Lo acontecido con la elección de Gustavo Petro el domingo es un hecho de gran trascendencia, no solo para Colombia, sino para todo el continente
Las últimas décadas en América Latina han estado caracterizadas por cambios políticos que se han ido verificando en ciclos de cumplimiento cuasi inexorable.
Desde el fin de la larga noche de las dictaduras militares corruptas y asesinas, impuestas por los Estados Unidos principalmente a comienzos de la década de 1960, muchos países del continente entraron en la periódica alternancia ideológica en la conducción del Estado.
Es así como vemos que, en algunos períodos en naciones como Argentina, Bolivia, Brasil, Perú, Ecuador, Chile, México y Uruguay, entre otros, se han sucedido gobiernos surgidos de partidos progresistas, un tiempo después regresan los conservadores, y luego el cambio se da a la inversa.
O sea, pura y simplemente un cíclico ir y venir ideológico que no ha parado de cumplirse.
Sin embargo, Colombia ha sido un caso aparte. A contar de la caída de su último dictador—el general Gustavo Rojas Pinilla en 1958—ese país inicia un tránsito democrático con elecciones cada cuatro años en las que se alternaron el ejercicio del poder los partidos Liberal y Conservador, cuya diferenciación es solo de nombres.
Estas formaciones sirvieron para apuntalar un modelo de explotación caracterizado por operaciones extractivas que han resultado en el mantenimiento de una vieja forma de esclavitud cuya manifestación más humillante y antihumana se tiene en el incremento de la pobreza y pobreza extrema del 42% de la población.
En ese gran país el conservadurismo surgió el mismo día de la Batalla de Boyacá, cuando los independistas del Libertador Simón Bolívar, y bajo el mando del general Santander, el siete de agosto de 1819 dieron cuenta del ejército español para afianzar los territorios que vendrían a ser las cinco naciones que Bolívar liberó.
Lo acontecido con la elección de Gustavo Petro el domingo es un hecho de gran trascendencia, no solo para Colombia, sino para todo el continente, pues hasta ahora nadie con sus ideas y visión había podido ingresar a su país en los ciclos políticos que han experimentado varios de sus vecinos en Sudamérica y otras subregiones del continente.
El pueblo no ha gobernado en Colombia, razón por la cual, y a pesar de la campaña de miedo contra Petro—recurso tradicional de los conservadores—más de once millones de “nadies” eligieron el economista y exguerrillero.
Petro no es un aparecido ni un improvisado. Su agenda va en consonancia con las aspiraciones de la mayoría del pueblo colombiano, el que le votó y el que no, pues al final todos los pobres y marginados son lo mismo y carecen de color e ideología.
Todos han sido víctimas de 200 años de olvido y marginación; y peor, de violencia.