Los que decían que Luís Abinader fracasaría porque no tenía experiencia de Estado, que no había sido “ni regidor”, que era una “tayota”, hoy tienen que darse golpes en el pecho
Certidumbre en la incertidumbre, confianza en la desconfianza, estabilidad en la desestabilidad, gobernabilidad en la ingobernabilidad, esperanza en la desesperanza, tranquilidad en la intranquilidad, equilibrio en el desequilibrio, seguridad en la inseguridad, amor en el desamor, sosiego en el desasosiego, paz antes que la guerra.
Todas esas frases pueden definir de un modo o de otro el discurso del presidente Luís Abinader en la rendición de cuentas que ordena la Constitución ante la Asamblea Nacional, porque es muy difícil llevarle al pueblo certidumbre en medio de una crisis nacional e internacional que genera incertidumbre, que llena de miedo y horror a todos los ciudadanos, tanto del país como del mundo.
Luís Abinader llegó al gobierno con un país sacudido por la corrupción en todos los estamentos sociales, en las instituciones públicas y privadas, porque el Partido de la Liberación Dominicana dañó todo el tejido social con un entramado mafioso que estanco el país. Todo estaba maleado, distorsionado, enloquecido, pervertido de manera patológica. El cáncer había hecho metástasis en todo el cuerpo social, en los poderes del Estado, principalmente el Ejecutivo. Darle radio y quimioterapia con medicamentos de alto costo para extirpar los tumores cancerígenos requería de un patólogo experimentado, con el coraje como bisturís para empezar la cirugía sin importar los riesgos.
Al abrir el pecho del paciente (el país) el doctor encontró el coronavirus que llegó junto con la crisis económica global agravada posteriormente con la amenaza de una guerra intercontinental que puso en jaque el aparato productivo y comercial del planeta, lo que hizo más difícil el trabajo del galeno, pues la inflación se convirtió en un elemento incendiario socialmente que atentaba contra la estabilidad y la gobernabilidad.
El presidente no se amilanó; el contrario, asumió los retos con valentía inusitada. Combatió con éxito la corrupción designando un Ministerio Público independiente con Mirian Germán como Procuradora, a la doctora Milagros Ortiz Bosch en la parte ética y moral, a Carlos Pimenten en Compras y Contrataciones. Demostró que la lucha contra la corrupción no era cuento. Y comenzaron los procesos judiciales que, si no hay llegado a feliz término no ha sido su culpa. De igualmente “le metió mano” a la pandemia del covid-19 buscando al personal médico idóneo, salió al mercado internacional en procura de las vacunas. Compró 26 millones de dosis para que no faltara. Ideó junto con su equipo un masivo plan de inoculación de toda la población, y, finalmente, desafió la crisis económica recuperando el turismo, las zonas francas, los empleos perdidos, etc.
Los que decían que Luís Abinader fracasaría porque no tenía experiencia de Estado, que no había sido “ni regidor”, que era una “tayota”, hoy tienen que darse golpes en el pecho de arrepentimiento, porque ha resultado un gran estadista, excelente expositor y buen comunicador, con más gusto que una Jagua.
La oposición quedó desarmada con el discurso del 27 de febrero, con planteamientos que se desvanecieron en el aire, que la gente, que no es bruta aunque el PLD crea lo contrario, ignoró. El discurso llenó todas las expectativas del pueblo llano. Abinader hizo una verdadera rendición de cuentas, sin cuentos de hadas, sin mentiras, sin populismo barato, sin demagogia. Dijo, lo que tenía que decir.
Llevarle al pueblo dominicano certidumbre en medio de la incertidumbre, esperanza en medio de la desesperanza, confianza en medio de la desconfianza, es el mayor éxito del presidente Luís Abinader.