Un Estado diferente, muchos novatos y una pandemia de Covid-19 manejada inicialmente para ampliar negocios.
El presidente Luis Abinader pasó la prueba en su primer año, al gestionar un país en medio de una pandemia en principio a tientas, y no a locas, y luego con filigrana entre limitaciones ciudadanas y mantenimiento de la actividad económica y además la compra de vacunas en los confines asiáticos ante incumplimientos de mercados cercanos.
Difícil la evaluación por el trastorno pandémico, transversal a todos los parámetros que posibilitan el examen más cercano a lo objetivo del noviciado.
Abinader recibió el gobierno de un partido-Estado con 16 años en el poder, acompañado de jóvenes con una visión moderna, pero con desconocimiento de la burocracia estatal y de varios veteranos en administraciones del siglo pasado y de los primeros 4 años de este milenio. Suplieron los déficits gerenciales empresarios, sospechosos a los ojos del perremeismo.
Un Estado diferente, muchos novatos y una pandemia de Covid-19 manejada inicialmente para ampliar negocios y ventajas electorales, y posteriormente una suerte de “remate” en la transición de parte del danilismo gobernante, tornó titubeante el inicio de Abinader.
El mandatario desde el inicio envió los mensajes correctos respecto a los reclamos fundamentales que posibilitaron su triunfo, al designar a Miriam Germán como Procuradora General de la República, sin ataduras con el poder político para una seria lucha contra la corrupción y la impunidad. A Carlos Pimentel, proveniente de Participación Ciudadana, en Contrataciones Públicas y auspició la selección de miembros de la Cámara de Cuentas distantes de los partidos para desestimular, evitar y enfrentar el latrocinio.
Además, estimuló integración de altas cortes y órganos constitucionales por meritocracia, para un gran aporte a la institucionalidad.
Con esto, que implica riesgos y ameritó coraje del mandatario, el país logra una enorme transformación institucional y un salto fundamental en la protección de los fondos públicos, y me bastaría para concederle la nota positiva a los primeros doce meses de la gestión abinaderista.
Durante los meses críticos de la pandemia, el gobierno mantuvo las ayudas sociales y los programas de apoyo a los trabajadores de pequeñas, medianas y grandes empresas para evitar el colapso total del aparato productivo. Abinader lideró esfuerzos en el área turística, cuyos frutos se han visto en los últimos meses y se proyectan a fututo.
La docencia fue un reto enorme para el ministerio de Educación, profesores, estudiantes y padres y madres por los riesgos de la pandemia y las limitaciones de conectividad en el país, apelándose al apoyo de la radio y la televisión. Se reconoce el esfuerzo oficial, pero el final resultó insatisfactorio, aunque el gobierno le dio una mirada optimista.
El gobierno avanzó en obras de infraestructura que el ministerio de Obras Públicas contabilizó por encima de los 70 mil millones de pesos y registró un aumento en la inversión extranjera.
Con relación a la seguridad ciudadana, promesa fundamental del PRM en campaña, el gobierno está aún en “piloto” en Cristo Rey, que Abinader al resaltar lo logrado, anunció la ampliación del programa a otras zonas de la capital y del país.
Abinader y PRM han huido de su promesa consignada en el programa de gobierno, de apoyar las tres causales y han recibido críticas por designaciones en la que se evidencian conflictos de intereses.
Los perremeistas, críticos del endeudamiento han tenido que soportar cuestionamientos por los cuantiosos empréstitos a que los obligó la pandemia, que Abinader alegó ningún país escapó a ese recurso.
De todos modos, lo más difícil para Abinader será pasar sin consecuencias una reforma fiscal que urge y que los que la pueden cubrir, que pagan las campañas electorales tratarán de evadir.