Luis Abinader Corona, el gobernante electo por los dominicanos en los momentos más dramáticos y desafiantes de la pandemia de Covid19, así como de la paralización económica ocasionada por el confinamiento al que obligaron las circunstancias, llega a sus dos primeros años de gobierno con un nivel de valoración que muestra que su imagen no ha sido afectada ni por los niveles de inflación e inseguridad que padece la población, ni por los traspiés de su administración.
La primera entrega de la encuesta RD elige, del grupo RCC Media e Investigaciones Digitales (firma mexicana) reveló que el presidente Abinader alcanzaba una aprobación de 67.1%, calificación de 61% y una intención de votos de 56.9%. con miras a las presidenciales del 2024.
1-El nivel de descontento que muestran los pobladores con las subidas de precio, no les ha obnubilado al extremo de no reconocer que se trata de un acontecimiento global, generando por el virus pandémico y agravado por la guerra en Ucrania, y aunque hayan matices que dependen de medidas locales, no se ignora la causa general.
2-El presidente hasta ahora se ha esmerado en evidenciar que su nivel de compromisos con sus principales colaboradores no alcanza a colocarse por encima de corrientes de opiniones desfavorables, para mantenerlos en el Gobierno. El que sea colocado en el ojo de algún escándalo tiene que marcharse.
En vez de verse salpicado por los cuestionamientos que han recibo algunos funcionarios, se ha visto beneficiado por la reacción favorable del gran público ante las medidas de destitución, petición de renuncia o remociones.
Tal parece que se rige por el criterio de que la principal fuente de apoyo debe emanar de la sociedad, y no específicamente de la plataforma política que lo llevó al poder.
Eso implica que a la hora de escoger entre todo lo que aportada Lisandro Macarrulla como contribuyente y gestor de financiación, y todo lo que representara como interlocutor entre el Gobierno y el empresariado, así como en la gerencia de campaña, y las mermas de imagen que su permanencia en el cargo acarreaba, primó más lo último, y optó por desvincularlo de la administración.
Lo propio pasó con el que fuera jefe de su campaña, Roberto Fulcar, que dirigía el ministerio mejor presupuestado, el de Educación, y tras el torbellino de varias situaciones cuestionables, resultó destituido.
En su lugar un nuevo ministro con tanto sentido de cuerpo, que días antes de un discurso en el que el presidente resumirá sus logros en dos años de gobierno, se encarga de adelantar que en ese lapso como en los ochos años anteriores, la única cosecha alcanzada ha sido de fracasos, porque lo que se ha hecho con la gran inversión en educación es lanzar esos recursos al basurero.
La percepción negativa también acompaña a la industria eléctrica en cuya transformación el gobierno había colocado sus mayores expectativas, y no sólo ha empeorado todos sus parámetros sino que llega a los dos primeros años acéfala, porque los que fueron colocados al frente de esa misión, han sido removidos de responsabilidades.
Esos tropiezos podrían afectarlo más adelante, pero por el momento muestran un presidente bien intencionado, no atado a nadie.
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