Por Ángel Rivero Rodríguez
MADRID – A falta de que se asignen los diputados elegidos por los portugueses residentes en el extranjero –cuatro–, António Costa ha obtenido una contundente victoria electoral en las elecciones celebradas el domingo 30 de enero, al conseguir 117 diputados sobre los 230 que tiene la Asamblea de la República.
Es decir, al escribir estas líneas ya tiene un diputado más de los necesarios para tener la mayoría absoluta en el Parlamento y, sin duda, uno o varios de los cuatro todavía en liza irán para su propio partido. De estas elecciones se desprende que se han producido cambios de profundo calado en la política portuguesa.
En primer lugar, debe recordarse que estas son unas elecciones anticipadas, producto de la disolución del Parlamento el 5 de diciembre de 2021 por el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, en ejercicio de sus poderes.
La razón de esta medida, el uso de la llamada "bomba atómica" en la jerga política portuguesa, venía justificada porque el segundo Gobierno Costa, cuya legislatura inició en 2019, no había conseguido que fueran aprobados los presupuestos generales del Estado para 2022.
Costa tenía un gobierno en minoría y, por tanto, necesitaba de apoyos parlamentarios externos. Conseguir estos apoyos ya había sido complejo en los dos ejercicios anteriores, pero esta vez ninguno de los partidos situados a la izquierda del PS estaba dispuesto a concederlos, al menos a priori, y Costa no estaba dispuesto a negociar más ni con el Partido Comunista Portugués (PCP), ni con el Bloco de Esquerda (BE), ni con los animalistas del PAN.
Así pues, puede pensarse que la disolución del Parlamento, a pesar de la retórica empleada por Costa en la cámara, apelando a lo nefasto de un proceso electoral en condiciones de pandemia e incertidumbre económica, fuera algo buscado por el primer ministro. Al menos eso pensaban en el BE y el PCP porque no querían disolución, sino negociación, y les pilló completamente por sorpresa.
Algo excepcional en la política portuguesa
Contra lo que pudiera pensarse, esta circunstancia –que el PS busque apoyos parlamentarios en los grupos de la extrema izquierda– no era algo normal en la política portuguesa, sino excepcional. Tan excepcional que solo había ocurrido una vez y fue hace bastante poco tiempo, en 2015.
El sistema de partidos portugués nació en circunstancias peculiares, revolucionarias, y no se estructuró, como en España, en torno al eje izquierda y derecha sobre un compartido consenso constitucional, sino que se dividió desde su origen entre los partidarios de una revolución socialista y los defensores de una democracia occidental.
El BE y el PCP pertenecen al universo del primer grupo; mientras que el PS, el PSD y el CDS-PP formaban parte del segundo. Los primeros han tenido permanentemente en torno a 20 % del apoyo electoral y los segundos, 80 %.
En consecuencia, los partidarios de la democracia han monopolizado el Gobierno desde las elecciones de 1976 y los primeros no han estado jamás en los gobiernos democráticos (aunque sí en los provisionales anteriores a las citadas elecciones).
Esto ha significado, contra lo que pudiera pensarse, que en todos los Gobiernos de coalición de Portugal ha participado la derecha y que nunca haya habido uno de coalición de izquierdas en el país.
El PS ha gobernado en coalición con el CDS-PP, y con el PSD, pero nunca con el PCP o el BE.
El sistema funcionaba bajo dos reglas no escritas: siempre se permitiría gobernar al partido más votado; y los partidos democráticos habían de buscar apoyos para formar Gobierno entre sí y no por recurso a los revolucionarios.
Todo esto cambió en 2015, cuando António Costa hizo caer, al poco de haberse constituido, al segundo Gobierno de Passos Coelho, la coalición PàF, del PSD y del CDS-PP, que estaba en minoría en el Parlamento; y pudo sostener su propio Gobierno con acuerdos de legislatura separados con el BE, el PCP y el PAN.
Los primeros apoyos revolucionarios del PS
Por primera vez en la historia, un gobierno PS encontraba sus apoyos parlamentarios en la izquierda revolucionaria. Costa completó la legislatura y en las elecciones de 2019 el PS se convirtió en la primera fuerza de la Asamblea de la República, aunque todavía en minoría, porque necesitaba diez diputados más para tener mayoría en la cámara.
Al PS le fue muy bien con el gobierno de la llamada "geringonça", pero a sus socios no tanto: el PCP fue severamente castigado en las urnas, perdió cinco diputados, y el BE se estancó. De ahí la reticencia de los comunistas de seguir colaborando con Costa.
Sin embargo, el líder del PS había conseguido algo inédito, una conexión con el electorado situado a su izquierda que hizo que los votos del universo de los partidos revolucionarios llegaran por primera vez al PS.
En este segundo gobierno Costa, al no haber acuerdos de legislatura, ya no se puede hablar de "geringonça". Costa se preparaba para crecer por la izquierda.
Estas elecciones de enero de 2022 han confirmado esta nueva situación y al hacerlo se ha producido una mutación total del sistema político portugués tal como lo conocíamos hasta ahora. El BE y el PCP se han desangrado en favor del PS, el primero ha perdido catorce de los diecinueve escaños que tenía y el segundo seis de los doce que le quedaban.
Este movimiento fue de alguna manera posibilitado por la política ingeniada por Costa en 2015 de ruptura con la tradición portuguesa de gobierno desde 1976, pero además se vio alentado por la llegada de un partido nacional-populista, Chega, que hizo que el camino abierto por Costa hacia ese electorado fuera recorrido por sus votantes ante lo que las encuestas anunciaban como un gobierno de la derecha apoyado por unos radicales que, además, exigían tener ministros en el Gobierno.
La ultraderecha debilita a la derecha
Pero el triunfo de Costa no solo ha afectado a la izquierda. Chega ha debilitado a la derecha de gobierno al convertirse en tercera fuerza; ha hecho que el PSD, que vivió la ensoñación de unas encuestas favorables, vuelva a su crisis de liderazgo y ha producido, sobre todo, que el partido que históricamente hizo frente a la deriva socialista de Portugal, el CDS-PP, haya quedado fuera del Parlamento y pudiera desaparecer.
Además, por si el centro derecha tuviera poco, Iniciativa Liberal (IL), un partido nuevo que entró en el Parlamento en 2019 y que defiende lo mismo que el sector liberal del PSD, se ha convertido en la cuarta fuerza política, con ocho diputados.
En suma, estas elecciones señalan que el proyecto Costa ha triunfado y que el sistema político portugués nacido tras las primeras elecciones legislativas ha cambiado por completo y sin posibilidad de vuelta atrás.
La izquierda se ha agrupado por primera vez dentro del PS y la derecha ha implosionado en tres partidos, llevándose por delante al histórico CDS-PP, que en el lejano tiempo de 1976 llegó a tener 42 diputados.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Reproducido por Ipsnoticias.net