Con la revolución democrática conocida como Primavera Arabe, como punto de inflexión entre el autoritarismo que aún se enseñoreaba en muchos países del mundo, y el contagio democratizador de las redes sociales, una hipótesis esperanzadora adobaba el análisis político: el empoderamiento que las empresas tecnológicas habían puesto en manos de los ciudadanos los convertía en protagonistas de su mundo y era incompatible con cualquier forma de dictadura.
No se necesitó que líderes opositores ni militares pusieran fin a la dictadura de Ben Ali, en Tunes. Lo hicieron ciudadanos de apiés convocando su indignación a través Facebook y otras redes, por el atropello cometido contra el vendedor ambulante Mohamed Bouazizi, quién ante la impotencia de perder la balanza que tenía como única tecnología de trabajo, decidió pegarse fuego.
Y, viendo que eso era bueno, como dice el Génesis cuando Dios se maravilló de sus creaciones, los que antes no contaban en Egipto se levantaron contra Hosni Mubarak y pusieron fin a su régimen tiránico; y en Libia contra Muamar Cadafi, en Siria contra Ali Abdullah, aunque el fruto ha sido una guerra civil que aún perdura.
Y en países como España, los indignados de Sol, que parieron el liderazgo de Pablo Iglesias, que iba a ser el gran relevo del liderazgo político tradicional; y en Estados Unidos el Occupy Wall Street, todos con serios cuestionamientos a las desigualdades y las inequidades.
Con ese impacto, las revoluciones ya no serían violentas como en el pasado, porque ahora el poder no saldría de la boca de un fusil, como proclamó el líder de la tiranía china, Mao Zedong, sino que residía en el empoderamiento ciudadano.
Pero, lamentablemente, nada de eso parió nada mejor, y los liderazgos que se levantaron en esas manifestaciones se han esfumado con la misma rapidez con la que surgieron, y lejos de estar más informados y con mejores herramientas para participar en la toma de decisiones, estamos fantásticamente enviciados en las redes inescrupulosas del capitalismo de vigilancia, que haciéndonos creer que nos movemos en un espacio de libertad hurga en nuestro cerebro para ponerlo a su merced a través de algoritmos que nos convierten en autómatas, mientras por otra parte ponen nuestra privacidad al servicio del mejor postor.
Aunque Mark Zuckerberg quiere dar vueltas a las páginas de los serios cuestionamientos de sus exitosas operaciones, pidiéndonos más confianza para llevarnos a la era delmetaverso, en términos académicos en Estados Unidos, se ha establecido de dónde salen sus beneficios.
Zhoshana Zuboff, profesora de Harvard Business School, sostiene que “el éxito de Facebook se basa en una serie de operaciones unidireccionales concebidas para que no seamos conscientes de ellas y envueltas en una confusión de distracciones, eufemismo y mentiras”
Con las investigaciones de la trama Rusa y de Cambridge Analytica, de las que no hay dudas que Facebook formó parte priorizando en lo económico; o la manipulación de un video en tiempos de Trump para presentar a Nancy Pelosi como borracha a pesar de que no ingiere alcohol, así como por decenas de testimonios de ex ejecutivos de la plataforma advirtiendo de como se daba prioridad al discurso de odio sin importar consecuencias, Estados Unidos no se plantea seriamente la disolución su principal transnacional de vigilancia por razones geoestratégicas:dejaría el campo abierto a competidoras chinas
Nada es tan bueno que no tenga cosas malas ni lo contrario. Redes es renuncia a la privacidad y exposición a la manipulación
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