El hombre poderoso no tiene que dar cuenta a nadie, no tiene que justificarse delante de nadie, por eso está marcado por la arresponsabilidad, la amoralidad y el descompromiso.
Por Isidro Tejada
En Tucídides el afán de dominio y el temor al sometimiento son los resortes de la conducta humana y política. Al parecer Tucídides cree que en el mundo de los hombres solo se juega al dominio y al sometimiento. Y sobre la base de una única regla: quien puede tiene el derecho y el deber de someter y quien no puede, está obligado a someterse.
El poderoso impone la ley, su ley. ¿Y el temor? Es la reacción expectante a lo que pudiere acontecer en los momentos decisivos de este juego, allí donde se decide el dominio y el sometimiento. Para el derrotado solo queda un pretexto: justicia. Primero humana, y cuando esta falla, la divina, la trascendental.
En la República de Platón, el sofista Trasímaco alude a la justicia como solicitud del débil. Nietzsche asume una postura semejante, y si no recuerdo mal, creo que Lula dijo una vez que el discurso moral en su contra era producto de la debilidad de algunos.
Pero la relación justicia, dominio y sumisión es mucho más compleja. Para nada se puede reducir a lo meramente cultural. En esas relaciones se encuentran ocultas disposiciones biológicas confabuladas a favor de la vida.
En los animales sociales cuando un individuo del propio grupo muestra sumisión el dominante por lo general detiene la agresión. Si el individuo pertenece a otro grupo, por lo general es atacado sin control alguno. Chimpances, leones, suricatos, etc. cumplen con estas pautas. Pero se ha observado en algunas especies, como en los gorilas, los mandriles y chimpancés, que los individuos dominantes reaccionan frente a los atropellos de los más fuertes sobre los más débiles dentro de su propio grupo; o también cómo los más débiles se alían y ponen a raya o expulsan a los fortachones que se exceden agresivamente, algo que ocurre muy a menudo con las hembras mandriles cuando se encuentran con un macho agresivamente desmesurado con ellas.
Al hombre débil, en cambio, sólo le cabe retirarse del medio a causa de su debilidad para que deje paso al tipo dominante.
Al parecer, no es tan lógico someter ni excluir ni matar descontroladamente si el otro es parte del viaje de la vida. Cuando los reyes europeos por deseo de sobreprotección de la pureza de sí mismo y su sangre, se autoimpusieron un programa de selectividad intensa, de azulamiento sanguíneo vigoroso, lo cual supone exclusión y sometimiento, expusieron su propio grupo a fuertes desastres y debilidades biológicas debido a la reducción genética generada por aquella selectividad intensa sobre sí mismo.
Pero en Nietzsche las cosas se extreman. El hace de la voluntad de poder el fundamento de todo los valores humano, y más aún de la vida en general. Es una verdadera metafísica de la voluntad de poder que sustituirá la metafísica del sujeto moderno fundada por Descarte.
El objetivo de la metafísica del sujeto era garantizar la soberanía del sujeto, su libertad, primero frente a la naturaleza y luego antes la sociedad y sus normas, con la finalidad de dotarlo del sentido de responsabilidad ante los demás. Esa metafísica se resume y expone en los enunciados siguientes: Si soy soberano, soy libre; si soy libre, soy responsable de lo que hago.
En Nietzsche, en cambio, la responsabilidad desaparece porque el hombre está obligado a cumplir con su condición metafísica de afán de poder. El hombre poderoso no tiene que dar cuenta a nadie, no tiene que justificarse delante de nadie, por eso está marcado por la arresponsabilidad, la amoralidad y el descompromiso. El hombre poderoso solo tiene compromiso consigo mismo. Al hombre débil, en cambio, sólo le cabe retirarse del medio a causa de su debilidad para que deje paso al tipo dominante.
Nietzsche se sitúa del lado de esa larga historia aspiracional del poder descomprometido, historia a la cual siempre le ha salido al frente su historia alternativa: la aspiración y lucha por el control del poder. El supuesto en que se funda esta alternativa es que la vida y no el poder es el fundamento de todo y que el poder es su medio, y puesto que el poder ejercido desmesuradamente es un peligro para la vida, entonces es necesario su control para que cobre sentido su existencia en el orden de la vida. De modo que reorientar el poder, su ejercicio, someterlo a compromisos y, por supuesto, a justificaciones, constituirá un paso crucial y necesario para que funciones a favor de la vida.
En este sentido, la justicia será el medio más invocado. Todas las civilizaciones la han recurrido a fin de controlar y regular el poder el cual nació para impulsar y expandir la vida y no para matarla o reducirla. En la Iliada, en Gigamers, en la biblia, en los sabios chinos y el Bhagavad-gītā se expresan estos fenómenos de manera precisa y destacada.