Todavía millones de personas alrededor del mundo parecen no entender que estamos en presencia de una nueva y dramática realidad, un nuevo paradigma que lo condiciona todo y que nos obliga a actuar de un modo radicalmente distinto al que estábamos acostumbrados.
Esto supone no solo que hay que asumir un nuevo comportamiento que modifica las relaciones sociales, sino incluso a poner en práctica una actitud que nos puede hacer aparecer como antipáticos, maleducados, agresivos y hasta antisociales.
¿Quién nos iba a decir a principios del año 2019 que meses después estaríamos aislados, cubiertos con mascarillas y lentes y guantes y frecuentemente embadurnados con un gel y esquivos ante cualquier roce con otra persona, aun fuesen nuestros propios seres queridos?
Es un nuevo contexto que, por ahora, nos obliga a desconfiar de todos y poner distancia de todos, pues—como el VIH en los inicios de su pandémica diseminación—, el virus no se ve en la cara.
Aunque en la desgracia que asuela al mundo, el virus sí se ve en la cara, ya que sus síntomas son perceptibles o, por lo menos, perfilan unas señales que pueden servir de alerta.
Es un problema real, de una envergadura tal que las personas somos hoy más pobres; los países, que son el conjunto de las personas que habitan, son más pobres, y el mundo—el conjunto de todo lo que existe sobre él—a su vez es más pobre.
Las precariedades son inmensas porque durante meses las personas producían muy poco, y ese poco era para adquirir de manera precaria alimentos y medicamentos, mientras los Gobiernos tenían que dedicar sus menguadas recaudaciones al abastecimiento de hospitales y asistir a los ciudadanos con limitadas ayudas.
Y como todas las naciones pasan por lo mismo, quizá se quería tender la mano amiga, pero no había nada dentro de ella. Un drama horrible.
Hemos empezado un nuevo año en el cual el panorama no es como para batir palmas, si bien nos aferramos a la idea de que “año nuevo, vida nueva”, lo que, en las circunstancias actuales, no es ni remotamente cierto.
Sin embargo, como nos acostumbraron a que “lo último que se pierde es la esperanza”, vamos por ese camino de fe al encuentro de cada día que buscamos sea mejor.
Porque lo concreto es que nadie estaba preparado para lo que se le vino encima al mundo a partir de la aparición del primer caso de coronavirus en Wuhan, China, cuya expansión fue tan rápida como devastadora para todo el planeta.
¿Qué hacer? (Lenin). Lo primero es saber que el mundo cambió y el coronavirus ralentizó todo lo demás.
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