Un hombre que alcanzó la cúspide de lo imaginable luego de destronar al alemán Emmanuel Lasker y mantener el reinado mundial entre 1921 y 1927.
Por: Jhonah Díaz González
La Habana, 8 mar (Prensa Latina) A pesar de exhibir prácticas poco habituales en los jugadores de su época, el cubano José Raúl Capablanca escaló el Olimpo del ajedrez, convirtiéndose en inmortal desde su último suspiro, un día como hoy de 1942.
«La máquina», así le decían por su aura de invencible, pero igual para enaltecer sus maneras refinadas, esas que quedaron mutiladas a los 54 años, cuando su corazón perdió potencia y los latidos pararon, como si se tratase de un jaque mate demoledor.
Su vasta cultura también llamó la atención, de ahí que fuese un show antes, durante y después de rozar los trebejos (claros u oscuros) en pos de avanzar casillas y eliminar a los contrarios.
Cuentan, además, que los grandes exponentes del llamado juego ciencia -en las primeras décadas del siglo XX- eran introvertidos y desaliñados, mientras el genio de Capablanca siempre vistió elegante y enamoró con su carisma y oratoria.
Un hombre que alcanzó la cúspide de lo imaginable luego de destronar al alemán Emmanuel Lasker y mantener el reinado mundial entre 1921 y 1927, con obras sublimes en el arte del ajedrez.
Empero, aquel 8 de marzo aconteció su adiós sin despedida, en el Manhattan Chess Club de la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, cuando dejó de respirar en el Hospital Mount Sinaí.
El prominente competidor, nacido en esta capital el 19 de noviembre de 1888, sufrió una hemorragia cerebral y pasó a otro plano de vida, aunque su grandeza ya estaba bautizada por los dioses de la disciplina.
Murió el más grande ajedrecista de todos los tiempos, manifestó el ruso nacionalizado francés Alexander Alekhine, victimario de Capablanca en el match por la corona del orbe en 1927.
Las palabras de Alekhine ilustran la grandeza del caribeño, si bien la revancha entre ellos nunca tuvo lugar, pese a las peticiones de los expertos, que anhelaron volver a disfrutar los cotejos entre el prodigio de cuna nacido en una isla y el estudioso voraz oriundo de una tierra de múltiples campeones.
Y es que el antillano aprendió a moverse entre escaques con solo cuatro años; a los 13 alcanzó notoriedad al dominar el torneo nacional, y llegó invicto a la disputa del cetro ante el Lasker, quien también tenía –en ese instante- un récord sin manchas.
En su honor, Cuba organiza anualmente el Memorial José Raúl Capablanca para así recordar a una de sus máximas estrellas deportivas en las primeras décadas del siglo XX, junto al esgrimista Ramón Fonst, el billarista Alfredo de Oro y el boxeador Eligio Sardiñas, “Kid Chocolate”.
De hecho, su figura se honrará este martes en su territorio natal y en otras latitudes, porque su leyenda es universal y sus huellas en la tierra trazaron el camino para encontrarle sentido a la grandeza y encumbrarlo de forma perenne.