Supongo que gobernar un país, el que sea, no importa en que lugar del planeta esté ni cual sea el sistema económico, político y social que lo sustente, capitalista o socialista, es difícil. Pero hay mucha diferencia entre un país desarrollado y otro atrasado. La distancia entre uno y otro es muy larga. No se puede comparar, por ejemplo, Inglaterra con Egipto, Estados Unidos con Venezuela, Corea del Norte con Corea del Sur, China Popular con Asia, Singapur con Brasil, Francia con Haití o Japón con Nicaragua o Guatemala. La brecha que separa unos países de otros es cada vez más grande; se torna exponencial.
Gobernar la República Dominicana es muy, pero muy difícil. Este país es una contradicción en si mismo; una nación que se niega a sí misma, que se inventa a sí misma, que se auto descubre en medio de la nada, como si Cristóbal Colón no pisó la isla por primera vez hace más de cinco siglos. Como dice un slogan del ministerio de turismo del gobierno pasado: “La República Dominicana lo tiene todo”. Y es verdad. Lo tiene todo. Desde 1492, cuando llegó Colón, asesino y ladrón, se la están robando, extrayendo sus recursos renovables y no renovables, matando su población como hicieron los españoles que en 30 años aniquilaron a todos los aborígenes, esclavizándolos, torturándolos, masacrándolos, violándolos y desapareciéndolos.
“La República Dominicana lo tiene todo”. Tanto tiene que no han podido destruirlo a pesar de haber hecho todo para lograrlo; tanto tiene este país que el robo, el saqueo, el crimen y la barbarie, no han podido enterrarlo.
Durante 20 años, incluyendo los primeros cuatro de Leonel Fernández que dirigió uno de los gobiernos más corruptos que ha tenido el país en su historia, (1996-2000) el PLD destrozó este país, lo convirtió en un bagazo ético y moral para alimentar la cultura del robo de los bienes públicos de manera burlesca y descarada. Para recuperar el país que lo tiene todo y no lo sabe, habrá que hacer una revolución. Este pueblo, pendejo, ignorante y pobre, tendrá -en algún momento- que empoderarse y tomar las riendas de su destino. De lo contrario, seguirá teniéndolo todo para que otros se lo roben, como ha pasado hasta este momento en que un hombre honesto y de buenas intenciones como Luís Abinader, quiere reformar el país, sanear y modernizar el Estado para detener la depredación y el derrumbe moral de la sociedad, algo que, me temo, le resulta cada vez más difícil.
Durante más de cinco siglos, este país le ha dolido a poca gente, pocos han sido los dolientes. Casi nunca han sido mayoría. Los pocos dispuestos a echar este país hacia delante han terminado presos, torturados, desterrados, fusilados y olvidados por un pueblo que no ha sabido colocarlos donde históricamente merecen. (Solo debemos ver los nombres que le hemos puestos a las calles de las principales ciudades: Lacayos, traidores, tiranos, extranjeros, etc.)
Luis Abinader en poco más de un año se ha dado cuenta lo difícil, lo duro, que resulta gobernar el país. Quiere hacerlo bien, lo está haciendo bien, pero encuentra tantas piedras en el camino que no lo puede creer. Se preguntará, como lo hicieron muchos otros en el pasado, si valdrá la pena el sacrificio, las energías agotadas, las 16 horas de trabajo diario, las noches sin dormir, el estrés, el abandono de la familia, etc.
Yo tengo años preguntándome lo mismo. ¿Valió la pena el sacrificio de los muchachos de las Manaclas? ¿Valió la pena el sacrificio de Juan Pablo Duarte y los Trinitarios? ¿Valió la pena la invasión de Constanza, Maimón y Estero Hondo? ¿Valió la pena la revuelta de Abril; el sacrificio de Francis Caamaño? ¿Valió la pena el sacrificio de tantos jóvenes durante los 12 años sangrientos de Balaguer, para que el Partido de la Liberación Dominicana y sus dirigentes, alumnos de Juan Bosch, tiraran por la borda toda esa historia de lucha revolucionaria, todo ese legado patriótico corrompiéndose y corrompiendo la sociedad convirtiendo el país en un estercolero?
¡Coño, que alguien me responda!
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