Son muchos lo deseos que se anidan en mi mente y mi corazón. Pero el breve espacio de este artículo solo me permite formular otro deseo.
El año 2022 se inicia con de grandes retos y enormes expectativas. Abrumado desde sus inicios por los efectos de la pandemia con su versión de omicron, el nuevo año nos lleva a pensar y analizar en los retos, los temores y la gran incertidumbre que corroe las mentes y los corazones de muchos habitantes de nuestra nación.
Como es mi costumbre en esta columna, cada inicio de un nuevo año formulo una serie de deseos a partir de los retos y expectativas que se sienten en el ambiente, y que preocupan o influyen en nosotros. A partir de eso, mi primer gran deseo es que el coronavirus desaparezca de una vez y por siempre, que oremos con más fe que nunca para que ya en este año esa pandemia que tantos malos efectos ha dejado en la salud de nuestro pueblo, termine de una vez y por todas.
Asimismo, le pedimos a nuestro Dios Todopoderoso, que llene de fe y esperanza a todos los que todavía están saturados de temores y de incertidumbre. No importa cuáles sean tus circunstancias, no se puede vivir lleno de temor y de miedo, no importa virus ni problema alguno, lo importante en este nuevo año y siempre, es llenarnos de Jesús, de ponerlo a Él en nuestros corazones y caminar, firmes y confiados, sabiendo que Jesús nunca nos abandona y no deja de protegernos, amarnos y cuidarnos. Debemos vencer el miedo, el temor, la incertidumbre. En 2da de Timoteo 1:7, el apóstol Pablo expresa “que Dios no nos ha dado espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio”.
Mi segundo gran deseo es que la economía dominicana continúe firme en la ruta de la recuperación y del crecimiento. De igual manera deseo que el gobierno y la sociedad seamos capaces de enfrentar y vencer la preocupante oleada inflacionaria que amenaza nuestro país y al mundo. Asimismo, deseamos que el gobierno sea más efectivo en sus políticas sociales, que se dedique a crear más empleos y que desarrolle un plan de emergencia para atención a las miles de pymes que están al borde de la quiebra.
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Deseo también que, de una vez y por todas, el Congreso Nacional apruebe un Código Penal que respete la vida humana, que no permita el aborto de ninguna manera y que no incluya las posiciones irracionales de ciertos sectores. Asimismo, deseo que cuando se apruebe ese Código Penal pro-vida, el presidente Luis Abinader no se deje intimidar ni chantajear, y lo promulgue de una vez.
Deseo que se amplíe y se profundice la lucha real contra la corrupción, que quien haya cometido un robo de dinero del estado pague sus culpas, pero respetando el debido proceso, no abusando ni cercenado los derechos de esas personas. Que no haya un deseo de venganza sino de hacer justicia. Que quienes llevan a cabo esa lucha desde el poder judicial, saquen el odio de sus corazones y entiendan que una persona es inocente hasta que sea condenada por un juez y que la prisión debe ser la excepción, no la norma. Deseo que nuestra lucha en contra de la corrupción nunca se parezca ni reproduzca las barbaridades del Juez Sergio Moro, de Brasil.
Son muchos lo deseos que se anidan en mi mente y mi corazón. Pero el breve espacio de este artículo solo me permite formular otro deseo. Y este último es el de mayor significación para este tiempo. Aspiro a que todos los hijos de Dios trabajemos unidos y coherentes en esta época, todas nuestras congregaciones unidas y de mano con la sociedad, para llenar de valores cristianos, morales y éticos, a todos los habitantes de nuestra nación. Para romper con el facilismo en la enseñanza, para modelarle a nuestros hijos e hijas, enseñarles a respetar las reglas, a amar y respetar a sus padres y madres, en fin, para que toda la sociedad pueda seguir y practicar el ejemplo de Jesús de amar, perdonar, servir y ser humildes.