Heureaux, como se sabe, era una ladino político y militar que había descollado durante la Revolución Restauradora bajo la tutela de Luperón.
En el mes de julio de 1882, por vencimiento del período constitucional del presidente Fernando Arturo de Meriño, las asambleas electorales dominicanas fueron convocadas a objeto de elegir un nuevo mandatario, y para la ocasión el general Gregorio Luperón, líder del Partido Azul, recomendó la presentación de la fórmula integrada por Ulises Heureaux y Casimiro Nemesio de Moya.
El binomio azul resultó ganador, y tomó posesión el 1ro. de septiembre de ese mismo año al amparo de la Constitución del 23 de noviembre de 1881, un texto de tono autoritario impuesto por el presidente Meriño con el apoyo de Heureaux (alegando que el precedente no se adaptaba “a la realidad nacional”) que, entre otras cosas, revocaba la abolición de la pena de muerte por causas políticas (artículo 11) y reforzaba el poder de decisión del jefe de Estado.
Heureaux, como se sabe, era una ladino político y militar que había descollado durante la Revolución Restauradora bajo la tutela de Luperón, de quien había sido ayudante y oficial de operaciones, y a pesar de su talante poco escrupuloso y su disimulada ambición realizó una gestión de gobierno más o menos democrática: aún bajo críticas por su inclinación al abuso del poder, gobernaría sólo hasta el año de 1884, tal y como lo preceptuaba la Carta Magna.
El respeto del recio y taimado dirigente al orden constitucional tuvo, empero, un colofón contradictorio y deleznable: para las elecciones de ese año de 1844, junto con Meriño, no solo promovió la división de los azules al presentar como candidato a Francisco Gregorio Billini contra Segundo Imbert (este último apoyado por Luperón), sino que organizó un descomunal fraude electoral que le garantizó la “victoria” a su auspiciado.
Las incidencias de esas elecciones dividieron hondamente al Partido Azul (por un lado, los seguidores de Meriño y Heureaux, secundados por antiguos rojos y verdes, y por el otro Luperón y las más notables figuras del liberalismo nacional), y las presiones irresistibles de Lilís y las luchas intestinas entre sus líderes provocarían la renuncia de Billini en mayo de 1885, siendo sustituido por el vicepresidente Alejandro Woss y Gil, un estrecho colaborador de Heureaux.
El gobierno de Woss y Gil organizaría las elecciones del 1ro. de julio de 1886 en las que Heureaux, ministro de Guerra y Marina, sería candidato contra el geógrafo y escritor liberal Casimiro Nemesio de Moya, apadrinado en principio por Luperón. Con base en el soborno, la extorsión y el fraude, Heureaux “ganó” esas elecciones, lo que provocaría que el 21 de julio siguiente de Moya y sus seguidores protagonizaran un alzamiento armado que fue respaldado por varias figuras importantes del Partido Azul y en la práctica encabezado por el legendario y controversial general Benito Monción. Pero Luperón apoyaría al gobierno y a Heureaux confiando en sus promesas institucionalistas, y este último se juramentaría el 8 de enero de 1887, con lo cual se daría inicio a una dictadura de casi 12 años y medio.
La Constitución de 1881 estaría en vigor durante casi seis años, pues una nueva reforma se produciría el 15 de noviembre de 1887. El texto votado por el Congreso, aparte de que abolía nuevamente la pena de muerte por causas políticas (artículo 11), modificaba importantes aspectos del régimen de elección presidencial: ahora los dominicanos “de origen” (y no solo los “de nacimiento”) podían ser presidentes (artículo 40), se reestablecía el voto indirecto (artículos 41, 42 y 43), se ampliaba el período constitucional a cuatro años (artículo 44) y se consagraba la reelección sucesiva por dos períodos y la posibilidad de retorno tras la mediación de un mandato.
De cara a las elecciones que debían celebrase en octubre de 1888, Luperón decidió disputarle el poder a Heureaux (convencido de que éste no se le opondría) y anunció su candidatura presidencial, pero el gobierno desató una represión violenta y generalizada contra aquel y sus prosélitos. Finalmente, Luperón se vio en la obligación de retirarse, y en estas circunstancias Heureaux se impondría de nuevo participando solo en el proceso electoral, y se juramentaría el 1ro. de marzo de 1889.
