Qué difícil es gobernar bien un país donde la gente no quiere que lo gobiernen bien, que se acostumbró a que lo gobiernan mal, a que la corrupción, el robo, el saqueo, la demagogia y la mentira, sea el pan nuestro de todos los días.
Qué difícil es gobernar un país donde priman el caos, el desorden, la anarquía y la podredumbre ética y moral.
Qué difícil es gobernar un país donde los ciudadanos actúan como “chivos sin ley”, irrespetando las normas de toda sociedad civilizada. Vivimos en una selva donde sobreviven los más fuertes, los que no ceden el paso porque todos quieren ir delante en la cola del supermercado, del metro, del mercado, del tránsito, del consultorio médico, del autobús, etc. Todos quieren llegar primero, ocupar los mejores asientos, en la escuela, en la universidad, en los estadios. Unos pasándole por encima a los otros, como si fuéramos “los demás de los demás”, como diría el fallecido cantautor argentino Alberto Cortez.
Qué difícil es gobernar un país donde la mentira tiene más importancia que la verdad, la demagogia más importante que la transparencia, la deshonestidad más que la honestidad.
Qué difícil es gobernar un país donde cualquier “come m…”, sin ética ni moral, un desvergonzado, utiliza los medios de comunicación, principalmente la radio, la televisión y las mal llamadas “redes sociales” para despotricar contra el presidente, contra la primera dama, contra la vicepresidenta, ministros, jueces, abogados, diputados, senadores, embajadores, etc., sin ningún sustento de veracidad, sin que nada ocurra, sin que haya consecuencia por la difamación, la injuria, el chantaje y la extorsión.
Las redes sociales han venido a darle derecho a gente que no lo merece, les han permitido a los reyes de la obscenidad y la vulgaridad explayarse sin ningún pudor, sin ningún temor. Grupos de “analfabestias” prenatales alcanzando niveles de popularidad y protagonismo sin condición alguna. Personas de dudosa reputación comprando medios de comunicación con dinero sucio sin que ninguna autoridad investigue la procedencia de esos bienes. (Hace falta la ley de extinción dominio)
Por primera vez en mochos años la República Dominicana tiene un presidente decente, que no llegó al Estado para robárselo, trabajador, bien intencionado, defensor de los bienes del Estado, de los derechos humanos, transparente, que procura actuar de cara al sol, siempre con la verdad, que no es corrupto ni permite la corrupción, que comete errores, pero los admite y trata de corregirlos, como efectivamente lo ha hecho en más de una ocasión. Ese presidente -Luís Abinader- merece el respaldo de la mayoría de los dominicanos, porque se lo ha ganado con su trabajo, con su esfuerzo, con su sacrificio. Cuando termine su mandato, dentro de dos o de seis años, si el pueblo le da otros cuatro, el país será otro, con menos corrupción, menos despilfarro, más transparencia, más democracia; con más y mejor salud y educación, con más y mejores calles y carreteras, con un Ministerio Público independiente para imponer el imperio de la ley.
Por el camino que vamos dentro de seis años la República Dominicana será otra. Por lo menos es lo que percibo y es lo que espero. Para gobernar este país se requiere de carácter y determinación, tener clara las ideas y de desviar el camino como muchos quieren. Para gobernar este país se requiere de mucha fuerza de voluntad para alcanzar los objetivos planteados para avanzar hacia el desarrollo y el bienestar colectivo.
De todos modos, amigos, amigas, que difícil es gobernar un país acostumbrado a la fuerza del garrote, a los gobiernos totalitarios, déspotas y liberales solo de palabras; que difícil es gobernar dentro del marco de la débil democracia que tenemos, sin instituciones sólidas y respetables. ¡Qué difícil! ¡Wao, que difícil!