Shinzo Abe quiso devolver al Japón su fortaleza militar y las posibilidades de defender sus intereses en conflagraciones internacionales.
El ex primer ministro de Japón, Shinzo Abe, no vió venir los dos tiros que penetraron en su cuerpo por la espalda mientras hacía campaña por candidatos a la Dieta (Cámara alta japonesa) que se elegirá este domingo. Quién sabe si en los segundos de conciencia que siguieron a su precipitación al suelo habrá confundido los dolores de las heridas con los cólicos abdominales que le frecuentaban en los momentos recidivantes de la colitis ulcerativa crónica que lo hizo retirarse del poder.
El asesino disparó contra la silueta disminuída se un símbolo viviente que se iba apagando poco a poco, y que lo más probable es que despidiera totalmente su vida pública después de esta jornada que su muerte dejó inconclusa.
¿Pero contra quién disparó Telsuya Yamagami, ex miembro de las Fuerzas de Autodefensa? ¿Contra uno de los líderes políticos más arraigados de los últimos tiempos, o contra el fantasma del antiguo imperio nipón?
¿Salud mental aparte, cuál habría sido la razón del encono si Abe mejoró sustancialmente el presupuesto militar, y quiso romper con la humillación que representó la rendición y las condiciones impuestas por los Estados Unidos, que definieron el escenario posterior a la Segunda Guerra Mundial, tan auspicioso en términos económicos para Japón que se convirtió en la segunda economía mundial con amenazas reales de erigirse en la primera?
Japón ha tenido varios momentos que marcan su espectacular despegue, uno de ellos parte de la Restauración Meiji, en 1868, en el que una sociedad feudal quedó atrás para abrir caminos al desarrollo capitalista que hasta el 1912, sólo experimentó progreso.
¿Cómo logró ese país dar un carácter simbólico a la figura del emperador, y convertirse en una potencia que impuso sus dominios invadiendo sus vecinos?
El ensayista Alfonso Durán-Pich sostiene que “frente a los siglos que había tardado Occidente en consolidar el capitalismo como modelo económico, Japón lo hizo en apenas cincuenta años
El ataque atómico del que fue objeto para provocar su rendición ante los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, le impusieron una Constitución pacifista que limitaba su inversión militar e impedía que sus soldados pudieran participar en conflictos internacionales.
Shinzo Abe quiso devolver al Japón su fortaleza militar y las posibilidades de defender sus intereses en conflagraciones internacionales, y en esos propósitos contó con la mano amiga de su vencedor americano que esta vez necesita fortalecer al Japón para tener contrapesos regionales frente a China.
Además de restituir el espíritu de grandeza se esforzó por democratizar las oportunidades económicas con la Abenomics, un programa de inclusión basado en expansión monetaria, estímulos fiscales y reformas estructurales, que no alcanzaron a convertirse en modelo exportable pero mostraban a un político interesado en crear oportunidades.
Si tenía enemigos se pensaba estaban en los países vecinos que se irritaban cuando el nacionalismo de Abe homenajeaba a figuras niponas que chinos y coreanos, consideraban como genocidas.
Su muerte, sobre la muerte lenta que venía experimentando, sorprende porque en su país, de 125 millones de habitantes, la gente prefiere el suicidio antes que matar.