El 60 por ciento del territorio haitiano es controlado por las bandas armadas y 40 por ciento de los policías están involucrados con esos grupos,
¿Qué más debe pasar en Haití para que la comunidad internacional asuma una actitud responsable?
¿Cuántos asesinatos deben sumarse a los más de 600 mal contados en el empobrecido país?
¿Deberían seguir los secuestros, que rondan los 500, con horribles secuelas y pagos disimulados?
¿Serían necesarias muertes de religiosos y diplomáticos para forzar una drástica solución?
Quizás esa comunidad internacional que lideró la Cumbre de las Américas espera una tragedia humana ante la posible avalancha de desesperados haitianos hacia el territorio dominicano. (Que podría ser auspiciada por sectores políticos y empresariales que inciden en las bandas armadas y que sacan provecho del caos).
El 60 por ciento del territorio haitiano es controlado por las bandas armadas y 40 por ciento de los policías están involucrados con esos grupos, según el exembajador haitiano en República Dominicana, Paul Arcelin.
Pese a esta realidad, denunciada persistentemente por los presidentes dominicanos antes de que los grupos armados asumieran el control, fue ignorada en la Cumbre de Los Ángeles que se decantó por fórmulas generales sobre migración para la región.
“Es para mí y nuestro gobierno injustificable que esta comunidad de naciones permita que un Estado, en el medio del continente americano, tenga gran parte de su territorio controlado por bandas criminales”, le espetó el presidente Abinader en su discurso.
“República Dominicana no puede cargar sola con los problemas de Haití, De hecho, ya está haciendo demasiado, mucho más de lo que puede. La situación del vecino país ha desbordado los límites de un problema migratorio; es, para los dominicanos un tema de seguridad nacional, por lo que haremos lo necesario, como haría todo país soberano ante una amenaza similar, para asegurar adecuadamente nuestra frontera”, advirtió.
Que va. Nada conmovió a los grandes, mientras medianos y pequeños aceptaron firmar la declaración final auspiciada por Estados Unidos, que rehúye un compromiso con el pueblo haitiano, involucrarse directamente en una solución a fondo.
El texto insistió en crear las “condiciones de una migración segura, ordenada, humana y regular” y de promover condiciones políticas, económicas y de seguridad para que “las personas tengan una vida pacífica, productiva y digna en sus países de origen”, bla, bla, bla…
La cumbre, aunque casi nunca estos cónclaves pasan de los compromisos de palabra, generó frustración porque se pensó en que habría un capítulo especial para Haití ante la situación de gravedad extrema, que ha ido más allá de República Dominicana y que ha generado conflictos en Brasil, Chile y México, además de abusos contra haitianos en la frontera de éste último país con Estados Unidos.
Biden se limitó a prometer la ampliación a 20 mil de su cuota de refugiados de las Américas para 2023 y 2024, con “especial prioridad” a los procedentes de Haití. O sea, varios miles para Haití, cantidad que accede cualquier fin de semana a República Dominicana.
Por cierto, los términos de refugiados y apátridas utilizados en el documento de Los Ángeles conducían al país a una trampa diplomática y política.
La conversación en la cena de la cumbre, en la que Biden sentó al presidente Abinader a su derecha, era insuficiente e informar como una reunión bilateral entre los mandatarios que establecería compromisos o una ruta clara para ayudar a los haitianos.
República Dominicana está sola en la tarea.
Si Arcelin convence a los firmantes de la cumbre de que Haití tiene más oro que República Dominicana, se resolvería la vaina.