En un sistema capitalista la única forma de generar riqueza es a través de la acumulación de capital, capital que permitiría generar cuantiosas inversiones.
Por Amaury José Guzmán
Un análisis exhaustivo sobre la deuda pública en República Dominicana bien podría ser el punto de partida para definir el horizonte temporal del tan aclamado pacto fiscal, con lo que a su vez se determinaría la construcción de los presupuestos complementarios.
El endeudamiento actual ha sido magnificado por la crisis sanitaria del COVID-19, lo que no quita que anterior a esta crisis nuestro posicionamiento en materia fiscal y sostenibilidad de la deuda no eran los idóneos, si tomamos en cuenta que exhibíamos el mayor crecimiento de Latinoamérica y el Caribe.
Al igual que los agentes y las firmas, los países están sujetos a una restricción presupuestaria Inter temporal que, sin temor a equivocarnos, se verá afectada significativamente si la tendencia en el nivel de endeudamiento continua.
Esta problemática puede tener graves repercusiones en las bases estructurales del crecimiento económico de nuestro país, específicamente en el área de acumulación de capital. Para ponernos un poco en contexto según CREES (Centro Regional de Estrategia Económicas y Sostenible) “La deuda pública consolidada de República Dominicana (incluyendo deuda intragubernamental) se ubicó en 74.4% del PIB, en abril del 2021.La deuda del sector público no financiero (SPNF) representó 56.8% del PIB, mientras que la deuda del Banco Central de la República Dominicana (BCRD) representó 17.6% del PIB”.
Si bien la literatura económica nos señala que mientras exista un balance entre el %del servicio de la deuda sobre el PIB y el nivel de las tasas de interés internacionales, en el mediano plazo no debería haber problemas de solvencia dada la posibilidad de“roll-over” (volver a reengancharse para seguir pagando). Esto es evidente en los países desarrollados ya que los mismos tienen un % de la deuda con respecto al PIB por encima del 100%, que al compararlos con países de menor capacidad económica tal vez suene alentador seguir el camino del endeudamiento, por tanto este tipo de análisis regularmente se hacen para países desarrollados con un alto nivel de acumulación de capital, con industria que generan exportaciones sustentables para mantener su liderazgo en el comercio mundial.
Es decir, un contexto sumamente diferente al doméstico, donde nuestra economía es sumamente dependiente de las remesas como del entorno internacional, ya que nuestro sector más sólido es el turismo.
Pero es válido precisar que estos enfoques progresistas Keynesianos de endeudamiento son viables mientras existan las condiciones macroeconómicas necesarias para sustentarlos; si en el corto plazo no existe una viabilidad institucional para canalizar estos nuevos recursos adquiridos por el endeudamiento, en el mediano plazo habrá un detrimento del bienestar en general dada la poca rentabilidad provocada por el mal manejo de las inversiones.
En un sistema capitalista la única forma de generar riqueza es a través de la acumulación de capital, capital que permitiría generar cuantiosas inversiones, ya sea en la tecnología/capital humano o en bienes de capital, que a su vez generarían aún más excedente provocando así un mayor impacto en el bienestar general.
Es de sentido común y finanzas básicas saber que si se mantiene un elevado % de servicio de la deuda con respecto a los ingresos, cada vez es más paupérrima la capacidad de ahorro o inversión. En general existe una correlación entre deuda pública e inversión, por tanto, se espera que este elevado % de servicio de la deuda sobre los ingresos sea debido a los préstamos tomados para poder hacer las inversiones iniciales que dan cabida a estos grandes excedentes.
Esto sólo si el gobierno logra canalizar los fondos de manera efectiva hacia la inversión, pero, ¿Qué pasaría si el gobierno utiliza estos nuevos préstamos para financiar el gasto corriente? Pues en ese escenario al igual que cualquier persona que tome prestado para pagar su tarjeta de crédito, estaremos en un circulo tóxico que accionará en el deterioro de las finanzas públicas, traduciéndose en obstáculo para que el país pueda alcanzar el desarrollo económico.
El Gasto público es la herramienta más directa del Estado para estimular la demanda agregada y así poner en marcha el engranaje económico. Si bien el mismo es enormemente necesario, su aplicación es determinante en el resultado final, ya que el gasto corriente puede ocupar gran parte del gasto público, dejando a un lado la inversión.
Aquellos países que logran un efectivo gasto público, es decir, un buen grado de inversión conjuntamente con un moderado gasto corriente, logran en poco tiempo, debido a los mercados internacionales e interconectados de capital, conseguir los bienes de capital necesario para poder competir en el comercio mundial y llevarse un pedazo de los beneficios del mismo.
Sin una estrategia clara de cómo utilizar estos recursos, el gasto convergerá inconscientemente hacia el gasto corriente, debido a los incentivos del gobierno de lucir bien para poder mantenerse en el poder. Es menester que el % de inversión se incremente significativamente con respecto al% de gasto corriente por un período considerable; sin este período de austeridad necesario para construir y conseguir los recursos humanos como materiales, el desarrollo sera una utopía.
Blachard, destacado macroeconomista internacional, en uno de sus más recientes artículos científicos “Public Debt and Low Interest Rate” nos informa que, siempre y cuando un país logre mantener su tasa de crecimiento por encima de la tasa de interés riesgo/país (Tasa de interés de los bonos soberanos) no habrá pérdida significativa de bienestar general. Es decir, que mientras la nación pueda mantener un crecimiento por encima del costo en el cual se incurre al emitir deuda, la misma puede mantener un ritmo de acumulación de capital moderado, el cual mitigaría la posible pérdida de bienestar general incurrido por elevado endeudamiento.
Si bien Blachard nos da una perspectiva positiva del endeudamiento público, es necesario resaltar que esta condición se dará solo si el promedio del producto marginal del capital es bajo, lo que no es el caso de Republica Dominicana. El producto marginal del capital podría llegar a ser bajo a medida de que existiese mayor acumulación de capital, esto debido a la ley de la economía de decrecimiento marginal, que establece que a medida de que se tenga mayor nivel de capital, una unidad extra de capital hará menor impacto que la primera unidad de capital. En concreto el producto marginal del capital es la elasticidad del capital con respecto a una variación en el mismo.
En mi opinión el endeudamiento visto en la última década responde a unos lineamientos internacionales dados por los organismos bilaterales para el desarrollo, sin embargo, donde está el meollo del asunto, por así decirlo, es en la calidad del gasto. Dado que, en los gobiernos anteriores, la calidad del gasto público no fue la mejor, aunque si bien fue la necesaria para mantener el crecimiento por encima de las tasas de intereses pautadas en las emisiones, con estos nuevos “shocks” exógenos se dejaron a simple vista las debilidades estructurales de las “cuantiosas” inversiones del antiguo gobierno.
El reto asumido por las autoridades actuales, desde nuestra óptica, es sumamente delicado, dado que ahora necesitan con carácter de urgencia reconstruir los canales de inversión desde un punto de vista institucional, para así lograr mejores inversiones que generen mayor bienestar para el pueblo dominicano.
Concluyendo, el endeudamiento, aunque elevado, es la nueva normalidad en la región. Con nuestras fortalezas como país y un buen manejo del gasto público entiendo que el crecimiento económico puede amortiguar las nuevas tasas de interés riesgo/país a la hora de emitir nueva deuda, esto nos compraría más tiempo para construir un buen plan estratégico del gasto público y dar cabida al tan “mentao” pacto fiscal que tanto necesitamos para reducir la brecha impositiva y poder generar mayor eficiencia en la gestión pública.
(Amaury José Guzmán es economista).