Confieso que algunas veces siento temor de salir a la calle y mezclarme con grupos de personas incorregibles e inadaptadas sociales que le pasan a uno por el lado y no llevan puesta la mascarilla.
Al 8 de enero del 2022, las estadísticas oficiales reflejan que un total de 5,722,555 de dominicanos están completamente vacunados con las tres dosis contra la devastadora pandemia Covid-19.
Haciendo un simple cálculo, se establece que el 54% ya cumplió con ese cometido y, por ende, entra en la fase de protección o prevención.
Basándonos en que la República Dominicana tiene 10,535,535 de habitantes (según las estadísticas del 2021) quedarían 4,812,980 ciudadanos por inocularse (46%).
Recuerdo bien que hace tres meses el Ministerio de Salud Pública había informado que faltaba un 47% por administrarse las vacunas.
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Hasta ahora, las personas con sentido común (por así decirlo) se inyectaron los biológicos Sinovac, Pfizer y AstraZeneca.
Así, ya circulan en nuestro organismo 6.953.635 de la
primera dosis, 5.722.555 de la segunda y 1.531.679 de tercera cuota de refuerzo para un acumulado global de 14.211.317. Es un buen punto de avance.
Hasta ahí, todo ha sido un éxito. ¿Por qué aún ese 47% no ha bajado, pese a los reiterados llamados de las autoridades a presentarse a los centros de inoculación?
La respuesta es simple: porque en nosotros impera la cultura del desgane, de la ignorancia, el caos, el desorden, la imprudencia y la holgazanería.
Si ahora están abarrotando los centros de vacunación es por los síntomas que están sintiendo en el organismo arrastrado por la variante ómicron, como tos, gripe, fiebre, dolor del cuerpo y de garganta.
Es decir, no se están vacunando contra la Covid, sino haciéndose pruebas antígenas para combatir los efectos de la influenza.
Las muestras antigénicas se recomiendan para diagnosticar infecciones en casos sintomáticos en entornos donde las pruebas moleculares son limitadas y los tiempos de respuesta son prolongados.
Ese 47% que se resiste a inyectarse los fármacos antivirales es precisamente el que ocupa las camas en Unidades de Cuidados Intensivos de los hospitales; por tanto, son presas más fáciles de pasar al mundo sin retorno.
La situación no deja de preocuparnos. Confieso que algunas veces siento temor de salir a la calle y mezclarme con grupos de personas incorregibles e inadaptadas sociales que le pasan a uno por el lado y no llevan puesta la mascarilla ni tampoco cumplen con el distanciamiento social y físico.
En los encuentros familiares, tampoco usan cubrebocas bajo el alegato de que tienen aplicadas tres dosis de vacuna. Entre vacunados todo pasa bien, hasta que se agrega alguien sin vacunarse. En ese momento, surgen las posibilidades de contagiarse, según los infectólogos.
Pero resulta que ha fallecido mucha gente en edad avanzada, después de administrarse la tercera de refuerzo tras ser contaminada por los no vacunados. La razón es que padecían otras conmorbilidades (enfermedades como diabetes, hipertensión, cáncer). Eso dicen los especialistas y les creo
Más que un acto de rebeldía para no vacunarse, participar en fiestas abrumadoras o desobedecer las normativas sanitarias, lo que estamos observando es un problema de conciencia y de educación.
Y a eso le añadimos que en algunos centros comerciales y plazas no están exigiendo las tarjetas de vacunación o la certificación de una prueba negativa.
Y lo peor de todo es que, por línea partidaria evacuada de líderes resentidos, ya desfasados y considerados muertos políticos, están politizando la pandemia. Solo basta con revisar sus declaraciones en los diferentes medios. El nuestro, es un país difícil de gobernar.