Lo lamentable de todo es que el fracaso de los objetivos de Putin, se traducen en prolongación indefinida del conflicto.
Si uno de los objetivos de Vladimir Vladimirovich Putin al lanzar su invasión sobre Ucrania era advertir a fuego y sangre que no consentiría mayor expansión de la OTAN, su ofensiva está generando efectos contrarios, porque dos nuevos países, Finlandia y Suecia, han decidido incorporarse a esa alianza militar, abandonando su tradición de estricta neutralidad.
La Organización Militar del Atlántico Norte pasaría de 30 a 32 países, aumentando lo que en la lectura rusa, sería una amenaza contra la seguridad de un país que la OTAN nunca se ha propuesto atacar ni invadir.
No se trata de una decisión autoritaria de los gobiernos sueco y finlandés, sino de una iniciativa con amplio respaldo popular, que no existía antes de la guerra contra Ucrania, porque esos países están absolutamente convencidos de que el autócrata ruso lanzó sus tropas sobre su principal vecino porque no pertenecía a la OTAN, que su acción del peligro sobre el que ha alertado claramente es el de no pertenecer al bloque militar preventivo contra cualquier nueva versión del nacionalsocialismo hitleriano, o el expansionismo estalinista.
Putin concibió un recorrido corto y avasallador sobre Ucrania con la consigna de que la OTAN debía retirarse de las cercanías rusas y no admitir nuevos socios, y pese al mar de sangre que se ha derramado, lo están mandando a freír tuzas.
Sobrestimó las capacidades de su ejército creyéndolo apto para ocupar toda Ucrania a la vez, derrocar su gobierno y formar uno títere, y tras grandes pérdidas y una resistencia como él ni nadie se esperaba del ejército y la población civil ucranianos, ha tenido que reducir su objetivo a la zona del Donbas: Donetsk, Lugansk, Zaporiyia.
Lo lamentable de todo es que el fracaso de los objetivos de Putin, se traducen en prolongación indefinida del conflicto, porque sin trofeos que exhibir ese sería el fin de su reinado absoluto, perdiendo dos guerras a la vez: la que lanzó sobre Ucrania y la que Europa, Canadá y los Estados Unidos han desatado contra la economía rusa, que enfrenta desafíos cada vez más asfixiantes.
Su principal base de apoyo, la oligarquía alimentada por Boris Yeltsin con la transferencia al sector privado de las grandes empresas estatales, hoy se encuentra desasistiada con más de 300 mil millones de dólares retenidos, y sus mansiones, aviones, yates lujosos y oficinas incautadas en países en los que antes de la guerra eran tratados a cuerpos de reyes.
Ante una prolongación indefinida del conflicto no permanecerán de manos cruzadas, permitiendo que la megalomanía los conduzca a la ruina.
Putin la continuó apoyando y expandiendo, dejándoles claro que eso se devolvía con adhesión incondicional a él, pero el que era fuente de fortaleza y garantía de mantenimiento de grandes ganancias, hoy es su principal fuente de infelicidad.
Aunque al final de esta pesadilla Ucrania habrá pagado caro su derecho a subsistir como un país democrático e independiente, tiene lazos históricos indisolubles con Rusia, que deben conservarse en convenios de respeto mutuo, que retomen el espíritu del Memorándum de Budapest, de 1994, en el que entregó su arsenal nuclear a Rusia, sobre el compromiso de que ésta nunca atentaría contra la integridad territorial ucraniana.
Es cierto que la provincia de Crimea era una posesión rusa cedida a Ucrania por Nikita Jrushchov, pero cuando Ucrania proclamó su independencia formaba parte del nuevo país.
Creo legítimo que busque asiento en la comunidad Europea, no así en la OTAN