La decisión del presidente Luis Abinader de participar en el diálogo nacional traería a la mesa a los exmandatarios Leonel Fernández y Danilo Medina, lo que daría un interesante giro al escenario del Consejo Económico y Social, aunque podría dificultar lograr consensos sobre las 13 (¡zafa!) reformas.
Abinader atendió un reclamo de los convocados, que reclamaron su presencia como convocante, lo que obligaría a los líderes opositores a eliminar a los delegatarios y corresponder a esa primera línea de liderazgo.
Impensable que el servidor público más ocupado se siente a la mesa varias horas y que se ausenten los presidentes del Partido de la Liberación Dominicana y de la Fuerza del Pueblo. No habría excusa, aunque desde ambos litorales se alega que el diálogo es una distracción oficial, y Medina huye de la prensa, abrumado por acusaciones de corrupción en contra de su gestión y colaboradores y familiares en prisión preventiva.
Con el presidente en la reunión cambian los discursos y el tiempo de los mismos y crece la amplificación en directo de los encuentros. En ese contexto cobra mayor importancia la puesta en escena para cada actor y la audiencia externa.
Al mandatario le cobrarían algunas cuentas de los enfrentamientos diarios que nada tienen que ver con las discusiones sobre las reformas sugeridas, como ocurre en el parlamento inglés y en el Congreso de los Diputados en España. Pequeños y grandes no querrán perderse esa oportunidad.
El gobierno quiere lubricar algunas de las reformas en el escenario del CES, pero la oposición recela de las intenciones oficiales y centra la mira en el escenario electoral del 2024.
Si le facilitamos el consenso y aprobación de parte de las reformas en los próximos dos años, la reelección de Abinader estaría garantizada, razonan muchos opositores que están sentados a la mesa de las negociaciones, aunque solo algunos han dejado ver cartas marcadas.
Lo lógico es que los actores políticos y sociales discutan y pacten acuerdos a largo alcance sobre todo en momentos críticos, como el actual en que una pandemia doblegó la economía nacional y forzó el mayor nivel de endeudamiento en meses.
Empero, el filibusterismo es no es exclusivo de los congresistas norteamericanos y tampoco le fue extraño al ahora oficial Partido Revolucionario Moderno.
Abinader dijo el jueves último que busca que “la base social del país se vea representada en las discusiones y aprobaciones de las reformadas planteadas, con el objetivo de hacerlas más transparentes, democráticas e incluyentes”.
Horas antes, Miguel Ceara Hatton, ministro de Economía, Planificación y Desarrollo planteó que “hay que darle participación a la sociedad para crear un verdadero poder ciudadano”, entender que “el poder solamente cede frente al poder y hay que construir ese poder ciudadano”.
Dijo que “la presión permanente de la sociedad es la garantía de que en el gobierno no nos equivoquemos” y advirtió que sin esa lucha “otros que tienen un poder fáctico que deviene de un poder económico, de componendas con el Estado, se van a imponer”.
Las partes más sensitivas de las reformas, pacto fiscal y modificación ley de seguridad social, tienen mucho que ver con el peso del poder económico que financia campañas electorales en el país.
¿Habría que volver a la Plaza de la Bandera y calles y avenidas de todo el país para lograr reformas serias que beneficien a sectores de clase media y a los jodidos?
El PRM, que tiene mayoría en las cámaras legislativas lo prometió, pero es evidente que es parte de la “vieja política”.
El CES será lugar de denuncias para los medios, que se cansarán en semanas.