En el caso de la filosofía marxista, se dice que, en el plano teorético es perfecta, pero que, en su aplicación práctica o política no funciona.
La relación entre filosofía y política es muy estrecha, al grado de que, se dice, que toda filosofía es política y toda política es filosofía. El tema viene desde la Grecia clásica ocupando a filósofos y a politólogos. Tanto así, como para que Karl Popper se ocupase de acusar a ciertos filósofos de la antigüedad de poner sus ideas filosóficas al servicio del pensamiento autoritario. Dicho de otra manera, los filósofos ponen su pensamiento al servicio del autoritarismo y los politólogos lo ponen al servicio de la democracia. Como si tal distinción fuere tan fácil de hacer, el tema es mucho más complejo. Es decir, el problema inicia en los albores de la filosofía, pero llega hasta nosotros, hasta nuestra época, con la misma candidez de entonces. Se sabe también que, el politólogo español Alcántara delimita la filosofía de la politología aduciendo que la politología no es filosofía, o sea, que la filosofía no debe confundirse con la política, pues, a su juicio, se trata de asuntos diferentes.
Más cerca de la verdad anda Max Weber cuando distingue el científico del político, del filósofo y al político práctico del político científico, etc. Estas últimas gradaciones tienden a presentar el carácter operativo del politólogo en función de la tarea a que se dedique. Ha servido para ver más claramente el asunto. Pero deja fuera de su análisis al filósofo, a pesar de que, en no pocos casos, filosofía y política parecen fusionarse. Sobre todo, cuando del ejercicio político se trata. Algunos ponen como mejor ejemplo de príncipe a Alejandro Magno argumentando que fue un práctico y un teórico de la política gracias a la formación que recibió de Aristóteles. De ahí la raíz autoritaria que se atribuye a la filosofía. Pero se olvida que, Marcos Aurelio fue el modelo de príncipe filósofo y que, en razón de ello, Platón abogó siempre por el gobierno de los mejores. Ese gobierno de los mejores, aplica para la academia y, de hecho, si en algún lugar ha existido ha sido en la academia. Por tanto, la acusación de elitista hace un favor al candidato que acusan de tal y perjudica al candidato de la muchedumbre porque estas no aplican en una academia.
En síntesis, para algunos, la política es la ciencia que estudia el hecho político a secas. No busca transformar ni conservar sino describir lo que ocurre con precisión fotográfica. En el mundo anglosajón, esta visión sobre la política ha permitido cierto desarrollo porque a partir del estudio del hecho político, se ha convertido en una ciencia predictiva de lo parcial, de lo puntual. Esto es: no estudia las estructuras del poder o del Estado como cuerpo, como sistémica, sino que estudia por separado, cada institución cada órgano. Es como si la teoría fragmentaria de Jürgen Habermas se haya apoderado de la noción de cambio limitado a estructuras bien definidas o sectorizadas en instituciones. De ahí los estudios estadísticos, los sondeos, las encuestas y sus lecturas; partidos políticos; sociedad civil; sociedad política, etc. Es descomponer el todo en sus partes, pero sin buscar unirlo de nuevo. Esto ha permitido hacer, por ejemplo, de la democracia, un sistema perfectible por mejorías parciales en su estructura descompuesta en sus partes. Lo que ha hecho posible no solo dar estabilidad a la democracia sino perfeccionarla, ampliarla, extenderla y, sobre todo, convertirla en un modelo exitoso, a pesar de las ojerizas que sobre ella tenían los antiguos.
La anterior versión, ciertamente, no tiene nada de filosofía, es pura técnica aplicada a lo existente para conservarlo mientras se le mejora. De otra parte, está la visión que ve en la política, una filosofía a ser conceptualizada con miras a convertirla en un ideario a ser practicado, a ser materializado mediante la acción política; por tanto, la filosofía es un ideario que se convierte en parte de la realidad por intermedio de la política. He aquí su nudo gordiano, su razón de ser práctico. De modo que, solo es poco práctica cuando se la separa de la política, pero cuando se unen, pasan a ser una misma cosa.
En el caso de la filosofía marxista, se dice que, en el plano teorético es perfecta, pero que, en su aplicación práctica o política, no funciona. De modo que se tiene ahí un problema filosófico político no resuelto. Claro está, de ordinario se olvida, la tesis de que el marxismo real ha sido deformado y se lo confunde con aportes pre y post marxistas que, si bien han enriquecido al marxismo, también le han hecho mucho daño, pues lo han deformado y mejorado hasta convertirlo en otra cosa. Por eso, en algún momento, cuando la corriente anarquista interpretó a Marx, en vida de éste, él mismo dijo que, “si eso era marxismo, él no era marxista.” En palabras diferentes, la filosofía no puede ser solo teoría, para ser realmente tal, debe ser capaz de funcionar en la práctica, pero no es la filosofía misma la que se conduce hacía la práctica, sino que esta debe ser puesta en práctica por intermedio de la acción política. Esto es: corresponde a la política hacer práctica a la filosofía. De ahí su unidad indisoluble.
Hay algo de hegelianismo en ello, pues Hegel dijo que los pueblos solo tenían esencia práctica en el demiurgo, en el leviatán, en el poder, en la praxis política. Siempre que esta se acompañase de una la ideología. Parece tener razón, porque se observa que Rusia carece de una filosofía, de una ideología práctica para su acción en Ucrania; así como la UASD –y la sociedad dominicana en general-, carecen de una filosofía que pueda justificar la acción política que se realiza.
Esto genera un vacío difícil de llenar porque es acción política sin filosofía política. Sobre todo, porque implica una carencia de valores ético-morales a ser respetados, lo que genera caos e incluso, podría destruir a la institución misma, porque el desenfreno con que actúan sus actores podría ocasionar su colapso. Por ejemplo, la regla no escrita desde el punto de vista político, pero si escrita desde la institucionalidad y el derecho, desde la filosofía, de que aquel que va al Estado debe licenciarse en la institución, que no debe incidir en el activismo uasdiano, al menos por el periodo que haya de agotar en el Estado, ha sido echado por la borda, pues está siendo sistemáticamente violada, sin que haya un órgano capaz de detener la debacle. Ö, aquello de que ciertos candidatos a puestos electivos relevantes, no deberían aspirar si sobre pasan ya, la edad de jubilación, de pensión, etc.; o que los jubilados no deberían ser recontratados; que no deberían tener funciones administrativas simultáneas en la UASD y en el Estado; que los derechos fundamentales tienen carácter expansivo y que toda regla restrictiva de derechos considerados fundamentales, como el derecho al voto, antes que limitado debería ser ampliado. Esto es: que la reglamentación de éstos nunca debería ser para restringirlos.
De modo que la Comisión Electoral Central debería ser el guardián de la protección ética de la institución y, sin embargo, está reducida a una simple comisión organizadora del certamen electoral y contabilizadora de los escrutinios, sin ninguna función ético-moral, es decir filosófica. Lo que, como ha quedado dicho, trastorna la praxis política o, lo que es lo mismo, convierte en anacrónico cualquier modelo filosófico al momento de convertirlo en praxis política porque no respeta los valores, sino que los deforma, aun sea mejorándolo, pues lo convierte en lo que no es, en otra cosa.
En conclusión, el discurso uasdiano, el decir la verdad franca o parrhesía, está falseado, es una mimesis, una imitación donde lo que se busca es adular, decir lo que el receptor desea escuchar aun cuando se trate de los que falsificaron no ya la verdad sino la firma de Dios. Porque decir la verdad puede resultar peligroso. Es decir, no hay filosofía, no hay política, no ha valores. DLH-6-5-2022