“Necesitamos que el verídico soplo del aire se adentre en nuestro corazón, encienda nuestra mente y nos haga más humanos”.
Para tener buena salud, jamás debemos abandonarnos a la suerte, antes hemos de ser auténticos buscadores, cuando menos para poder crecer, aprendiendo y reprendiéndonos a la vez, pues siempre somos responsables de lo que nos sucede. Por eso, no hay que desfallecer en esa lucha diaria de cada aurora, fuente de inspiración y de compromiso renovado permanente, para restablecer esa cohesión social de la que estamos tan necesitados por todos los continentes, y que nos exige un gran esfuerzo apaciguador entre los moradores. De ahí, lo importante que son las garantes gobernanzas, consideradas con todo ser naciente y respetuosas con los derechos humanos, pues su disfrute no está sujeto a cambios en el control del territorio o de la autoridad de ese momento, sino que debe nacer de un diálogo sincero e inclusivo, con el fin de abordar los problemas que surjan para poder entendernos y atendernos unos a otros. Desde luego, necesitamos que el verídico soplo del aire se adentre en nuestro corazón, encienda nuestra mente y nos haga más humanos.
Uno es para siempre responsable de su exploración humana y social, sobre todo para priorizar el “ser” sobre el “tener”, o el “servir” sobre el “servirse”; en un mundo cada día más globalizado, que debe de cuidar los valores de las diferentes naciones y grupos étnicos, de manera que todo contribuya en un desvelo cooperante de la familia humana. Indudablemente, nuestro afán de búsqueda no puede deshumanizarse, requiere de los diversos talantes y talentos, que han de confluir en un efectivo intercambio de dones, que es lo que en realidad nos hace avanzar y contemplar el día en todo su esplendor. Estamos llamados, por consiguiente, a saber interactuar con responsabilidad y respeto en la relación. No es justo continuar con el desacato como activo de nuestro caminar. Convivir nos exige, por propia naturaleza, el desvelo de un abecedario más sublime, estableciendo vínculos de pertenencia y lazos de unidad entre todos nosotros. Como rastreadores de paz, tenemos que tender a extender lo armónico por todos los rincones vivientes, pues ninguna potestad humana puede oponerse a dicha realización.
Por cierto, en esa búsqueda libre que nos merecemos cultivar todo ser humano por sí mismo, la frontera entre el mundo digital y el físico es cada vez más borrosa. Todo depende de cómo se utilice esa indagación. Se me ocurre pensar en este crecimiento espectacular del número de inventos ligados a la inteligencia artificial. Quizás tengamos que ponerle alma, o lo que es lo mismo una ética basada en una visión del bien colectivo, una estética liberadora, responsable y que nos concilie en suma. Porque, lo trascendente es que nos ayuden todos esos mundos, no a encerrarnos en sistemas preconcebidos, sino a abrirnos y a orientar nuestros pasos hacia una cátedra viviente más rehabilitadora y de sanación de esa diversidad biológica en el planeta, donde todos somos necesarios e imprescindibles, bajo esa comunión de vida y amor conjunta, que nos hace únicos y singulares, por el gran corazón inquieto y libre que todos llevamos mar adentro. Ante este impulso natural, la convicción del amor favorece la concordia y la reconciliación entre semejantes.
Debemos pensar, en consecuencia, en esa interna dimensión reflexiva, a pesar de las prisas del momento y de las inútiles contiendas que nos fabricamos a diario para hundirnos entre sí. Hoy más que nunca, hacen falta puentes humanitarios para poder entregar ayuda vital, abrazos que nos fortalezcan de tantas soledades impuestas, aliento y alimento para esas gentes que no tienen nada para poder continuar viviendo, dentro de este cúmulo de inseguridades que nos acorralan. Se requiere, por tanto, que los auténticos buscadores de la verdad promuevan la renovación de los lenguajes del alma, con la coherencia de sus acciones y la entrega generosa a todo hálito existencial. Por otra parte, sin una actitud de humildad, todo se deteriora, cae en el relativismo y se disipa en lo temporal. No hay mejor huella dejada, que aquellos que con su vida y con su actuación, nos han legado semillas de quietud y de mediación. Es evidente que el mundo tiene necesidad de fraternizarse, de reunirse y de unirse para estar vigilantes unos de otros, ante la siembra de terror y de espíritu corrupto que nos aprisiona la voluntad.