(“Si fuéramos racistas, no hubiese aquí un solo negro”). Expresión oída en cinta de NCIS.
Decir que somos pobres, a veces incorrectos, alegres, en ocasiones prejuiciosos, amantes del beisbol y el básquet, de la cerveza y el ron, de juegos y el sexo, es hablar la verdad sobre una enorme mayoría de los dominicanos, dentro y fuera de su territorio.
Más otra verdad sin duda es que somos el pueblo más solidario del planeta, y no solo por todo lo que hemos ayudado al vecino Haití y a sus muy pobres, iletrados y sencillos ciudadanos.
Lo somos porque aquí cualquier ciudadano del mundo llega, con o sin dinero y fama, y es tratado como un príncipe o una reina, es considerado como un amigo, un hermano.
Generales y tropas de haitianos descendientes de africanos y franceses nos invadieron entre 1822 y 1844, causando hondos y largos pesares que parecen no tener fin hoy día.
Sin embargo, nuestro pueblo, con su fundador y líder Juan Pablo Duarte a la cabeza, nunca cobró esa ignominiosa afrenta; nunca ha invadido o pretendido invadir el territorio haitiano; nunca ha cerrado sus puertas a los que vienen a trabajar, a sudar la gota gorda por lo poco que se les paga (como a los criollos), o a dar a luz en nuestros hospitales y clínicas. Solo nos defendimos de 1844 hasta casi llegar al periodo de la Restauración, venciéndolos.
Nunca nos ha animado desterrarlos de su territorio ni de la faz de la tierra, pese a que ellos sí han pretendido (antes con el uso de las armas) llegar para quedarse, cual si nuestro país formara parte de una herencia francesa, africana, española o inglesa.
En La Española podemos vivir haitianos y dominicanos de manera pacífica y armoniosa, siempre que nos respetemos, nos asistamos, nos inspiremos en el desarrollo y el progreso mutuos.
Siempre que entendamos y aceptemos que somos dos pueblos con diferencias y costumbres que deben respetarse, con ideales y sueños, con afanes y luchas por desarrollarnos.
República Dominicana está hoy en los ojos de muchos países cual si fuéramos los agresores e invasores del territorio haitiano, cuando la realidad es todo lo contrario.
Y se nos tilda de racistas, como si casi el 90 por ciento de nuestra población no fuera ya de mestizos y negros; o de xenófobos, cual si no fuéramos admiradores de lo extranjero.
Aquí estamos viviendo en una democracia (incompleta, por supuesto) donde se respetan derechos y libertades, incluyendo a compatriotas que por razones inexplicables critican a su país, sus normas, leyes y reglamentos, y hablan y escriben a favor de los haitianos indocumentados y parturientas, lo que demuestra que tenemos entre nosotros a solidarios hasta con quienes nunca han querido saber de nosotros, y nos han invadido militar y pacíficamente.