Algo similar ocurriría durante las elecciones de 1892, cuando a Heureaux se le enfrentó como candidato el reconocido banquero y antiguo aliado Eugenio Generoso de Marchena, quien no sólo fue engañado y derrotado con base en la simulación, la represión y la extorsión, sino que, luego de desafiar al gobernante y verse obligado a tratar de salir del país, terminaría apresado y fusilado (22 de diciembre de 1893) bajo la acusación de ser promotor de la llamada “rebelión de los azuanos”.
Bajo el impulso de la ya consolidada dictadura de Heureaux, la siguiente reforma constitucional se votaría el 12 de junio de 1896. Aunque las motivaciones originalmente esgrimidas para esta modificación se centraban en la necesidad de armonizar las disposiciones constitucionales con el texto del tratado fronterizo recientemente firmado con Haití y en la creación de nuevas provincias, el régimen de elección presidencial fue objeto de cambio para posibilitar la reelección indefinida de Heureaux (artículo 44).
Ejerciendo un férreo control político que le garantizó la pacificación del país y con una administración errática y dispendiosa de los recursos públicos cuya base fue el endeudamiento (en gran parte destinados a garantizar la fidelidad de sus seguidores, pero también creando un pequeño grupo empresarial que cambió las estructuras de nuestra economía y tendría presencia en ésta hasta nuestros días), Heureaux gobernaría de manera continua hasta el 26 de julio de 1899, cuando cayó abatido a tiros por un grupo de jóvenes conjurados en la villa de Moca.
El vicepresidente Wenceslao Figuereo tomó las riendas del poder ante la desaparición de Heureaux, y aunque intentó darle continuidad al régimen alrededor de su liderazgo, contando para ello con los seguidores civiles y militares del aquel, se lo impidió un movimiento armado encabezado en el Cibao por Horacio Vásquez y Ramón Cáceres (participantes en el magnicidio de Moca) que, luego secundado por dirigentes desafectos al régimen en varios puntos de la geografía nacional, estableció un gobierno provisional en Santiago bajo la presidencia del primero. Sin apoyo que le garantizara mantenerse en el poder, Figuereo renunció el 30 de agosto, y Vásquez y sus tropas tomarían la ciudad de Santo Domingo el 4 de septiembre en nombre del gobierno de Santiago.
El gobierno provisional convocó a elecciones en las que resultaron electos Juan Isidro Jiménes como presidente y Vásquez como vicepresidente, quienes se juramentaron el 15 de noviembre de 1899. Un poco antes (el día 10), aunque se mantuvo en vigor la Constitución de 1896, Vásquez había enviado un mensaje al Congreso Nacional en el que planteaba la “imperiosa necesidad” de modificar el Pacto Fundamental en una serie de aspectos que señalaba puntualmente.
Sin embargo, y pese a que el Congreso sesionó en diversas ocasiones y avanzó bastante en ese sentido, los acontecimientos políticos posteriores (derrocamiento de Jiménes por parte de Vásquez en abril de 1902, golpe de Estado de los antiguos seguidores de Heureaux dirigidos por Alejandro Woss y Gil en marzo de 1903, nueva presidencia de este último desde agosto de 1903, revuelta jimenista encabezada por Carlos Morales Languasco en octubre de 1903, presidencia provisional de éste desde diciembre de 1903, “revolución desunionista” contra Morales en enero de 1904, elecciones de mayo de 1904 en las que ganó Morales, caída de éste en diciembre de 1905, y gobierno de Ramón Cáceres desde esta fecha) impedirían que esas propuestas se materializaran.
En fin, ese trágico sino de nuestra historia entre las postrimerías del siglo XIX y los años iniciales del XX, fue en buena medida políticamente acunado en la racionalidad impuesta por las mascaradas constitucionales hijas del sostén colateral o la voluntad definida del inefable general Ulises Heureaux, mejor conocido en su época con el pintoresco y casi musical alias de “Lilís”.
(*) El autor es abogado y politólogo
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