Los tradicionales colmados en los barrios ya no son tales, ahora muchos sirven de minibares sobresaliendo allí ventas de alcohol y drogas.
Las influencias negativas y devastadoras que ejercen las continuas agresiones sonoras sobre el organismo humano, parecen no tener control en la sociedad dominicana, en la que, apenas en sectores excepcionalmente privilegiados se respira tranquilidad.
Nos hemos ganado el sitial nada envidiable de ser uno de los países más ruidosos del planeta, y, aun así, todavía vemos como se incrementan los ruidos creados deliberadamente, cuyo fin parece ser volvernos sordos a todos.
Una realidad concreta de la República Dominicana es el incremento de las alteraciones sónicas con millares de bocinas esparcidas en los espacios públicos urbanos y hasta en zonas rurales, los absurdos ruidos de claxon que intranquilizan la paz social y alteran nuestro sistema nervioso.
Los tradicionales colmados en los barrios ya no son tales, ahora muchos sirven de minibares sobresaliendo allí ventas de alcohol y drogas.
Metrópolis como Santo Domingo y Santiago, dos de las principales ciudades del país, el incremento de la violencia sonora se expande vertiginosamente y ello debe motivar una acción inmediata de las autoridades.
El caos que genera el tránsito vehicular en esas localidades y en otras de menor afluencia de vehículos, es un detonante preocupante que altera nuestro metabolismo, tal como lo advierten los especialistas de la neurología.
Debemos preguntarnos, ¿hasta qué punto los bocinazos de las unidades vehiculares desplazadas por carreteras, calles y avenidas están mermando nuestra capacidad auditiva?
Sobre aceras y contenes enormes altoparlantes compiten entre sí con música a todo volumen y a cualquier hora del día y hasta en horario nocturno alimentando la intranquilidad de quienes tienen derecho al descanso espiritual.
Las clásicas cornetas, trompetas y pitos que habitualmente usaban los niños, especialmente en el tradicional Dia de los Santos Reyes Magos, ahora son sustituidas por las extravagantes y costosas bocinas en manos de los terroristas de los escándalos en espacios públicos.
Contaminación Sonora y Ambiental
El grado de contaminación sonora y ambiental que registra el país debe ser afrontado por las autoridades del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales, así como por otras entidades gubernamentales como el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social.
Los cabildos de todas las comunidades deberían integrarse conjuntamente con esas entidades gubernamentales a una cruzada contra la contaminación sonora y ambiental, procediendo incluso a despejar las aceras y contenes repletas de tarantines; chatarras, improvisadas casetas y hasta “cocina ambulatoria” que afean el entorno urbano y propagan la insalubridad e inseguridad.
En momentos en que el Ministerio de Turismo está inmerso en una agresiva promoción de nuestros recursos naturales y principales atractivos para conquistar nuevos mercados, se impone higienizar urgentemente los espacios urbanos.
Estamos ante un agudo problema social y de salud que no debemos postergar para actuar y proceder a erradicarlo con todas las consecuencias que ello amerita.
Los integrantes de esta sociedad no resisten más ruidos y escándalos en las vías públicas porque de lo contrario estaríamos camino a la sordera colectiva, que traería simultáneamente a corto y mediano plazo otros agravantes para la salud de los ciudadanos.
A ese respecto, el neurólogo José Silié Ruiz, cita que la población más afectada por la ola de ruidos son los niños y los envejecientes.
Advierte que, “el mundo actual con maquinarias, edificaciones, bocinas, alarmas, ruidosas campañas políticas, vecinos sin educación, discotecas, las bulliciosas calles con una densa carga vehicular, los colmadones con sus bocinas y sus delivery con motores viejísimos sin moflers, una construcción vecina, los ruidosos motores ninjas, vehículos ruidosos contribuyen al deterioro de la salud cerebral”.
La chercha urbana no debe seguir siendo una normativa en el diario vivir de las ciudades y campos porque se trata de un agudo problema de convivencia social, que inclusive genera frecuentemente riñas y confrontaciones trágicas.
Habría que estudiar hasta qué punto esos escenarios bulliciosos se convierten en caldo de cultivo para generar violencia y minar nuestra salud física y mental, y, además, ¿cómo inciden en el auge de la violencia de género y ciudadana?
¿Cómo estudiar con ruidos callejeros?
En nuestros barrios a los niños y jóvenes que desean estudiar se les hace difícil concentrarse con el sistema de educación virtual impuesto por la pandemia, precisamente por los insoportables e indeseables estruendos callejeros.
Las bocinas de los colmadones invaden el interior de las propias viviendas y a los docentes y estudiantes se les hace difícil asimilar el mensaje.
Los habitantes de nuestros barrios no tan solo merecen servicios públicos adecuados como limpieza de sus calles; energía eléctrica, agua potable, salud y educación, sino por supuesto, paz, seguridad y sosiego.
Eulalia Peris, experta de la Agencia Europea de Medio Ambiente en ruido ambiental, precisa que la salud humana está permanentemente amenazada por la contaminación acústica.
Cita que el acelerado tráfico rodado en las ciudades y en particular en Europa, impacta el 20% de la población, es decir, más de 100 millones de personas.
Así, “la exposición prolongada al ruido puede afectar de distintas formas a la salud, produciendo molestias, trastornos del sueño, efectos perjudiciales en los sistemas cardiovascular y metabólico, y deficiencias cognitivas en los niños”, indica.
Efectos Trágicos
Los datos actuales, afirma la Agencia Europea de Medio Ambiente en ruido ambiental, permiten deducir que el ruido ambiental es una de las causas que provocan 48 000 nuevos casos de cardiopatía isquémica al año, así como 12 000 muertes prematuras. También se calcula que 22 millones de personas sufren molestias crónicas importantes y que 6,5 millones de personas padecen alteraciones del sueño graves y crónicas.
Como se puede apreciar, la contaminación sonora en el mundo actual es algo muy grave.
Artículo de Manuel Díaz Aponte