Nuestro folklore nacional, la política está presente como lo ha estado por siglos, en los bailes desde los merengues alegóricos de inicio de la República hasta aquellos que exaltaban la grandeza del trujillato..
Por José Francisco Peña Guaba
En esta entrega vamos a hacer referencia al término de folklore, que se conoce como la disciplina que estudia el conjunto de creencias, prácticas y costumbres que son tradicionales de un pueblo, o manifestaciones culturales asociadas a los bailes, la música, las leyendas, los cuentos, las artesanías y supersticiones propias de una cultura autóctona, tradiciones compartidas en nuestra población que se transmite con el paso del tiempo de generación en generación, y que se presenta de manera destacada en nuestra álgida actividad política.
Somos los dominicanos, verdaderos adictos a la política, la tenemos en nuestros genes y la vivimos con pasión inusitada, siempre hemos sido así, de un ADN difícil de cambiar, cuyo interés solo es comparable a la adhesión febril, a los clubes de pelota, a los cuales se siguen ciegamente, claro está, con mayor nivel de fidelidad que el que se manifiesta hoy en la política electoral nuestra, porque nuestros ciudadanos se cambian más fácilmente de partidos y no de fanatismo beisbolero.
La política nos corre por las venas, y aunque existe hoy cierta apatía de la juventud hacia ella, el murmullo digital es parte consustancial de la diaria virtualidad ciudadana, o sea todo el mundo de un modo u otro opina sobre política y de los políticos, la más de las veces en una crítica sórdida muy bien ganada por los que se dedican a este ingrato, pero desprestigiado oficio.
Pero en nuestro folklore nacional, la política está presente como lo ha estado por siglos, en los bailes desde los merengues alegóricos de inicio de la República hasta aquellos que exaltaban la grandeza del trujillato, o de aquel perico ripiao’ que en alegría cadenciosa demuestra la versatilidad cibaeña, o la bachata del ayer, raíz melodiosa de los de abajo, que a modo de venganza han cautivado hoy a los de arriba, aquí y en una gran parte del mundo.
Aunque no son propios de nuestra tierra el son y la salsa, son ritmos que siguen siendo de una herencia caribeña, que bien sabemos disfrutar y que hemos logrado apuntalar en el corazón de nuestros barrios.
En rítmico acento y al compás de la güira, la tambora y el acordeón, le ponemos nota a la alegría contagiosa de ciudadanos que se resisten, pese a los múltiples problemas del hoy a ser tristes, buscando cualquier vaga justificación para sonreírle a la vida, a pesar de las situaciones que a diario nos acogotan.
Somos los dominicanos amantes a los cuentos, a contarlos más, sabemos que no vivimos del cuento, pero todavía en las tradicionales peñas damos rienda suelta a la fantasía, rememorando leyendas que nos acompañan como parte del imaginario popular que le da vida todavía a la ciguapa, a los temibles chupa cabras, al atemorizante cuco, al singular “mal de ojos” y al poderoso “bacá”, acompañante fiel que ha protegido y suplido los apremios económicos a más de uno de los que nos han gobernado.
Somos los dominicanos supersticiosos hasta más no poder, por eso todavía hablamos de la caída de la banda presidencial en el Congreso, de los rezos para que el Señor nos tome en cuenta, de los ensalmos que nos protegen de las malos espíritus, y de los conjuros para los que creen en la magia o el hechizo de invocar divinidades a los fines de salvaguardar vidas y bienes.
Aferrados a nuestras tradiciones nos siguen poniendo al nacer azabaches para evitar las miradas maliciosas y envidiosas de vecinos, ponemos aún las escobas invertidas detrás de las puertas, y siempre tenemos sal para ahuyentar e inmovilizar a cualquier brujería doméstica que suelen lanzar los desafectos a nuestra presencia.
Casi todos los principales hombres públicos tienen sus “asesores espirituales”, raíces de costumbres que nos persiguen y nos obligan a creer que hay que protegerse de los malos espectros, porque el que no se cura de espanto, le da el pecho desguarecido a cualquier anima lanzada para enturbiarnos el camino.
La buena suerte o la providencia juega en contra de unos y a favor de otros, el destino tira sus cartas, dándole larga vida a los que paciencia tuvieron, y acortándole la existencia a los que vivieron de manera tórrida, mientras todo tipo de mito o fabula se ha construido en el tiempo, sobre aquellos que dejaron interrogantes acerca de su proceder en el interregno del tiempo en que les tocó estar en esta tierra de hombres y mujeres propios de sus épocas, la más veces llenos de bonhomía que de malas acciones, porque este nuestro pueblo en su amplia mayoría esta repletos de gente nobles.
Es posible que se siga buscando la suerte de aquel que está signado a ponerse en su pecho la banda tricolor, unos así lo quieren, otros lo descifran como por prestidigitación, y lo buscan en las cartas o en la macha del café dejado en una taza, pero todos queremos saber quién será el suertudo para apostar a lo seguro, y de manera oportuna ir tras de su entorno para entrar con el equipo que se hará inquilino de la mansión de Gazcue.
No hay nadie que aspire que no busque su resguardo y que rechace tener desde San Juan quien le proteja y le limpie el camino hacia la silla de alfileres, por eso es que la política del poder tiene un secretismo mágico que acompaña a los bienaventurados que logran llegar a la cima.
Por cada 100 que han aspirado tal vez uno ha llegado, porque una dosis de suerte y protección cuasidivina acompaña a los semidioses del Olimpo, que logran ganarle la carrera a la desventura, por eso es que el folklore es parte primordial de los sinsabores de esta política vernácula nuestra, a donde los mejores no siempre le ha sonreído la fortuna, y los dichosos no siempre son de los buenos, pero esa es la historia mística de nuestro pueblo que ni los vientos de cambio harán cambiar, cosa que ni el sincretismo cultural que produjo el mestizaje y la transculturación iberoamericana ha logrado transformar ni con el paso inexorable de los años.
Somos así de alegres, brujeros y bulliciosos, pero vivimos ‘juchos’ para no caer en ganchos, siendo simpáticos para lograr la gracia o el favor de no importa quién sea que llegue al Palacio.
Es la política la actividad más febril del ciudadano común, que busca en ella cambiar su suerte, con más ahínco que los sueños que le hacen jugar descifrando los números de la lotería, somos un pueblo donde el folklorismo se mezcla con la política para crear el mayor de los anhelos de los que habitamos esta media isla, ¡¡¡el poder llegar al poder!!!