan a quienes se alejan ligeramente del guion.
Los imperios se alejaron, unos por derrotas, como la rencorosa Francia y otros como Estados Unidos porque ya nada había en aquel erial.
Patrocinaron intervenciones y hasta sacaron y llevaron presidentes en aviones en burdas escaramuzas con alegatos de “luchas por los valores democráticos”.
En 2004, tras el segundo golpe de Estado contra Aristide (derrocamiento 33 en el lado oeste) arribó la Misión Internacional de las Naciones Unidas en Haití (Minustah) para “estabilizar” el país, pero derivó en una fuerza de violación de los derechos humanos, abusos sexuales a menores, hijos abandonados y dejó una epidemia de cólera que mató a miles de haitianos y afectó letalmente también a los dominicanos.
La ONU ha reaccionado ruidosamente ante el asesinato del gobernante haitiano, pero no dio participación en una reunión a puertas cerradas a República Dominicana, el país más vinculado con Haití y el más interesado en una solución pacífica a la agravada crisis.
La Organización de Estados Americanos (OEA), que sirve de poco, tuvo respuestas discretas.
Estados Unidos, de apoyo condicionado al malogrado mandatario, rápidamente envió a miembros del FBI para ayudar en la investigación del magnicidio, pero fue cauto ante la solicitud de algunos altos cargos haitianos de envío de militares al territorio este de la isla. La ONU confirmó también solicitud, pero se requiere de una decisión del Consejo de Seguridad para enviar un contingente.
La administración Biden, que desmonta su presencia militar en Afganistán desde mayo y que adelantó su apoyo a un primer ministro cuestionado y con su sustitución consignada en el último decreto de Jovenel, a veces luce desactualizado en informaciones acerca de Haití, se apoya en autoridades dominicanas, pero en sus decisiones ignora a la parte local.
¿Asumirá Biden el riesgo de invertir capital político en Haití, solo por un compromiso con la restauración democrática de Haití bajo el tradicional predicamento de los valores que inspiraron la creación del sistema estadounidense, sin beneficio aparente?
El gobierno de Luis Abinader debe persistir en el reclamo mantenido por los gobernantes dominicanos en este siglo, de un compromiso serio de la comunidad internacional con Haití.
Empero, debe avanzar acciones individuales como el país más afectado por la desestabilización haitiana, sin sentarse a esperar a pomposos y cansones discursos en el congreso norteamericano, ONU, OEA, Unión Europea y otros.
El tiempo apremia.